Primeros despertares

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Nekoel se despierta cuando los rayos de sol juegan sobre su cuerpo, ya entrada la mañana. Se mueve con cuidado de no ocupar demasiado espacio, hasta que recuerda que está sola en la cama. Lanza un suspiro apesumbrado, ha pasado algo más de un año y sigue sin acostumbrarse a despertar sola. Se despereza estirándose, disfrutando del espacio extra de la cama antes de bajar de ella de un salto. "Maldita humedad" se queja al mirarse al espejo, donde su relejo le muestra el encrespado estado de todo su pelo. La neko se acicala sin éxito, quedando más como una bola de pelo con ojos que con la verdadera forma de Nekoel.

La felina mueve las orejas al escuchar un revoloteo por el templo y sonríe, no es extraño que Meena ya esté en pie, ojalá le haya dejado algo de té caliente ruega mientras sale de la habitación dirección a la cocina, pero la pequeña la intercepta por el pasillo:

- Reki, ¿ te importaría ocuparte luego de los humanos?

Nekoel tuerce el morro al notar como Meena sigue sin aceptar la presencia de estos en el Templo, a pesar de todas las veces que han hablado del tema y suspira mientras asiente con la cabeza.

- Mil gracias, voy al pueblo a por un par de cosas que se nos olvidaron la otra vez, ¿quieres que te traiga algo? – le pregunta mientras la acaricia.

La neko hace un repaso mental rápido sin dar con nada que necesite así que le maúlla y niega con la cabeza.

- Vale, no tardaré – se despide la elemental dirigiéndose hacia la salida.

Nekoel sonríe con cariño al verla partir, antes de acercarse a la sala donde se encuentran todos los nuevos. Nadie ha despertado, como ya había supuesto y las heridas de todos ellos, incluyendo humanos, están sanando correctamente. Tras esta primera revisión se va a la cocina a tomarse su café.

El Templo está silencioso sin las pequeñas correteando por todos lados y llenando el aire con sus risas. "Quizás no dure mucho" piensa para sí misma teniendo en cuenta a los desmemoriados de la habitación anterior.

Llega la tarde y con ella Meena, cargada con bolsas que lleva a la cocina, donde Nekoel anda preparando la cena, individual como muchas veces últimamente, entre Ixchel que se olvida de comer y Meena que no come si no es por gula, ya apenas cocina para más de uno. Entre las dos guardan la comida y, con el ruido que hacen, no oyen lo que ocurre en la otra habitación.

En la sala central del Templo, los nuevos inquilinos empiezan a despertar. Poco a poco van volviendo en sí. Aun con los ojos cerrados notan el suave tacto de las sábanas que les cubren, así como la rústica, pero aun así confortable cama sobre la que están postrados. Poco a poco van abriendo los ojos, acostumbrándose a la luz, sentándose sobre las camas mientras observan todo a su alrededor, desconcertados, sin saber quién son el resto de las personas o cómo han llegado hasta ahí. Van despertando todos, todos excepto el tiflin, quien permanece en un descanso inalterable.

- ¿Dónde estoy? – rompe el silencio una de las kitsunes, la más pequeña de ellas, mientras se arregla el pelo blanco y su mirada azul recae en todos y cada uno de los presentes en la sala. Intenta recordar de qué conoce a esas personas, pero al rebuscar en su memoria se da cuenta de que es incapaz de recordar nada, ni siquiera a si misma. Solo su nombre, pronunciado por una voz dulce y cariñosa, gastada por los años "Ayaki, Ayaki, ven con la abuela". Esa voz, ese cariño implícito es lo único que recuerda por mucho que se esfuerce, y su propio nombre, Ayaki.

- ¿Hola? – pregunta un desconcertado humano de pelo negro y azul. Por un momento se pregunta cómo han llegado hasta ahí, descubriendo la densa niebla que le impide recordar nada.

Lo que encierra AdalariWhere stories live. Discover now