P1: Capítulo 4

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Liatris sabía a la perfección que no era capaz de responder esa pregunta, que aunque el deber primara sobre la voluntad, había cosas que no podía dejar ir, o más bien personas de las cuales nunca me podría separar. Aún no estaba lista para entregarme del todo a las reglas de mi reino, ¿cómo dejaría morir a mis amigos, a mi familia, a aquellos que me habían ayudado y dado todo para que llegara hasta allí? ¿Cómo podría dejar a las personas que amaba?

—Ya te contesté—respondí en un susurro, mientras las lágrimas corrían sin recaudo por mis mejillas—. No puedo más... —la miré con dolor, recibiendo su intensa mirada de vuelta. Liatris solo hacía que el dolor punzante en mi cabeza empeorara, por lo que decidí dirigir mi mirada al suelo y ahí fue cuando vi la sangre que salía de mi nariz. Por si fuera poco, ya no sentía mi cuerpo, solo mi cabeza a punto de explotar.

—Te dije que pararas, hazlo ya —ordenó con impaciencia la reina. En su rostro se notaba el enojo que había causado la vidente al desacatar sus órdenes.

—Disculpe, mi bella reina, solo quería ver hasta dónde era capaz de llegar con la princesa, y tal vez futura reina —respondió ella, mientras se elevaba con la elegancia de un felino y una retorcida sonrisa se posaba en sus labios rojos.

—Guárdate el tal vez... —dije con furia, limpiando mis lágrimas, mientras me levantaba. Mis piernas temblaban tanto que Haru tuvo que correr a sostenerme, pero aun así mi mirada potente no se despegó de la de Liatris.

—Tienes agallas, Ilora, y eres muy fuerte. Una hechicera común no hubiera soportado tanta presión sobre sus huesos. Y bueno, ni hablar de un damnare —replicó con sorna al ver a Haru, a la vez que se giraba y caminaba hasta posarse tras los reyes. Mi padre suspiró sobre mi cabello, mientras me ponía una vez más de pie. Su comentario había hecho que mi sangre hirviera.

—Toma esto —papá me dio una de esas tomas que me ofrecía luego de cada entrenamiento y yo solo le sonreí, antes de vaciarlo todo en mi boca y llevar mi atención al rey, que pareció no molestarse porque me ayudara.

—Si eres la verdadera Ilora, explícame, ¡¿cómo se te ha cruzado la idea de que Castiel debía cortarse el cabello?! Es una blasfemia hacia nuestra raza —sentenció el rey con sus cachetes tornándose rojos de rabia. A pesar del rechazo que me producía, debí admitir que era apuesto.

—Su alteza, como ya dijo Castiel antes, cortar su cabello fue una muestra de confianza... —respondí, asintiendo a mi padre y dejando un beso en su mejilla, para que me dejara.

—¿No confías en nosotros, Ilora? —preguntó con lentitud, en tono desafiante.

—Para ser justos, usted no confió en mí, señor. De hecho, impuso una prueba en extremo dolorosa, que no creo que se compare con la pérdida del cabello, por más significativo que eso sea para ustedes.

—No solo obligaste a uno de los míos a despojarse de su identidad, sino que también te atreves a ser insolente —inquirió, cruzándose de brazos. Mis años de riguroso estudio clínico me habían enseñado a ver más allá de lo que mis ojos podían ver y en sus palabras y postura corporal podía notar que me estaba probando.

—No es insolencia en absoluto, rey, es ser equitativa. De la misma forma que usted quería saber si yo en verdad era Ilora de Normandia y si era digna de su confianza, yo lo hice con Castiel.

—Si aspiras a ser reina y recuperar lo que te pertenece, debes confiar en las razas que pretendes dominar, princesa —dijo el rey sin ya ese tono arrogante, más pasivo que antes. Me estaba aceptando.

—Lo sé, pero también debo demostrar fortaleza y hasta instaurar un poco de temor para ser respetada, ¿no lo cree así usted? —podía sentir como detrás de mí, mis compañeros se encontraban sorprendidos ante mi forma de actuar valiente y segura. Pero es así como debe ser una reina, y debía acostumbrarme a ello.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora