P1: Capítulo 3

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Frente al hermoso puerto, donde lujosas embarcaciones se preparaban para partir, enormes escaleras de concreto se alzaban frente a nuestros ojos. Miles de elfos, los que suponía que manejaban los procesos de desembarque, nos miraban esperando una explicación, pero nos permitían pasar una vez Castiel les explicaba nuestra situación. En un principio, creí que las escalas eran solo de adorno, sin embargo, cuando algunos elfos caminaron por ellos y nos guiaron, me sentí temblar, pues cada paso era retocado en un tono perla, con minúsculas incrustaciones de piedras que, debido a la luz del sol, daban una imagen casi irreal al lugar. En efecto, lo que me había dicho el grupo era cierto, eran una raza que siempre estaba llena de lujos.

Sobre el lomo de mi dragón, pues Alhaster se negaba a que tocara el suelo, podía observar el comportamiento de mis compañeros. Cassie miraba de reojo a un alegre Brennan —demasiado extasiado con la majestuosidad del lugar, que ni siquiera la notaba—, Haliee viajaba sobre el lomo de Luigi con una expresión tan seria que me hacía pensar que intentaba ser invisible para los demás, y mi padre caminaba junto a Castiel, seguido de Piwi. Todo en una perfecta formación de flecha, con mi padre en la delantera.

—Ilora, ¿no hay algo que quieras decirme? —Alhaster interrumpió mis pensamientos en un tono muy animado—. ¿No necesitabas confesar algo ahora que estoy despierto?

—No sé de qué hablas —fingí, ruborizándome al recordar lo que le había dicho mientras dormía. No sabía si lo había escuchado, pero preferí encogerme de hombros y recostarme en su cabeza, ignorándolo. Sin embargo, su respuesta fue un sonido tan extraño que no supe diferenciarlo entre una tos o un gruñido

—¿Es en serio? Sabes a lo que me refiero, pero prefieres hacerte la inocente —añadió con diversión en su voz, ladeando su cabeza hacia mí sin dejar de caminar. Ahora sus enormes ojos verdes me juzgaban con detenimiento—. Oh, Alhaster me gustas más de lo que quiero admitir y solo deseo que me des un minuto más de tu tiempo. Lo suficiente para decirte cuanto te quiero y lo mucho que sería capaz de hacer para no alejarme... o algo así ¿no te suena?

Ay no, sí que sabía de lo hablaba. Mi única reacción fue mirar al resto de mis compañeros, notando que sus miradas seguían al frente, lo que me dio a entender que el dragón solo conversaba conmigo. ¿En realidad estaba escuchando todo? No podía creer que grabara mis palabras con tal perfección, y lo peor es que intentaba repetirlas en una muy mala imitación de mi voz.

—Bueno, yo... —llevé ambas manos a mi rostro, intentando ocultar la vergüenza que todo me producía—. Es cierto, Alhaster, pero no te explicaré nada ahora ¿Podrías esperar a que sea luna menguante? Si lo haces, te diré todo lo que siento.

—Yo también deseaba besarte, Ilora —confesó, ignorando mi propuesta y riéndose después. Creía que se burlaba de mí, sin embargo, toda broma fue eliminada en su siguiente frase— Mejor dicho, aún lo deseo. No es necesario que te pongas toda roja.

Iba a responderle, pero mis palabras fueron detenidas cuando nos detuvimos en seco. Castiel miraba con fijeza los enormes portones dorados de hierro —con lujosos diseños en patrones circulares—, que nos daban paso al lugar más hermoso que podía imaginarme. El reino de los elfos era la ciudad mágica que toda niña deseaba ver, y yo tuve el placer de apreciarla, cuando, con unas palabras de los guardias, ambas pestañas nos invitaron a seguir un adoquinado camino en tonos perla.

Descendí del lomo de Alhaster, permitiendo que tanto él como Luigi nos observaran desde el cielo, ya que sus dimensiones no les permitirían caminar por la ciudad. Dándole una última caricia cariñosa antes de que ascendiera, observé maravillada el paisaje frente a mí.

Enormes campos verdes, adornados con fauna y flora en su máximo esplendor, dejaban ver la armonía que tenían con las construcciones. Lo que tenía al frente era una hermosa plaza, con pisos de ladrillos que rodeaban una hermosa fuente central de una inspiradora escultura —una esbelta mujer de mármol, cuya espalda y piernas se encontraban decoradas con bellas runas doradas, y cuyo arco tensado con una flecha apuntaba y rozaba los cielos, acompañada de ciervos y tigres a sus costados—, rodeada de puestos de comida, accesorios, piedras y extraños objetos que parecían brillar cada vez que los mirabas. A su alrededor los niños corrían hacia lujosas casas de complejos diseños en madera y hermosas cristalerías. Era como un mercadillo tradicional en las películas de la época medieval, pero con todo el brillo y la magnificencia de una sociedad como la élfica.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora