Capítulo Veintiuno: El jodido vengador.

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Capítulo Veintiuno: El jodido vengador.

Me levanto de lo que se ha convertido en mi tumba personal y me pongo la ropa habitualmente hortera del día. Hoy no iba a ser ninguna vez Ren, es más, tenía que estudiar por lo que me quedaría en casa todo el día. Rezaría para que a Lidia no le diera por llevarnos de excursión porque, de verdad, no tenía ánimos.

Salí de mi cuarto sin ordenarlo ni si quiera y bajé a desayunar. Contando con que son las ocho de la mañana no habría mucha gente, así que aprovecharía para desayunar tranquilo y pensar unas cuantas cosas. Como por ejemplo, ¿qué coño iba a hacer con todo este asunto de Elisa? Porque esta claro que no puedo vivir así por mucho que ella se empeñe en lo contrario.

Bajando las escaleras, vi como Rosa llevaba una bandeja hasta el comedor y supe que alguien ya se había levantado. Bueno, ya que estaba despierto y cambiado me daba igual.

Entré y me encontré con una Miriam arreglada para salir y mirando la televisión como si fuera lo más importante del mundo. No quise llamar su atención, por lo que me senté y, cuando Rosa vino para ver lo que quería desayunar, se lo pedí y se marchó con una mueca extraña. Creí que Miriam se mostraría dolida o, peor aún, que me ignorara, pero cuando me habló no pude dar crédito a lo que oía y veían mis ojos.

   —Buenos días, ¿has dormido bien en la cama donde me desvirgaste? —su sonrisa ancha y su voz cargada de sarcasmo me alertó. Solo la conocía de unas cuantas semanas, pero creo que no esta nada contenta… y no es para menos.  

   —Pues fíjate que si. Al contrario que tú, parece que has llorado toda la noche. —mentí pues no había dormido casi nada y, cuando lograba cerrar los ojos, tenía pesadillas. No quería ser así de cruel, pero debía dejarle claro que no podíamos volver. Tenía que mostrarme como un cabrón porque así sufriría menos luego. Si se olvidaba de mi, si me odiaba con toda su alma, más posibilidades habrá de que me deje en paz. Así no saldría herida.

   —Claro, alguien tan falso como tú, tan egoísta y manipulador no le importaría haber quitado la virginidad a una adolescente. ¿Verdad? —esa sonrisa me desconcertaba, sin duda disfrazaba muy bien sus sentimientos. Comenzó a comer su tostada, pero al ver que la miraba la tiró al plato y se levantó cogiendo la comida.

   —¿A dónde vas? —inquirí disimulando mis ganas de abrazarla, de consolarla y de pegarme una ostia.

   —No puedo comer con cerdos que se aprovechan de chicas inocentes. —musitó alejándose de mi. Crispé los puños y me levanté decidido a herirla por sus palabras. Le cogí de la muñeca e hice que me mirara a los ojos. Descubrí que los tenía llorosos. Joder, no podía verla así. La solté y terminó de marcharse de la cocina, casi tira a Rosa al suelo por lo rápida que iba. La cocinera me miró con cierto reproche, pero caminó hasta mi, me dio el desayuno y se fue tras Miriam. ¡Joder! ¡¡Hasta Rosa puede consolarla!! Me sentía fatal, un gilipollas inútil que no podía decirle a la chica que le gustaba lo que pasaba entre nosotros.

Volví a sentarme para desayunar, pero el apetito se había esfumado… Vaya asco.

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Conviviendo con la Mentira © [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora