Los durmientes

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Meena despierta poco después del amanecer, cuyos rayos se filtran por las altas ventanas de su habitación, jugando con las sombras y arrancando distintos colores a las figuras de nácar que decoran las paredes. Pone un pie en el suelo, luego el otro, haciendo una pequeña mueca de disgusto al ser consciente de lo que le espera hoy. Se dirige a la cocina refunfuñando, donde prepara un café para ella y un té para Ixchel. Ninguna de las dos necesita de esas bebidas, o de cualquier otra, pero desde que Reki y su familia llegaron, se han habituado al ritual matutino del desayuno, cada una con sus preferencias.

Entra a lo que en un templo corriente se correspondería con el lugar de oración principal, pero que aquí nunca ha tenido ese fin, pese a que las altas columnatas y los techos abovedados le dan ese ambiente característico de los lugares que muchos humanos consideran sagrados. "Humanos" piensa con repelús mientras atraviesa el largo de la habitación, extrañamente llena con varias camas desde hace un par de semanas. "Estaría bien que despertasen de una vez" piensa mientras atraviesa el círculo de camas del centro de la habitación, donde se encuentra Ixchel.

La ancestral está sentada con las piernas cruzadas en el suelo, justo en el centro del círculo, con los múltiples tatuajes que decoran su grisácea piel emitiendo un tenue brillo dorado. Meena se queda un momento observándola con las tazas en la mano, si no fuera por las tenues oscilaciones de la cola de Ixchel, podría confundir a la mujer de largo pelo blanco y resplandor dorado con una estatua sagrada. Al cabo de un momento se acerca a ella y posa su pequeña mano en el hombro de Ixchel para llamar su atención. Poco a poco la consciencia de Ixchel abandona a todos los durmientes, al mismo tiempo que el brillo desaparece de sus tatuajes y los dorados ojos como el preciado metal de la ancestral se abren con cuidado, para alzar la mirada, encontrándose con los azules de la pequeña elemental que le sonríe y se sienta frente a ella, a la vez que extiende la bebida todavía humeante.

- ¿Alguna novedad? – pregunta la pequeña antes de darle un sorbo al café.

- No mucho – responde Ixchel negando con la cabeza – apenas he sido capaz de recuperar sus nombres. Seguir presionando podría dañarles de manera permanente, debe haber un modo menos drástico, quizás debería centrarme más en la barrera que en ellos – comenta lanzando una última mirada sobre todos ellos y reajustando una de las cintas decorativas que lleva en los cuernos.

- Puede que sea mejor, pero primero deberías descansar – le recuerda la pequeña posando sus manos sobre las suyas. – Total, no van a irse de aquí ¿verdad? Retoma fuerzas, llevas días aquí sin parar, yo me encargo de ellos un rato si quieres.

- ¿Quién lo diría, al final resultará que sí tienes instintos maternales Meena? – le responde sonriendo y le acaricia cariñosamente la cabeza.

- ¿Qué puedo decir? Me lo habrá pegado Reki – contesta riendo mientras se encoge de hombros.

- Seguro que es eso... - responde Ixchel levantándose – los dejo a tu cuidado, intenta no ahogarlos, no me interesa tener muertos en el Templo.

- Lo haré – contesta Meena levantándose.

Una vez en pie se acerca a una de las camas, donde una ondina descansa. Hacía tiempo que no veía una de sus descendientes. Sonríe al llamarles así mentalmente mientras le peina el azulado cabello, sabiendo que no es su descendiente directa, pero no puede evitarlo, para ella todos los mestizos son como su familia, y cuando se trata de las ondinas, náyades o cualquier otro humanoide relacionado con el mar, se siente todavía más cercano. Revisa las pocas heridas que quedan en los brazos de esta y pasa al siguiente. Este es un humano de pelo negro y azul. Se mantiene a la máxima distancia posible mientras sus manos tiemblan ligeramente y tenebrosos recuerdos de gritos revuelven su mente. Con él apenas echa un rápido vistazo y, aunque sus heridas no están tan sanadas como las de la ondina, decide que ya se ocupará Reki de él, al igual que del resto de los humanos de la sala, aunque por suerte son más bien pocos.

Sigue recorriendo una a una todas las camas, un par de kitsunes, otro tanto de humanos, un tiefling y lo que parece ser otra humana, bastante guapa, pero humana. Comprueba que todos van mejorando físicamente, deteniéndose más en aquellos que muestran una naturaleza ligeramente distinta a la humana. Las colas de las kitsune son tan suaves, siempre le gusta acariciarlas, aunque sabe que ellas no se lo permitirían de estar despierta. El tiefling, al igual que el resto de mestizos le provoca sentimientos de familiaridad, aunque en poco se puedan parecer los demonios y los elementales, pero tienen algo en común, ser arrastrados fuera de su propio plano por conjuros creados con la mano del hombre.

Una vez comprobado que todos ellos siguen físicamente estables, da rienda suelta a su curiosidad, con ganas de comprobar los avances de Ixchel . Se dirige a la ondina y suavemente, como si de una caricia se tratase, se introduce en su mente.

Nada ha cambiado en estos días, la dulce mente de la mestiza está llena de una densa bruma tras la que se esconde una barrera, hasta ahora impenetrable. La esencia de Meena, que recorre la vacía mente posa sus manos sobre la barrera, intentando encontrar la manera de romperla o esquivarla, sacar de su encierro todos los recuerdos, pero si Ixchel no ha podido, ¿qué va a poder hacer ella? Este no es su terreno por mucho que se haya acostumbrado al trato con las mentes, mucho menos cuando se trata de hechizos. Apoya la cabeza con pesar contra la barrera, suplicando una ayuda que no llega. Solo es capaz de escuchar el nombre de la ondina, Kai.

Con pesar abandona la mente de esta y, una vez de vuelta a su cuerpo murmura:

- Espero que despiertes pronto Kai, tú y todos – dice mientras su mirada se posa en todos y cada uno de ellos – así sabré a qué habéis venido y cómo nos habéis encontrado. 

Lo que encierra AdalariWhere stories live. Discover now