19. UN BREVE DESCANSO

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19. UN BREVE DESCANSO

Río Al, Al-Saha, 12 de avientu del 525 p.F.

Esperaban ser perseguidos en cuanto pusieran un pie fuera de la ciudad, pero perdieron de vista la muralla sin oír pasos tras ellos. Cuando abandonaron el camino tras media hora de camino, se dijeron que las partidas con el caos de la ciudad , tardarían en salir en busca. Dos horas después caminaban entre pedreros por los que los caballos no podrían avanzar, y empezaron a albergar esperanzas en su huida. Al caer la noche se arrebujaron contra un farallón de roca, y apenas pegaron ojo en toda la noche esperando ver llegar al Ejercito Imperial, precedido del resplandor rojizo de cientos de antorchas. Pero cuando el nuevo día despuntó, allí estaban: habían logrado escapar y eran libres.

No hubo celebraciones; lamentablemente los esclavos heridos no sobrevivieron a la noche. Improvisaron dos sepulturas con piedras, colaborando entre todos. Los supervivientes no querían adentrarse más en el reino, así que se despidieron, agradeciendo al grupo su ayuda, y desaparecieron entre los desfiladeros. Y el grupo, con las incorporaciones de Arlia y Ximak, puso rumbo al norte. Al mediodía encontraron un riachuelo, que se adentraba en un cañón inhóspito. Como todos los ríos de esa zona eran afluentes del río Al, lo siguieron en su descenso entre peñascos.

A media tarde un río más grande cortó su camino. Discurría por el fondo de un desfiladero, caudaloso y con mucha fuerza. Se trataba sin duda del Al, proveniente de las Cumbres del Firmamento. esa noche la pasaron ocultos en una cueva junto al río Al. Lo recorrieron orilla abajo en busca de un punto en el que cruzarlo, pero la noche les alcanzó antes. Encontraron una oquedad en la que pudieron acomodarse todos, y cubrieron la entrada con un par de arbustos. Así pudieron permitirse encender un fuego, pues aunque se acercaban al ecuador, se acercaba un invierno muy duro: las noches eran frías en Al-Saha mucho más de lo que se habían esperado, tras oír mil historias del país desértico. Pero el ambiente en la cueva era agradable, y disfrutaron de la cena caliente y de una charla distendida. Y eso pese a los negros nubarrones que se formaban sobre la cabeza de Aubert,: enfurruñado en un rincón, sin hablar con nadie, se vendaba un feo corte en un muslo, maldiciendo entre dientes.

—¿No se suponía que al otro lado de ese río había un desierto? —dijo Zas, señalando más allá de la oquedad.

Esperaba encontrarse un mar de dunas enterrando sus raíces en el cauce y en lugar de eso el paisaje era un “más de lo mismo”, que le deprimió. Estaba harto de caminar entre piedras, paseando por yermos en los que no había comida, apenas leña y mucho menos refugios cómodos en los que descansar sin destrozarse la espalda y el trasero.

—O al menos eso dijo nuestro guía. Cuando todavía hablaba.

—Ñia —asintió Ximak, pegado al costado del ladrón, siempre oculto a las miradas de odio que le dedicaba Aubert.

—Dile a esa cosa que se calle —rompió su silencio éste último—. Como vuelva a oír un gruñido más lo lanzo al desfiladero.

—Venga hombre, no seas así, rubito —le increpó Zasteo, protegiendo al trasgo con su brazo—. Ya te pidió perdón. La ballesta se disparó sola. Él solo tiró de una palanca...

—¡Eso era el gatillo, maldito idiota! —replicó Aubert entre dientes, después de tirar una venda sucia al suelo con rabia—. Y eso tampoco explica que hacía colgado de mi arnés.

—Tú también evitas dar explicaciones sobre a donde nos llevabas.

—¿A qué te refieres?

—Al otro lado de ese río no hay desierto. Así que no es el río Al.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora