26. UN DÍA ESPECIAL

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26. UN DÍA ESPECIAL

Faer, Gran Imperio de Narvinia, 2 de xunetu del 16449.


Arzon no sentía demasiado aprecio por la mayoría de policías; sus filas estaban repletas de corruptos y delincuentes profesionales, y además tenían esa mala costumbre de intentar detenerlo cada vez que se cruzaban con él. Pero cuando se encontró a una docena de blidios atacando a un par de uniformados, se vio impelido a detenerlos: al fin y al cabo los blidios le caían peor que la policía.

Hay quien decía que los blidios eran a los demonios lo que los trasgos para los humanos. Bueno, no era una descripción muy exacta; estos eran algo más altos, llegando al metro cincuenta, y su piel era fina y correosa, con un ligero tono violáceo. Además tenían cuernos y rabo, y una predilección por las armas y sus usos de la que los trasgos carecían. Así que tal vez fuese más adecuado decir que los trasgos eran a los blidios, lo que un cachorro de gato a un mercenario sajano.

Los policías se habían adentrado en un callejón, linterna en mano, tras oír un ruido durante su ronda: los blidios los pillaron por sorpresa, rodeándolos y desarmándolos al momento. Los agentes no tuvieron más opción que acurrucarse contra un contenedor de basura, intentando repeler los ataques como podían, pero sus uniformes ya estaban hechos jirones y sangraban por multitud de cortes.

Arzon, que vio toda la escena desde la azotea, tenía en un principio la esperanza de que fuesen lo suficientemente hábiles para manejar la situación por si mismos, o listos para escapar, pero parecía que no eran ninguna de las dos cosas; en vista de que si no intervenía los matarían, suspiró y se dejó caer sobre una de las criaturas empotrándola contra los adoquines: el ser murió al instantes, pero una de sus piernas se sacudió espasmódica durante toda la pelea. Sin darles tiempo a reaccionar, agarró a otra criatura por el cuello, y la acercó a su rostro hasta que pudo sentir su fétido aliento empañándole las gafas. El blidio palideció de golpe, al igual que sus compañeros que dejaron de saltar y reír alrededor de los policías, que, libres de su acoso, se limitaron a hacerse un ovillo.

Apretó con más fuerza hasta que el cuello de su presa se partió, produciendo un chasquido que retumbo en todo el callejón: el resto de criaturas le gruñían y le amenazaban con sus espadas, mientras trataban de rodearlo. Arzon no les daría esa oportunidad; de un rápido movimiento, lanzó un pequeño puñal que ocultaba en su manga contra uno de los seres, que cayó fulminado con un mango asomando de su ojo, y lanzó el cuerpo que sostenía en la otra mano contra otros dos. El resto se lanzaron todos a una contra él.

Arzon hizo gala de sus reflejos, limitándose a esquivar las estocadas que llovían por todas partes. En uno de sus embestidas, uno de los seres terminó exponiendo su cobertura demasiado cerca del cazador, que con un ligero golpe del pie, lo envió contra la hoja de otro demonio, atravesando su pecho.

Otro, que se había subido al contenedor, saltó en plancha hacia él con el arma en ristre. Arzon se inclinó hacia atrás, dejándolo pasar volando ante sus narices y antes de que cayese al suelo, lo agarró por las piernas y empezó a esgrimirlo a modo de maza. Sin dejar de hacer girar su nueva arma, golpeó a cuatro blidios, que salieron despedidos golpeándose contra las paredes: dos de ellos no volvieron a levantarse, sus cuellos estaban doblados en ángulos imposibles para la vida. Después, amagó varios ataques antes de estampar a la criatura contra el suelo provocando un estruendo: el blidio quedó tendido y babeante sobre un mosaico de baldosas rotas.

Los cinco demonios que quedaban en pie contemplaron la escena aterrados, y empezaron a retroceder despacio, sin dar la espalda a aquel monstruo que les estaba vapuleando. Arzon llevó las manos a su espalda, debajo del abrigo y todos se quedaron petrificados, en espera de ver que horrible arma segadora estaba a punto de mostrarles. El cazador no tenía intención de dejarles huir, así que envió energía a sus músculos para aumentar su velocidad. Por eso los blidios apenas vieron como desenfundaba dos espadas cortas y como, en el mismo movimiento, lanzaba dos puñales que acertaban a otras tantas criaturas; para ellos, sus compañeros estaban de pie a su lado y un segundo después, clavados en la pared que tenían unos metros a su espalda. Contemplar a sus compañeros caídos les costó la cabeza a otros dos.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora