Capítulo Cuarenta y cinco: Re-enamorar. Parte I

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Autora: Hola queridos lectores. Siento haber tardado tanto en publicar, pero ojala la espera mereciera la pena :) Y, bueno, a ver qué os parece el capítulo. En él narrarán Luis y Lidia. Y aparecerá un nuevo personaje que hará las cosas un poco más interesantes... Ya veréis. ¡Ah! Mil gracias por todo el apoyo que recibo de vosotros. ¡Sois los mejores!

Bueno, sin más, ¡disfrutad!

Capítulo Cuarenta y cinco: Re-enamorar. Parte I

Lidia

3 de febrero de 2013/ Mansión de Lidia Saldivar

Mientras releía por quinta vez el informe que me entregó el jefe de la sección de publicidad, pensaba en todo lo que me había ocurrido Las cosas no estaban bien y lo sabía perfectamente. Una semana lejos de Luis me había servido para despejar mi mente y centrarme en mi hijo y en mi trabajo. Después de pasar por el juzgado para declarar contra Elisa, no tenía ánimo para nada, y menos para trabajar. Pero esa es y será mi vida hasta que muera. O por lo menos eso planeaba. Además, el haber pasado la mayor parte de la vida de mi hijo sin un hombre me había hecho más o menos fría. Sin embargo, tras conocer a Luis, todo era más colorido. El trabajo se hacía ameno, el cielo tenía más color y la soledad se esfumaba. ¡Era todo tan perfecto que quería seguir así para siempre! Pero, ¿cómo no? Otro hombre la tenía que fastidiar. Ya había pasado algo similar con el padre de mi hijo, pero de Luis no me lo esperaba, es decir, ¡conectábamos tan bien! Llegué a creer que era un hombre diferente que, demás, tenía una hija asombrosamente dulce y amable… pero lo único que me trajo este vil hombre eran mentiras. Un embuste que me creí verdad, creí que su corazón latía por mí, pero lamentablemente no era así. Mi dinero… ¡ja! Cruel dinero que mueve hasta al más bondadoso de corazón. No podía creer que al hombre al cual le di todo sin titubear me hubiera engañado tan vilmente. Es más, ¿por qué dudaba tanto? Aunque jurara haber cambiado y amarme, ¿podría creer al mismo hombre que me engañó?

No tenía el valor para contestar esa pregunta. Simplemente no era lo suficientemente fuerte para afrontar la realidad y la triste verdad: aun albergaba sentimientos por él. ¡Maldita sea! Y yo soy la de la cabeza fría. Pero es sencillo, no tengo nada claro.

Arrojé los papeles en el escritorio de mi despacho y desistí.  No podía concentrarme con estos pensamientos. Y, además, tenía algunos problemillas con los empleados de mi mansión. No sé lo que les pasaba, pero últimamente estaban inquietos y cuchicheaban más de lo necesario. A mi parecer, el rumor de mi divorcio con Luis afectaba a su profesionalidad. ¡Esto era ridículo! Se suponía que los trabajadores no debían inmiscuirse en los asuntos de los dueños de la casa y, sin embargo, hacían todo lo contrario. La única que parecía trabajar con normalidad era Rosa, ¡y menos mal! Entonces pensé en el nuevo mayordomo y me relajé en el asiento. Ese hombre se parecía mucho a "mayordomo anterior a carmelo" y eso me alegraba. Era formal, serio y muy buena persona. Me lo recomendó una amiga del trabajo y yo creía todo lo que ella me decía. Además, me aseguré de conocer a fondo al mayordomo para no llevarme sorpresas innecesarias. Ya bastaba con Carmelo…

En ese momento el reloj marcó las doce de la noche. Genial, todavía no acababa el trabajo…

Bien, mañana seguiría. De todas formas, hasta la semana que viene no tenía que darle el visto bueno al informe…
Así pues, me fui a mi dormitorio pero por el camino me encontré con mi hijo. Contrariada porque pensaba que se iba a quedar más tiempo con Miriam, le pregunté cómo le había ido la cita.

   —Bien… —contestó y sonó un poco cansado y preocupado. Me acerqué a él y le palmeé el hombro.

   —¿Qué ocurre? —él me sonrió sin ganas.

   —Nada, es solo que veo a Miriam un poco deprimida. Y es normal, esta agobiada con el instituto y con su nueva vida… —al decir aquello me preocupé.

   —¿Qué pasa con su… vida? ¿Está mal? —pregunté y él negó.

   —No es eso. Ponte en su lugar, ahora debe cuidar la casa ella sola. Y no ve a su padre demasiado. Se siente sola. Además, tampoco pasamos tanto tiempo juntos y se nota. —mi hijo suspiró y luego me besó la mejilla —. Buenas noches.

   —Eh… buenas noches. —me despedí preocupada. No sabía lo que decir sobre eso.

Al llegar a mi cuarto y ponerme el camisón, me tumbé en la cama boca arriba y pensé en que Miriam no merecía llevar una vida así. E, inevitablemente, pensé en la situación de Luis. Seguramente estaría trabajando todo el día y apenas vería a su hija. Si a eso le sumamos que no puede utilizar su brazo todavía… por mi hijo…

Suspiré largo y tendido hasta que mis ojos se cerraron y no pensé en nada más.

*~*~*~*
Luis.

4 de febrero de 2013

El despertador sonó como el claxon de un coche en mi oreja y pegué un bote en el colchón inflable. Me pasé la mano por el rostro y bostecé, luego apagué el cacharro. Las cinco de la mañana, esto era mortal. Aun así, era lo que debería haber hecho siempre. Debí portarme como un hombre noble, y no como un canalla que se aprovechó de una buena mujer. En cualquier caso, ahora debo trabajar y no pensar en idioteces.

Me incorporé como pude mientras vi como mi hija dormía con el ceño fruncido. Estaba tapada hasta el cuello y no me extrañaba pues hacía mucho frío y los radiadores estaban estropeados. Vaya desastre de bloque, eran unos dejados. Y, por no haber no había ni conserje. Pero la renta era barata y no me podía quejar. Hasta que no esté mejor económicamente no puedo pagar nada mejor. Y lo siento por mi hija, pero debemos estar así un tiempo más.

Mientras me preparo un café cargado, pienso en la semana que llevaba. Y me pareció la más solitaria de todas. Incluso diría que la peor porque no había discutido tanto con mi hija como ahora. ¡Y eso que no la veía mucho! Pero sabía que ella no tenía la culpa, sino yo. A causa de mi permanente mal humor no podía pensar con claridad e insultaba a todos. Excepto en el trabajo, que me mostraba lo más respetuoso posible. Sin embargo, la raíz de mi mal humor no era el trabajo, ni mis discusiones con Miriam, sino la falta de cierta persona que dejó un vacío mayor del que me temía. Cada día pensaba en ella y me maldecía por haberla cagado tanto. ¿Por qué tuve que conocerla en ese entonces? ¿Por qué me porté tan mal con ella? Simplemente era un hombre que no merecía a una mujer así. Pero prometí reconquistarla, y eso es lo que haría un poco más adelante. Lo digo porque ahora no tengo espíritu romántico. Aun así, soy consciente de que cuanto más tiempo pase, peor lo tendré para reconquistarla. Y quedaba otro pequeño detalle… su hijo. Intuía que mis sospechas contra él le habrían enfriado bastante, y eso no podía continuar así. Pero, por otro lado, el estar saliendo con mi hija lo convertía en mi… yerno. Y como tal, me debía respeto, ¿o no? Dudaba de tal afirmación, pero bueno.

Al beberme todo el café, me puse el mono del trabajo con algo de dificultad y cogí el abrigo. Cuando lo tuve todo en orden, miré a mi hija que seguía dormida y me fui.

*~*~*~*

Lidia

El día se presentaba como otro cualquiera, sino fuera porque mi hijo ya estaba en pie y me esperó para desayunar. Al verlo en el comedor me alegró y le saludé con energía, fingiendo que dormí bien.

   —Buenos días. ¿Has dormido bien? —Daniel me echó un vistazo y torció la boca.

   —Seguro que mejor que tú. —ante esa afirmación, carraspeé y enseguida vino el mayordomo nuevo.

   —¿Qué deseáis para desayunar? —preguntó con tono serio. Daniel fue el primero en contestar.

   —Dos medias tostadas de tomate, un vaso de zumo de naranja y un croissant. —le miré con sorpresa. ¿Cuánto hacía que no comía tanto?

   —Yo… solo un café cargado. —pedí y mi hijo me miró con mala cara —. ¿Qué?

   —Deberías comer algo más. Te ves pálida y ojerosa. —dijo calmadamente.

   —Gracias por los cumplidos… — ¡y eso que me había maquillado! Daniel suspiró.

   —Sabes que no lo digo para fastidiarte, es que simplemente no te ves bien. Y creo saber porque. Pero no es de mi incumbencia, así que no tienes porque hablarme de ello. —hizo una pausa y lo miré asombrada de que por fin mi hijo se preocupase por mí. O sea, sabía que lo hacía, pero no hasta este punto. Sin saber porque, casi me eché a llorar.

   —Claro que es de tu incumbencia. Eres mi hijo y tienes derecho. Pero… por ahora será mejor que mis problemas los resuelva yo. Ya has tenido suficientes tú para que ahora te cargue con más. —él se encogió de hombros y permanecimos en silencio durante unos minutos.

   —Eres mi madre y quiero que seas feliz porque te lo mereces. Y sé que no he sido el mejor hijo del mundo, pero aun así yo… —vi como crispó los puños por encima de la mesa y giró su rostro a otro lado para evitar mirarme. Me sentí mal por no hablarle de mis problemas…

   —Lo sé. Sé que quieres mi felicidad, como también que yo deseo la tuya. Pero hijo, este problema que tengo no es tan sencillo de resolver. Hay ciertas cosas que una mujer no debe hacer… y menos si es para rebajarse. —él me miró asombrado.

   —Sé que te refieres a Luis. Y sé que lo que hizo no estuvo bien. Lo sé, pero también sé que es padre de Miriam, y si ella confía en él, es por algo. No le estoy justificando ni nada, solo quiero que veas las cosas como son. —en ese momento apareció el mayordomo y nos trajo el desayuno.

No dijimos ni una palabra lo que restaba de desayuno y pensé en lo que Daniel me había dicho. Por una parte, sabía que debía ver las cosas tal y como eran, pero yo todavía no había perdonado del todo el engaño al que fui sometida. No, no era eso exactamente, sino que me creyera su amor cuando en realidad le interesaba mi dinero. ¡Eso era lo peor! Me sentí ultrajada, usada… Ni hablar, no podía rebajarme a volver con él. Y aunque ya no era una jovencita, tampoco podía desperdiciar el resto de mi vida con un hombre aprovechado.

Pero, por otro lado, las últimas semanas que pasé junto a él me hicieron ver a otro hombre. Uno más amable, también más humano por así decirlo ya que se enfadaba conmigo por ciertas cosas cuando antes me daba la razón como a los locos. Bueno, y además él afirmaba haberse enamorado de mí realmente, pero… La duda, la duda carcomía mi corazón. Y había muchos motivos promovidos por el amor que juraba profesaba hacia mí y mi hijo. Como el hecho de que se interpusiera entre la bala y Daniel. Eso, sin duda, probaba su sentido de la responsabilidad. Suponía que se había dado cuenta de la grave falta que cometió y quería remediarla con buenas obras. Y si, estaba claro que con ello había conseguido remover mi corazón, pero eso no bastaba. Yo era una mujer con principios, una que no se rendía ante lo mínimo, ¡y miradme! Ahora estoy dudando y tengo miedo de no saber acertar con mis decisiones. Parecía que tenía la edad de mi hijo, y me enervaba. No quería volver a ser la de antes, no cuando sabía lo equivocada que estaba entonces.

Al darme cuenta, me encontraba sola en el comedor con el café helado, como mi corazón. Suspiré y decidí poner fin a esta dichosa disputa interior. El tema se había acabado, ya no pensaría más en él. Vería a Miriam a menudo y punto final. No quería rebajarme.

Me levanté de la silla y fui directa a las escaleras. Tenía que acabar de leer ese informe y ponerme al día en diversos temas. Fui caminando rápidamente ojeando la sala. Las empleadas llevaban cestos con ropa sucia, los guardaespaldas hacían turnos de vigilancia y el mayordomo estaba de pie mirándome. Seguramente a ver si yo le pedía alguna tarea. En cualquier caso, no podía detenerme a charlar con mis empleados, así que seguí mi camino con expresión de preocupación. Pero, justo cuando comencé a ascender el segundo escalón, alguien llamó al timbre del gran portón. El mayordomo se apresuró a abrir la pequeña puerta de la mansión y a dirigirse al portero. Oí lo que el hombre dijo. No sabía porque, pero tenía una mala sensación.

   —Ajá, ahora mismo le abro. —respondió el mayordomo y pulsó el botón para que el visitante entrase. Luego, se acercó a mí y me dijo —: Se trata de una conocida de su marido. La he dejado pasar. —ante esta inesperada visita, no pude más que asombrarme. ¿Quién sería? ¿Y por qué me inquietaba que fuera mujer? Sin darme tiempo a contestar, la puerta se abrió dejando pasar a una mujer menuda pero muy hermosa.

Ella se quedó en la puerta mirándolo todo con una expresión de vergüenza, aun así, se veía una mujer madura y serena. Su cabello corto y rubio permanecía impoluto, al igual que su ropa formal aunque algo simple. Al darme cuenta de que la observaba, decidí caminar para ponerme a su lado. Debía averiguar lo que quería de Luis.

Cuando me acerqué lo suficiente como para poder mirar el color verde de sus ojos —que parecían ser del mismo tono que el de Miriam—, la saludé con propiedad.

   —Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —ella me miró sonriente y luego carraspeó. Se secó la mano antes de estrecharla con la mía.

   —Buenas… Mmm, me llamo Blanca Martos. Soy la cuñada de Luis de la Fuente. Usted debe ser Lidia Saldivar. —la miré de nuevo y pude comprobar que se parecía muchísimo a Miriam, salvo por el color de cabello. Era menuda y delgada, si bien su rostro era redondito como el de ella. Era muy guapa…

Una vez Luis me mencionó que no tenía familiares… pero veo que mentía. Para variar. Salí de mi ensimismamiento y le sonreí.

   —En efecto, soy Lidia. Pase por favor, si ha venido hasta aquí, sería para hablar. ¿Verdad?
  

*~*~*~*
Luis

A las tres de la tarde acabé de trabajar y me dispuse a subir al autobús de línea cuatro. Al subir y pagar, me dirigí directamente a cualquier asiento y me desplomé en él, reventado. Solo quería comer y dormir… Bueno, y ver cómo estaba mi hija. ¿Habría hecho bien el examen? ¿O era ayer cuando lo hizo? En cualquier caso, debía hacer algo con ella para que no se deprimiera. Porque la conocía y sabía que no se sentía a gusto.

Mientras miraba por la ventanilla del autobús, suspiré amargado. Esto era un asco, sin Lidia nada valía la pena. Era como si me hubieran sacado una parte de mí, así me sentí cuando mi ex mujer falleció. Vacío. Sacudí la cabeza para expulsar sentimientos tan pesimistas y me concentré en el paisaje helado. Hacía frío, pero el sol salió y ahora lucía esplendido sobre el cielo. En la acera, los transeúntes corrían a sus casas para comer y estar con la familia. Yo, en cambio, tenía que coger el bus para llegar en diez minutos. Volví a suspirar, debía hacer algo ya…


Subí al ascensor de mi “magnífico” bloque de pisos y pulsé el botón cinco. Al hacerlo, un misterioso sonido chirriante se escuchó dentro del ascensor y me temí lo peor, pero no sucedió nada y llegué a salvo a mi planta. Me bajé rápidamente —pensando que la próxima vez subiría por las escaleras—, y saqué las llaves del bolsillo. Al hacerlo se me cayeron y tuve que recogerlas. Luego las introduje en la cerradura y abrí mi puerta. Cuando entré, arrojé las llaves a la mesita de entrada y colgué mi abrigo en el perchero. Me fui quitando ropa hasta que casi me quito los pantalones, —véase que estaba entrando al único cuarto que había en el piso—, pero de pronto, oí dos voces en vez de una en el salón. Así que me asomé y…

   —¡Papá! ¡Mira quien ha venido! —gritó mi hija sonriente. Ésta sostenía un vaso con agua y parecía que lo estaba llenando porque en la otra tenía una jarra. Miré a la otra persona que había junto a Miriam y casi me caigo de espaldas.

   —Luis, hola. —me saludó fríamente y la atmósfera se tensó. Mi hija forzó una sonrisa y, como siempre que la veía a ella, intentó dulcificar el ambiente.

   —Esto, papá. Mi tía Blanca está hambrienta, ¿por qué no comemos ya? —preguntó comenzando a servir los platos.

Blanca me miró con los ojos entrecerrados y supe que no me había perdonado. Siempre había sido así, y no iba a cambiar la cosa ahora. Pero, ¿por qué había venido? Y encima a estas alturas de mi vida. Cuando todo me iba mal. ¿Es que alguien confabulaba contra mí o qué?

Me senté en la mesa, justo en la punta, y mi hija y Blanca lo hicieron a los lados. Sin decir nada, comenzamos a comer espaguetis con poca salsa de tomate y algo salados —jamás le diría a mi hija que cocinaba mal, simplemente era comestible la comida y no podía quejarme—, a la vez que el silencio nos invadió sin remedio. Oí más de un suspiro por parte de Blanca y no pude más, salté.

   —¡¿Por qué diablos has venido?! —exclamé y Blanca se limpió la boca con una servilleta. Cuando acabó, me miró seriamente con esos ojos que me recordaban a mi ex mujer.

   —Papá, no te pongas así… —suplicó mi hija con voz apenas audible. Blanca le sonrió y luego habló.

   —Luis, jamás imaginé que tu vida hubiera cambiado tanto. Me ha sorprendido mucho. —declaró Blanca con soltura y me miró el brazo de forma sospechosa. La miré sin entender lo que intentaba decir.

   —Eso no contesta mi pregunta. —ella suspiró y se acomodó en el respaldo de la silla.

   —Hace unas semanas que supe de tu boda con Saldivar. He de decir que yo no veo ni leo prensa de cotilleos, pero esta noticia saltó a mis ojos y no pude ignorarla. No podía ignorar que mi sobrina estaba pasando por estas turbulencias. Por no decir que ese actor… —meditó unos segundos en los que no consiguió acordarse y Miriam intervino.

   —¿Ren?

   —¡Si, eso! Bueno, que ese Ren era tu hermanastro, Miriam. Bueno, no sé cómo estabais y decidí haceros una visita. ¡Y mira con lo que me encuentro! —me miró con burla y luego se rió en mi cara —.¡Sabía que no podrías ser trigo limpio! Mira que engañar a tu mujer. —apreté los dientes e intenté calmarme.

¿Cómo se había enterado de eso? Bueno, las noticias no es que fueran muy discretas… Y, además, a Blanca no es que le cayera muy bien, eso estaba claro. Seguro que había venido solo para atormentarme.
  
   —Sabes perfectamente bien que mientes. Solo estas aquí para burlarte de mí. Y si es así, te quiero fuera de mi casa. —aseguré cabreado. Mi hija se puso de pie y me fulminó con la mirada. Blanca meneó la cabeza.

   —¡Papá! ¿Podrías dejar de pelearte con mi tía? ¡Ella no quiere nada malo para nosotros! Ha venido porque se preocupa. —dictaminó Miriam.

   —¡Basta por favor! Vale que no me caigas bien, Luis de la Fuente. Pero la hija de mi hermana esta contigo y tengo que tragarte. Así que, si tenemos que llevarnos bien por un tiempo, lo haremos. ¿Está claro?

La miré embobado. Por unos segundos creí ver a mi ex mujer y no a Blanca. Maldita sea, ella murió. No debo recordarla más o me atormentaré. En cualquier caso, debía tomar una decisión. Aunque ella y yo no nos lleváramos bien, tenía derecho a ver a su sobrina. Al igual que Miriam tenía que ver a su tía. Ya habían pasado varios años separadas y no podía arrebatarles el verse. Agaché la cabeza y suspiré.

   —Haz lo que quieras. Yo me retiro. —dije con molestia. Me fui retirando, pero cuando quise encerrarme en el único cuarto, su voz irritante me interrumpió.

   —He visitado a tu mujer. —me giré en redondo y la encaré.

   —¿Por qué has hecho eso? —pregunté exaltado. Miriam nos miraba a uno y a otro, sin intervenir.

   —¿Es que no me has escuchado? Creía que todavía vivías con ella. Pero veo que os habéis separado. 

   —Temporalmente. —añadí decidido y ella enarcó una ceja.

   —Ah, ya veo. Eso quiere decir que Lidia no sabe que aun la amas. —me avergoncé un poco, pero luego me dije que Blanca me quería tomar el pelo.

   —¿De qué habéis hablado? —pregunté fastidiado y con mucha curiosidad. Vi de reojo como mi hija seguía comiendo con una sonrisilla en los labios.

   —¿Eso qué te importa? ¿No me odiabas? —aseguró ella.

   —¿Y eso qué tiene que ver? ¡Vah! Me da igual. Quédate lo menos posible y no molestes. —no vi la cara que puso cuando me introduje en el cuarto y cerré de un portazo.

*~*~*~*
Lidia

18:40 h Despacho de Lidia.


Las nubes parecían más grises que de costumbre, pero lo gracioso era que no descargaban lluvia. Y yo estaba tan absorta en el paisaje que veía por la ventana de mi despacho que no prestaba atención a los informes. Apoyé una vez más mi mano en la barbilla y suspiré. ¿Cuántos suspiros iban ya? Unos cincuenta en menos de una hora. Pero la conversación con Blanca no se me quitaba de la cabeza. Esa mujer inspiraba inocencia, pero iba directa al grano y era muy resuelta. Tanto, que no pude resistirme a contarle mi situación con Luis. ¡Y eso me sacaba de quicio! ¿Por qué le había confiado tal cosa a una desconocida?

Pero bueno, ella también me había contado un par de cosas interesantes que me dejaban más claro aun que Luis no era buena persona. Estaba dudando —y todavía lo hacía—, pero ya estaba claro. Luis no podía ser más mi marido. Había cometido demasiadas faltas en el pasado como para que ahora se convirtiera en un hombre honrado. Es más, seguro que a la pobre de Miriam la tenía en lamentables condiciones. Sin embargo, yo respetaba sus decisiones y me pareció muy adecuado que se fuera de mi casa. Si era verdad que me quería, era lo menos que podía hacer. Aunque algo en mi pecho seguía vacío y no entendía el motivo. Si ya sabía que él no era adecuado para mí, ¿por qué seguía dándole vueltas al asunto?

   —Ahh, no debí encontrarme con Luis nunca. Así yo no me hubiera enamorado de él y sería más feliz…

   —Tienes razón, pero no nos hubiéramos reconciliado. Y seguiríamos como antes. ¿Es eso lo que querrías en tu vida, mamá? —Daniel me sobresaltó y me giré enseguida. Estaba en la puerta de entrada y luego la cerró. Caminó hasta mí y me dio dos besos. Su cara denotaba agotamiento.

   —Bueno, si lo pones de ese modo… quizá ha sido mejor el conocer a Luis y pasar por todo esto. Pero, ¿para qué si ahora no somos nada? —Daniel sonrió de medio lado y me miró con dulzura.

   —En eso te equivocas. Yo también pensaba así, y mira lo que soy ahora para Miriam. Lo que somos. —se llevó una mano el pecho y luego carraspeó —.Perdona por molestarte, pero vengo a darte una noticia. —presté atención.

   —¿De qué se trata?

   —Alex llamó a mi tía esta mañana. —suspiré aliviada.

   —¿Dónde está ese sobrino mío? No sé qué mosca le ha picado para… —Daniel me cortó con mala cara.

   —Mi tía sigue sin saberlo. Solo llamó para decir que estaba bien y que no le buscásemos. Que sentía las molestias.

   —¿Por qué no me ha dicho nada Almudena? —pregunté más para mí misma.

   —Creo que esta muy deprimida. No sé, yo hablé con mi tío hace unas horas y me lo contó. Será mejor que vayas a verla. —me aconsejó y se acercó para darme otro beso —.Yo debo ir a la empresa ahora. Me reclaman. —me guiñó un ojo y suspiré.

   —¡Espera, Daniel! Tengo que decirte algo… —él paró de caminar en seco y me prestó atención. Iba a contarle lo de Blanca, pero cambié de opinión. Mi hijo ya tenía suficiente con su vida para que ahora yo viniera y le contase mis preocupaciones —. No, nada. Que tengas suerte. —asintió y se marchó.

Bueno, será mejor que vaya a ver a Almudena. La pobre estará destrozada…

*~*~*~*
 
Luis

Era imposible no enterarse de lo que las dos mujeres que ahora mismo habitaban mi casa decían. Y no es porque gritaran, sino que las paredes parecían de papel y el salón comunicaba con el cuartucho este. Así que, por más que lo intentara, terminaba por oírlo todo.

Tanto Miriam como Blanca habían hablado por horas, ¡hasta creo que no recogieron la mesa! Sabía que Miriam quería hablar con su tía antes, pero jamás imaginé que le contaría tantas cosas. ¡Ni a mí me decía tanto! En cualquier caso, escuché cosas interesantes…

Como por ejemplo, que Blanca fue a hablar con Lidia y le contó quien era —lógico—, y que terminaron hablando como viejas amigas. Esto me desconcertó porque pensé que Blanca no hablaría cosas agradables de mí y me preocupó bastante. Bueno, Lidia ya sabía que yo antes no era trigo limpio, pero había cambiado. En cualquier caso, Lidia terminó por decirle TODO lo que nos había pasado y Blanca se puso de su parte. No era de extrañar porque me odiaba, pero una cosa era esa, y otra que charlara amenamente con una desconocida y le soltara toda mi vida.

En fin, acabé por cansarme de oír la conversación y me dormí. No sé cuanto tiempo ni si me había perdido algo, pero cuando me levanté ya eran las siete y media y ellas no estaban en la casa. Aliviado porque Blanca no estuviera mirándome con esa cara de asesina, decidí pasearme por el barrio para darme una vuelta y pensar en mi primera jugada. A ver, según lo que oí de Blanca, Lidia tenía claro que fui un canalla al que no perdonaría en la vida. Eso lo entendía, ahora la pregunta era; ¿Sería capaz de perdonarme si insisto? ¿Si le demuestro que la quiero? Para mi antiguo yo no sería difícil, pero ahora era alguien nuevo, y como tal, debía de ser honrado y honesto. Para ello, haría las cosas bien. Y empezaría hoy mismo.

Aunque con Blanca de por medio sería problemático puesto que ella intentaría fastidiarme lo máximo posible.

Y sé lo que pensáis, que una mujer adulta como ella —tiene 37 años—, no se comportaría como lo pongo yo. Pero no la conocéis. A Blanca ya le caía mal cuando me casé con su hermana, pero a raíz de su muerte fue aun peor. Me achacaba toda la culpa a mí cuando yo estaba más hundido. Además, quería la custodia de mi hija porque no me creía capaz de criarla solo. En eso llevaba parte de razón, pero de no ser por mi hija, no hubiera llegado tan lejos y me habría hundido en la miseria y en los recuerdos de mi ex mujer. Así que luché cuanto pude para convencer a Blanca de que yo era capaz de criar a mi hija, y lo conseguí. No sé lo que hice, pero ella me dejó tranquilo. Tanto, que no nos visitó nada más que unas cuantas veces en muchos años.

Es así como era y no poda cambiarla. Por eso, me temía una mala reacción por su parte a la hora de reconquistar a Lidia. Porque estaba seguro de que se metería en mis asuntos, solo para fastidiarme. Pero bueno, ya me las arreglaría para que no se enterara de lo que planeaba. Y como ahora no estaba conmigo, pues iría a darme una vuelta por el barrio. Para pensar mejor.
*~*~*~*
Lidia

En la gran casa de Almudena se respiraba melancolía y preocupación. Aunque también un cierto grado de enfado. Sin duda, sentimientos impuestos por la desaparición de Alejandro. No podía pensar porque lo hizo, pero simplemente creí que mi sobrino necesitaba espacio para resolver sus asuntos. Vamos, nada grave. Sin embargo, conocía a mi hermana más de lo que querría y sabía que esta se preocupaba muchísimo por su hijo. Además de que invirtió una buena suma de dinero en los colegios de Alejandro y le proporcionó una educación excelente. Tanto ella como Francisco  querían que su hijo fuera un buen jefe para la empresa Talented Actors S.A. Y así estaba siendo. Alex jamás les dio problemas y no entendía porque ahora se ponían así porque su hijo se marchara un tiempo. Ya había llamado para decirles que se encontraba bien, ¿por qué seguían así?

Miré a mi hermana que recién aparecía en el gran salón de su casa. Vestía unos pantalones blancos de seda y una camisa ancha negra. Llevaba un pañuelo de color crudo y su pelo lo llevaba recogido en una coleta alta. Se le escapaban algunos mechones que dulcificaban su afilado rostro. Ella siempre ha sido muy elegante y fina, como yo. Nuestra madre nos inculcó eso y siempre lo hemos llevado a cabo.

Almudena se puso a mi lado y la abracé. Cuando nos separamos me fijé en que tenía ojeras y apenas sonreía. Me preocupé.

   —Hola, hermana. ¿Cómo estás? —pregunté sentándome. Ella hizo lo propio y habló.

   —Mejor que ayer. Por lo menos ya sé que esta bien, pero su voz... parecía dura y apagada. Como si tuviera que meditar algo. No lo entiendo. ¡Si iba todo bien! Además, ¿qué pasará con las clases en la universidad? No puede dejarlas así como así. —me miró angustiada y suspiré.

   —A lo mejor necesita descanso. Un hombre de su edad también necesita un respiro. No puede llevar las dos cosas a la vez.

   —¡Pero él eligió la carrera de psicología! Y aceptó de buen agrado la responsabilidad de la empresa. No, no creo que sea eso. —meditó mi hermana. Posé mi mano en su hombro con dulzura y le dije:

   —No te preocupes. Vendrá, seguro que esta en uno de sus apartamentos. No te tortures. Tu solo ten paciencia, verás como se soluciona. —relajó la expresión y me abrazó.

   —No sé qué haría sin ti. —miré la estancia y pensé en Francisco.

   —¿Y Fran?

   —En la empresa de actores. Esta eligiendo a un suplente de Alex... De momento, ya sabes. —asentí y me levanté.

   —¿Quieres dar un paseo por el jardín? Te sentará bien caminar. —ella suspiró y se levantó también.

   —Claro, el frío me hará aclarar las cosas. Necesito despejarme...


Cinco minutos después, nos encontrábamos en el precioso invernadero de mi hermana. Ella siempre se interesó por las plantas —al contrario que yo—, y lo primero que hizo al instalarse en esta casa fue construir uno. No ella, claro, pero lo decoró en persona. Así pues, ahora mismo estábamos paseando entre plantas de todo tipo. Los lirios eran mis favoritos —aunque no conociera muchas plantas—. Los olí y sonreí.

   —Recuerdo cuanto te gustan estas flores. Si quieres, puedo hacerte un ramo. —negué rápidamente.

   —No, no. No hace falta, no quiero que estas preciosas flores se marchiten en un jarrón. Prefiero que estén aquí, bien cuidadas. —dimos unas vueltas más y Almudena me preguntó algo incómodo.

   —Lidia, dime qué os pasa a ti y a Luis. Creo que necesitas desahogarte con alguien, y yo estoy aquí. —me sonrió con dulzura y comprensión y terminé por suspirar y sentarme en un banco blanco con detalles dorados. Ella me imitó.

   —Almudena... Todo es un caos en mi interior. No sé lo que debo hacer, aunque conozca la mejor solución.

   —¿Y cuál es tu solución?

   —Pasar de él. —mi hermana asintió y miró unas campanillas doradas que colgaban de los techos.

   —¿Estás segura de que esa es la mejor solución? ¿Qué te ha hecho exactamente?

   —Pues... es algo complicado, pero va siendo hora de que lo conozcas a     Luis mejor...


~

Después de contárselo, me quedé un poco más calmada. Como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Aunque ya había repetido dos veces la misma charla. Una con Blanca y otra con mi hermana. Pero por más que lo repitiera, no cambiaban mis sentimientos. Mis egoístas sentimientos.

   —Ya veo... Pero, ¿sabes? Creo que ha cambiado. Es decir, si arriesgó su vida por Daniel, además de que te ha jurado que te quiere, y de que te reconquistará... No sé, yo le daría otra oportunidad. Bueno, y hay otra cosa de por medio que no debéis ignorar. —la miré sin entender —. Que estáis casados. No sé, eso es un gran peso. —suspiré.

   —Eres demasiado puritana, hermana. Eso no es ningún impedimento. Eso si, tendré que pensar en darle una segunda oportunidad. —Almudena me miró sonriente.

   —Y tu eres una hipócrita. No sabes aceptar tus sentimientos. Todavía lo amas. —aseguró convencida.

   —¡Eso no...!

   —Si, claro. Di lo que quieras, pero no me engañas.

Nos pasamos allí una hora y luego me disculpé para irme a mi casa. Todavía no había resuelto los informes de la empresa y debía hacerlo ya. Por otra parte, primero necesitaba poner en orden mi cabeza. Mi hermana me había abierto los ojos, me había hecho ver lo que no quería, y con ello podría seguir adelante. Me gustaría pensar que todo me saldrá bien...

Así pues, con la limusina y seguida por mi guardaespaldas, me dirigí al centro de la ciudad y me bajé para comprar algo que encargué la semana pasada. Se trataba de un collar para mi hermana puesto que su cumpleaños llegaría en breve.

Al acabar de pagarlo, salí de la tienda y me encontré con la persona que menos quería ver en estos momentos. No por nada, sino porque todavía no estaba preparada.

Allí, delante mía, se encontraba Luis con una mujer colgada de su brazo —a la que solo dirigí mi mirada unos segundos— antes de salir pitando de la maldita situación. Mi guardaespaldas me siguió, pero yo no tenía noción de nada más que de salir corriendo. Así que seguí caminando mientras finas gotas de lluvia caían desde el cielo gris.

Solo escuché mi nombre un par de veces antes de sentir cómo me resbalé y caí irremediablemente al suelo...

¿Por qué me pasaba esto justo ahora?

Continuará...

~

Autora: ¿Qué tal? Bueno, decir que el plan de re-enamorar tendrá otra parte más. Así que se resolverán las cosas en el siguiente capítulo. Y que no os haré esperar demasiado porque planeo subir pronto ;)

¡¡Sin más, un beso y nos leemos!! =)

Conviviendo con la Mentira © [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora