Probar suerte

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Umbrarum, marzo 24, 2015


Dessiré supo que sería su fin desde que abrió los ojos ese día. Sin embargo, en lugar de esperar su destino con resignación, decidió probar su suerte corrigiendo la única tarea que había fallado en completar dos veces en su vida: matar a su hermana.

La transformación ya estaba consumándose y su piel dejó atrás la viscosidad habitual. Las membranas interdigitales en sus manos desaparecieron y movió las falanges. A su vez, dos extremidades inferiores reemplazaron su escamosa cola y las aberturas en su cuello se cerraron, obligándola a tomar aire por la boca en un desesperado intento de acostumbrarse al cambio de ambiente.

Sonrió, girando sus manos para usar sus palmas como impulso y, una vez estuvo segura de poder manejarlo, la sirena se puso en pie y practicó moverse dos cortos pasos, tanteando el terreno del torreón de oración; uno de los muchos que componía el Templo de su diosa. Avanzó hasta una de las fuentes de agua del área y frunció el ceño al encontrarse con la terrible visión de sí misma. Nunca terminaba de acostumbrarse a los cambios y, por un segundo, se preguntó si había valido la pena todo lo perdido por desear la atención de sus padres y el reino. No obstante, empujó sus fútiles pensamientos en lo más profundo de su cabeza, allí donde descansaban sus memorias más agridulces, y se convenció de que tenía que hacerlo.

Para entonces, Sung ya tendría que haberle dicho a Shin lo que había hecho y era muy probable que esta última ordenara que la encontraran. Así, observó a sus costados hasta toparse con la mirada avergonzada de una de las sirenas del templo, que inclinó su cabeza al reconocer el mismo rostro de su reina.

La criatura tendría que saber que ella no era la Reina Eu Shin, pues no estaba escoltada por un séquito de soldados, pero estaba obligada a obedecer el linaje de la Casa Kim y, hasta que no se dictara una sentencia en su contra, Dessiré seguía siendo realeza. De ese modo, sin que se lo pidieran, la chica de cabello crespo y piel de ébano tomó una de las toallas a sus costados y avanzó hasta envolver con sumisión a la princesa.

—Entiendo que a un damnare no se le puede exigir demasiado, pero se esperaría que la servidumbre fuera más veloz —expresó la enojada sirena, recibiendo la atenciones de la chica que la ayudaba a vestirse.

Por supuesto, la muchacha no habló, pero Dessiré tampoco esperaba que lo hiciera. Habría sido un insulto que se atreviera a mirarla a los ojos o replicar sus palabras, por lo que la princesa se dejó vestir y observó con frustración las paredes del que fuera el lugar en que solía esconderse del concejo real. Allí donde la encontraban para asignarle tareas que serían impropias para Sung o demasiado fuertes para Shin.

Dessiré apretó sus puños con rabia al observar los grabados que ella misma había ayudado a pintar, pero decidió trabar su vista en la estatua de Kiakzu que se alzaba imponente sosteniendo la cúpula de la torre. Miró a su diosa a la cara, decidiendo no inclinarse una vez más y repitió la petición que había hecho por horas la noche anterior. Cuando había abandonado asustada el golpeado cuerpo de Sung, a quién descubrió no podía matar, pues la maldición de una normandia le había impedido hacerlo.

Había estado cerca, con la daga frente al corazón de su hermana. Sin embargo, una mano invisible le impidió concretar su tarea, al tiempo que la inscripción «Traidora» en hirílico se trazaba en su muñeca, obligándola a abandonar su arma. Dessiré supo de inmediato que la responsable de su desgracia no podría haber sido otra que Faedra, la más fiel amiga de su hermana, quién, el día antes de su destierro, había acudido a su celda para hacerle una promesa.

—Si por tu puño sufre, por su dolor morirás, Kim Eu Hyum —había asegurado la Reina normandia, en cuyos ojos ardió el fuego de Infrago.

En ese entonces, Dessiré había estado demasiado molesta para entender sus palabras. No obstante, el mensaje había sido claro.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora