CDU 2 - El legado de Faedra [...

By litmuss

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Cuando los miedos superan las seguridades, el mayor refugio se halla en ti mismo. Luego de conocer la cruelda... More

El legado de Faedra ©
Probar suerte
Parte I
P1: Capítulo 1
P1: Capítulo 2
P1: Capítulo 3
P1: Capítulo 4
P1: Capítulo 5
P1: Capítulo 6
P1: Capítulo 7
P1: Capítulo 8
P1: Capítulo 9
P1: Capítulo 10
P1: Capítulo 11
P1: Capítulo 12
P1: Capítulo 13
P1: Capítulo 15
P1: Capítulo 16
P1: Capítulo 17
P1: Capítulo 18
Parte II
P2: Capítulo 19
P2: Capítulo 20
P2: Capítulo 21
P2: Capítulo 22
P2: Capítulo 23
P2: Capítulo 24
P2: Capítulo 25
P2: Capítulo 26
P2: Capítulo 27
P2: Capítulo 28
P2: Capítulo 29
P2: Capítulo 30
P2: Capítulo 31
P2: Capítulo 32
P2: Capítulo 33
P2: Capítulo 34
P2: Capítulo 35
P2: Capítulo 36
P2: Capítulo 37
P2: Capítulo 38
Epílogo: Por nosotros
¿Qué estamos haciendo las autoras?

P1: Capítulo 14

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By litmuss

—Ese dragón hablando era el mío —informó al señalar con sus dedos, un hermoso dragón verde que se alzaba sin miedo frente a todos—. Él era su líder, tal como lo es Alhaster ahora —En esa parte, no pude ocultar mi sorpresa. El parecido en nuestras historias era inmenso—. Como es de esperarse, Elric se negó, agotando la posibilidad de que su escuadrón sobreviviera.

El silencio que prosiguió a la petición de los dragones, se deshizo con el rugir de los mismos que ahora parecían más asiduos a luchar.

—Pero aún con todo aquello, Elric y su ejército tenían un arma oculta... la esencia de inaeternum en todas sus armas... —hizo una pausa al observar como uno de los dragones era atravesado en el pecho con un arpón, dejando en el lugar su grito agonizante. Tuve que contener las ganas de llorar al verlo caer, sus alas se movían de forma descoordinada, mientras azotaba su enorme cabeza contra el suelo, agitando la tierra, y su espesa sangre recorría cada grieta—, lograba matarlos sin piedad.

—No quiero ver a los dragones morir —supliqué al llevar una mano a mi cuello.

Era imposible no sentir pena al ver que sus hermosos ojos perdían vida con cada aliento exhalado y en ellos sentía como mi vida se desvanecía—. ¡Por favor, Faedra!

—Ilora, serás la futura reina, debes conocer con detalles todo lo que ha ocurrido. El dolor de una raza en medio de la guerra, no es algo a lo que puedas escapar, serás parte de muchas y tendrás que liderar otras, siempre por el bien de tu pueblo — regañó en un tono tan severo que me hizo pensar en lo poco apta que todavía era para reinar.

» La guerra duró más de lo que creía posible y los dragones caían gracias a la inaeternum. Algunos de mis amigos, a los pocos que pude proteger de la influencia de Elric, y yo, además de otras criaturas que no deseaban esa lucha, estuvimos junto a los dragones, pero no era fácil y mi magia se agotaba... Sentía mi cuerpo debilitarse con cada respiración, pero no podía compartir aquello, porque entonces mi dragón no me permitiría ayudar.

—¿No intentaste acercarte a hablar con Elric?

—Hablar con alguien consumido con la guerra, es intentar nadar contra la corriente. De hecho, habría sido bueno que recordara mis propias reservas hasta el final.

La imagen frente a nosotros cambió y un paisaje árido y hostil remplazó los lagos de sangre. Una Faedra cansada y con ropas de campesina, enfrentaba a Elric y a su ejército, que le miraba con ira contenida. El viento levantaba la arena con fiereza y el hermoso cabello de Faedra ya no era más que un recuerdo, pues ahora se veía desordenado y enmarañado.

Era el vestigio de una reina, pero sus orbes color avellana seguían mostrando fuerza, en medio de la destrucción.

—Sabía que Elric quería matar a mi dragón, pero jamás podría llegar a él por su cuenta y ambos éramos conscientes de ello. Él era tramposo y no dudó un momento en atacarme.

Mis ojos se dilataron por completo al observar como un enorme arpón oxidado, con algún tipo de sustancia en su punta, era lanzado contra ella.

Faedra —quedándose estática— sostuvo en sus sangrantes manos lo que parecía un diario, murmurando palabras inaudibles. Casi creí que la vería caer, cuando —apareciendo como un holograma— su dragón se interpuso entre el arpón y su protegida, recibiendo el golpe.

Los gritos de Faedra se alzaron a la vez que la victoria por parte de los subordinados de Elric era anunciada. Habían vencido al líder de los dragones. Una desesperada Faedra recitaba poderosos cánticos que lograban iluminar por completo el cuerpo de su dragón, mas este, quien gritaba y retorcía su cuello de dolor, intentaba apartarla de él con sus enormes alas. Era una imagen desgarradora.

—¿No pudiste salvarlo? —pregunté en un tono tan bajo que se cortaba con facilidad.

Faedra lloraba con tanta intensidad que me destrozaba por completo. Fue inevitable no recordar la prueba de Liatris, ¿y si algo como eso le llegaba a suceder a Alhaster?

No, no podía ir por allí. Sacudí mi cabeza y alejé esas conclusiones.

—En ese momento ya era imposible, Ilora... Somos hechiceras poderosas, pero no podemos tratar a la gente de vuelta de la muerte, ni inhibir las características propias de la flora de nuestro reino —dijo con dolor al elevar una mano frente el paisaje—. Continuaré si no te importa...

» Mi dragón murió en mis brazos y su último aliento aún lo conservo en mi memoria. Lo había perdido todo, Ilora, pero no fui consciente de ello ese día.

Las imágenes cambiaron con rapidez. Los dragones seguían cayendo como aves en cacería y, los que quedaban, cuyo número era escaso, a duras penas podían sostenerse. El cementerio era más cadáveres que ramas o tierra, y de pie, en medio de todo, Faedra y Elric parecían decididos.

—No sé cómo osas llamarte una reina de hechiceros. Más bien podrías ser líder de estas bestias.

—La única bestia en este lugar es la que se ríe en la agonía de los demás. Mis dragones están mostrando la dignidad de la que tú nunca podrás presumir, Elric —repicó Faedra y las manos del señalado temblaron—. ¿Y sabes qué te molesta más? Que esas bestias prefieren morir que rendirse a los pies de un tirano.

—Que afortunado entonces que su vida no dependa de su decisión, sino de la tuya. Ya que no disfrutas estos eventos, ¿por qué no me convences? Suplícame, Faedra. Pídeme que detenga este acto inmisericorde.

Si había creído que Faedra iba con ventaja, perdí toda pretensión cuando pude ver la sonrisa distorsionada que el rey ofrecía.

La batalla se detuvo en segundos y la totalidad de las criaturas, hechiceros y dragones, observaron a Faedra esperando una reacción de su parte. Fue obvio que no le exigirían hacerlo, pero también había rostros esperanzados que, en suma, se convirtieron en grilletes para mi antepasada, que ya no tenía razones para continuar la lucha.

Vi la sombra de una duda en Faedra y Elric también, porque continuó alimentando la narrativa de un hombre cansado que solo esperaba una solicitud de paz para ofrecerla.

—Tus dragones morirán con mis armas, pero yo te estoy dando la oportunidad de salvarlos. ¿Qué es lo que te ata? Has perdido el amor que presumías por un sueño tonto y sacrificaste a tu propia familia. Tu pequeña hermana llora mucho.

Faedra gritó y el cielo tronó. La totalidad de los presentes se mostraron asustados y toda esperanza previa se convirtió en terror. Los hechiceros dejaron de creer en la piedad de Elric y empezaron a ver, una vez más, al hombre desalmado que era.

—Dantia es hermosa, pero dudo que esperes que la despose. Aunque admito que tampoco yo lo querría. No después de pasar tanto tiempo entreteniendo a los nigromantes.

La reina cayó y sus dragones lo hicieron con ella. El momento en que sus dos rodillas tocaron el suelo, el cielo lloró. Si había lágrimas en su rostro, no pudo verse, porque todo lo que lo que Faedra mostraba era miedo y resignación.

—No le hagas daño a Dantia —pidió Faedra, con toda la dignidad que solo una mujer como ella podría sostener al mirar a su victimario hacia arriba—. No ataques a mis dragones, deja en paz a mi pueblo y, por favor, cásate conmigo. Te lo suplico, Elric, sé mi esposo y prometo obedecerte cada día de mi vida.

El hechicero río y fue tan estremecedor que fue fácil saber que no habría cese al fuego. Las esperanzas del pueblo murieron, mientras el ejército lordino rodeaba a una derrotada reina que no pudo permanecer consciente.

—Me atacó en ese momento de debilidad, Elric había acabado con mi espíritu —explicó Faedra, sonriendo con tristeza—. Yo creí que con lo que le dije, todo terminaría bien para los demás. Sin embargo, cuando desperté, supe que no se detuvo y habría llegado al final de los dragones, de no ser por la intervención de un espectro.

—¿El Mortalis Spectro? —cuestioné, recordando las vagas explicaciones de Alhaster y mi padrino, hacía algún tiempo—. Es el dios de los dragones.

—No lo sé, Ilora, no tengo acceso al plano divino. Solo sé que ocurrió algo que detuvo a Elric, pero no evitó que yo siguiera siendo prisionera —afirmó con una sonrisa resignada—. Meses después el día que contraería nupcias con Elric, llevada por la decepción del curso que tomaba mi destino, me volqué en un plan sin retorno.

» Mi diario contiene un poco de información y solo mi elegida podrá leerlo. En él hay anécdotas, pócimas y poderosos hechizos en los que trabajé sin descanso, pero solo podrás verlos cuando estés preparada.

—¿Y eso cuándo será?

—Más vale que lo descubras sola.

—Bien, puedo aceptar eso, pero ¿Qué pasó con tu boda?

Aún podía recordar la imagen alterada de Elric al tratar de explicar que no había provocado la muerte de Faedra.

—No hubo boda. Fallecí justo antes de intercambiar anillos matrimoniales, en el altar. Nunca me uní a Lordania. De cualquier forma, mi diario podría ayudarte en tu camino. Búscalo, solo tú podrás leerlo.

—¿Por qué me ayudas? —cuestioné, sabiendo que sería difícil hallar un diario en aquél basto universo, pero que aun así era un consuelo tener algo que podría ayudarme.

—Porque veo en ti a la hechicera que solía ser. Posees un gran poder y no te has dado cuenta de ello. Nuestro tiempo se está agotando Ilora.

—Liatris puede retenerte todo lo que desee.

—Eso es cierto, pero afuera cosas horrendas están pasando. Escúchame bien, tiempos difíciles están por venir, cuida de tu dragón, pues aunque los dragones sean fuertes, cuando se trata de su protegida se vuelven inmaduros e impulsivos... de ti depende la vida de Alhaster, no al contrario, recuérdalo por siempre —la imagen a mi alrededor empezaba a desparecer y el miedo de perderla solo hacía más dura la situación.

—¡Faedra tengo tantas cosas que preguntarte! ¿Dónde está tu diario? ¿Qué sucederá? ¿Cuál fue la maldición que conjuraste contra Elric? ¿Qué sucedió luego? ¿Quién es la mujer de las aguas?

Las preguntas escapaban de mis labios sin control y cuando quise sostener la mano de Faedra, todo se desvaneció.

***

—¡Ilora! ¡Ilora! Despierta, Ilora.

Escuché mi nombre ser repetido y, poco a poco, comencé a sentir mi cuerpo y la sensación del viento azotando mi rostro.

—Déjala. Aún está en trance —aquella voz la reconocí de inmediato, era Brennan.

—¡¿Cómo se te ocurre llevártela a una secta sin decirnos?! —reclamó la voz de Cassie.

—Órdenes del rey —explicó un Castiel enojado—. Como es posible que llegaran tan rápido... sabíamos que el revelar que Ilora estaba viva llamaría la atención de todos, pero no esperábamos que los nigromantes viniesen por ella.

—¿Nigromantes? —pregunté al entreabrir un poco los ojos. Mis brazos rodeaban el cuello de un Castiel que me cargaba, y a mi alrededor podía observar a mis amigos y mi padre, quien solo mantenía una mirada pensativa.

La luna estaba en su máximo esplendor, haciéndome recordar que, antes de sumergirme en el inframundo con Faedra, ya estaba por amanecer.

—Es de noche... ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Un día completo; el tiempo transcurre de forma diferente en el inframundo, pero ese no es el problema ahora... —dijo Castiel fastidiado—. Malditos nigromantes. Intentaron matarnos mientras estabas con tu muerto. Sin embargo, a ti no te tocaron.

Mis ojos buscaron alguna pista de guerra en Castiel, encontrándome con la manga de su camisa rasgada. Parecía que un felino le hubiese rasguñado la camisa por el terrible patrón de rayas en ella. Me sacudí del agarre del elfo y antes de que alguno de nosotros fuera consciente, estaba intentando mantener el equilibrio sobre mis pies.

—Hija, no creo que sea prudente que camines ahora —pidió Haru, sosteniéndome por el codo, a la vez que los demás se detenían cubriéndome.

Mi mirada buscó a los que me acompañaban y me asustó comprobar que el grupo no estaba completo.

—¿Dónde están Alhaster, Luigi, Piwi y Haliee?

—Los dragones están bien por ahora, ellos no nos acompañan. Alhaster está en su reino, hubo un problema que no pudo explicarnos —calmó Cassie, sin mirarme a los ojos, ya que su vista se alternaba entre los árboles circundantes.

—¿Y los demás? ¿Qué pasa con Haliee y Piwi?

—No sabemos dónde están, hija —susurró mi padre con voz apagada y tuve que tragar un nudo.

—Lamento interrumpirlos, chicos, pero no estamos solos —interrumpió el hada y, frente a nuestros ojos, Brennan saltó frente al grupo, convirtiéndose en lobo—. Hay que dividirnos.

—No creo que sea prudente —dijo Castiel y obtuvo una mirada severa de Cassie.

—Cállate, cállate ahora o yo te mataré con mis propias manos, porque de no ser por los estúpidos secretos de tu raza, nos habríamos ido desde la tarde. Ahora escúchenme con atención. Brennan y yo nos quedaremos a cubrirlos.

—De ninguna manera... —interrumpí.

—Está decidido, Ilora. Te prometo que no lucharé con ellos, solo los distraeremos para que puedan ir por Haliee y Piwi. Nosotros escaparemos y los estaremos esperando en la posada, cuando todo termine.

—Allí estaremos —asintió mi padre y me empujó junto a Castiel, mientras veíamos como Cassie acariciaba la cabeza del lobo, antes de correr hacía al lugar de donde huíamos.

Mis pasos eran apresurados y mi corazón amenazaba con escapar de mi pecho. Junto a mi padre y el elfo casi podía ver a los árboles desaparecer ante mis ojos y como la vegetación iba terminando para dar paso al pueblo. Uno que no reconocí de inmediato, pues mis ojos se encontraron con nada más que destrucción, fuego en algunas de las carrozas comerciales y personas huyendo despavoridas, junto a sus animales, que les protegían con fiereza de un enemigo invisible.

—¿Qué está sucediendo aquí? —pregunté, deteniéndome a una distancia prudente al ver como unos espectros en raídas túnicas negras y con salvajes armas, empezaban a atacar a un grupo de guardias reales.

—Lordania tiene métodos ruines para mantener su poderío sobre nosotros —dijo Castiel con los dientes apretados—. No debe haber magia, no debe haber voz y, sobre todo, no debe haber esperanza.

—¿Desde cuándo lo hacen? —indagó mi padre, desenfundando su espada.

—Desde los días oscuros, luego de la caída de Normandia, Lordania reafirma su fuerza, cada que sus monstruos tienen hambre —siseó el elfo con furia y vi como una de las criaturas se giraba hacía nosotras con la clara intención de atacar—. Sigan, yo los encuentro en la posada...

Sus manos empezaron a ondear en el aire y las ramas de los árboles que antes permanecían inmóviles tras nosotros, ahora estaban a nuestro alrededor, cubriéndonos.

—Castiel no lo hagas...

—Te prometí que te cuidaría, ¡ahora vete!

La siguiente escena fue tan rápida que solo pude reaccionar cuando las manos de mi padre me empujaban tras de sí y como una de las ramas enviaba lejos a uno de los nigromantes.

—Lo siento, Ilora —pidió Castiel y se cubrió con las ramas, a la vez que papá me halaba con él.

"Mira, sé que estás nerviosa y, lo creas o no, yo estoy igual, pero entiende que si te estoy llevando conmigo es porque, si llegase a suceder algo que atentara contra tu vida, yo haría hasta lo imposible por evitarlo. No podría vivir con ello, ya una vez perdí a alguien importante, no planeo que vuelva a ocurrir", recordé las palabras de Castiel, pensando que más le valía sobrevivir y volver con nosotros, o no me lo perdonaría.

—Espera, hija —me detuvo mi padre en medio de mi letargo.

Ni siquiera me había dado cuenta de que solo estaba corriendo sin ningún rumbo aparente. Sentía a mi corazón punzando por salir, por huir lejos y abandonarme en la agonía, pero era imposible, así que con mis brazos solo cubrí la inherente prueba de mi pena y atendí a las palabras de papá.

—Haliee estuvo desapareciendo los últimos días y yo envié a Piwi esta mañana a seguirla. Así que es muy seguro que estén juntos, pero no puedo hacerme una idea de donde estén —confesó.

"Porque eres quien está más cerca de todo y quiero que mires a tu alrededor, que abras bien los ojos y me digas sí parece que hay algo oculto. Yo seguiré confirmando mis sospechas, pero necesito que alguien más sea consciente de lo que hago", las palabras que me habían dicho Haliee me asaltaron, haciéndome sentido.

—El castillo, ella debe estar cerca de allí. Estuvo buscando pistas para confirmar el que nos ocultaran algo, pues había visto la llegada de mensajes con el sello lordino.

—¿Cuándo pensaban contarnos?

—Nunca creímos que fuera tan grave, ni siquiera lo pensé y solo ayer confirmé que pasaba algo, pero no pude hablarle. Lo siento, papá.

—Busquemos a Haliee, luego hablaré con ustedes, ¿me oyes? —asentí—. No me ocultes nada, ¿bien?

La culpa ardió en mi pecho, al recordar toda la nueva información que poseía de Faedra y que no había compartido con nadie. El espejo, sobre todo, era un gran recordatorio de que no estaba siendo sincera.

Estuve tentada a confesarle lo que sucedía, pero un grito nos interrumpió y yo me vi casi empujada hacía el lugar de donde provenía la voz que parecía ser de una pequeña niña. Corrí apresurada, deteniéndome tras unas mesas volcadas en el frío piso, ahora lleno de material de pintura, barro y arcilla, de lo que antes era un hermoso puesto de alfarería.

Haru se agachó junto a mí, con una mirada de reproche, pero sus palabras fueron silenciadas cuando pudo ver lo que yo; una elfa de unos ocho años abrazaba a lo que parecía ser un gran león de montaña, cubierto de sangre, que protegía a dos pequeños cachorritos. Ella sollozaba de manera violenta y sus mejillas se cubrían con lágrimas de pena.

—No lo hagas —me detuvo mi padre, cuando intente levantarme y acercarme a la escena.

—Si la pequeña hubiera sido yo, no habrías dudado un segundo, ¿Qué la hace diferente? —reproché, a pesar de saber que su acto no era más que un intento de protegerme.

Él asintió y, junto a mí, caminó hasta alcanzar a la nena que se deshacía en sollozos.

—¿Cómo te llamas? —pregunté con cuidado, consciente de que ella no debía tener, aún, un entrenamiento élfico, pues de ser así no estaría llorando.

La pequeña, de hermosos cabellos rojizos y mejillas con lunares, saltó y se deslizó lejos de mí y cualquier amenaza que representara. La leona a sus pies rugió en medio de su agonía y los cachorritos se ocultaron más, si es que era posible, bajo sus patas.

—No te haremos nada, linda —dijo papá y guardó su espada, mostrándole que no teníamos intenciones de dañarla.

—¿Cuántos años tienes?

—O... ocho —balbuceó, sorbiendo por la nariz, sin moverse.

—¿Están tus padres contigo?

Negó con vehemencia, al tiempo que sus ojos se volvían a inundar de lágrimas.

—Mami se fue —su labio inferior temblaba y sus pequeños brazos cubrieron su cuerpo del helado aire nocturno.

Ella solo vestía una blusa un poco larga y ni siquiera tenía zapatos. ¿Qué clase de madre abandonaba a una pequeña niña a su suerte, de esa manera? Papá caminó hasta ella, antes de que yo pudiera hacerlo y, quitando la capucha que lo protegía, cubrió a la niña, levantándola en sus brazos.

—¿Cómo te llamas, linda? —pregunté, observando que la leona la miraba con los ojos abiertos.

—Madelen —dijo y cerró los ojos con fuerza, a la vez que otro sollozo escapaba de sus labios—. Naida —señaló a la leona.

—Está muerta, Ilora —explicó mi padre, cuando la niña se ocultó en su hombro—. Los elfos tienen conexión con los animales, ella debía ser suya y ahora puede sentir su ausencia.

—¿Qué hacemos con los leoncitos? —pregunté, escuchando sus bajos lamentos y no pude evitar agacharme y levantarlos en mis brazos.

—No podemos llevarlos, aún tenemos que buscar a los chicos.

—No puedo dejarlos solos, Madelen los necesitará —expliqué, logrando que papá asintiera con desgano.

—Bien, pero no habrá más interrupciones en el camino. Esta vez fue fácil...

Sus palabras fueron silenciadas al ver como amarillentas paredes empezaban a crear una fortaleza circular a nuestra alrededor. Los pequeños brazos de Madelen reforzaron su agarre en el cuello de Haru y yo maldije por lo bajo, al comprender que no podíamos defendernos, no con la niña impidiendo que mi padre se defendiera y las malas condiciones en las que yo estaba.

Tres nigromantes emergían fuera de la fortalezay no teníamos manera de huir.


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