Tiempo Muerto

Oleh FranzBurg

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Un extraño virus se está propagando muy rápido por todo Madrid y parte de España. Los infectados pierden la c... Lebih Banyak

SINOPSIS
PRÓLOGO
PARTE 1
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PARTE 2
AVISO IMPORTANTE
Noticias
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Oleh FranzBurg


Los agentes de la comisaría de policía nacional de la calle Rafael Calvo habían convertido prácticamente toda la calle en un cuartel para proteger al mayor número de personas posible. Habían desplegado todas las vallas que pudieron conseguir y habían acordonado un buen trozo de la calle con ellas.

Álvaro y Saúl se sintieron más seguros en cuanto pasaron al otro lado de las vallas. Álvaro se inclinó, apoyó sus manos en las rodillas y respiró hondo para recuperar el aliento. No parecía estar acostumbrado a aquellos subidones de adrenalina.

Saúl miró a su alrededor. Parecía que no habían sido los únicos que habían tenido aquella idea. La calle estaba llena de otras personas que, como ellos, habían acudido a la policía en busca de ayuda. Y daba la sensación de que la policía no había defraudado. Se habían puesto sus cascos, habían cogido sus escudos y sus fusiles y se habían puesto a matar zombis.

─Lo hemos conseguido, tío ─dijo Álvaro cuando se incorporó.

Saúl sonrió y asintió.

Caminaron hasta llegar a la puerta de la comisaría de policía. Había varias personas agolpadas en la entrada, pero no estaban esperando para entrar, simplemente estaban allí, como podrían estar sentados en el bordillo de la acera. No tuvieron problemas para sortearlos y pasar dentro.

─¿Estáis heridos? ─les preguntó un agente cuando los vio.

Ellos respondieron negativamente.

─¿Seguro?

─Afortunadamente sí ─contestó Álvaro.

─¿Os habéis registrado ya? ─preguntó con cierta prisa.

─¿Registrado? ─preguntó Saúl.

─Estamos registrando a todas las personas que están pasando por esta comisaría ─aclaró el policía─, por seguridad ─hizo una pausa, los miró a los dos y suspiró─. En este tipo de catástrofes se pierde mucha gente ─añadió─. Pasad por aquella ventanilla para que tomen nota de vuestros datos, por favor ─y se alejó sin esperar respuesta.

Siguieron las indicaciones del agente y se acercaron a una ventanilla. Al otro lado había otro policía sentado a una mesa. Estaba ordenando unos papeles con cierto nerviosismo, mientras atendía una llamada telefónica. Sostenía el auricular del teléfono fijo entre el hombro derecho y su oreja.

─¿Venís a registraros? ─dijo cuando se percató de la presencia de Saúl y Álvaro.

Ellos asintieron.

El agente colgó el teléfono y se colocó delante del teclado del ordenador de sobremesa que tenía delante.

─Decidme vuestros nombres.

─Álvaro Sánchez Rojo ─dijo Álvaro.

─Saúl Grün Ariza ─dijo Saúl─, la u va con diéresis ─aclaró.

El policía levantó la vista del ordenador un segundo para mirarlo muy serio, luego cogió el ratón con su mano derecha y colocó el cursor en el sitio adecuado para poder borrar la «u» y escribir «ü».

─¿De dónde viene ese apellido? ─preguntó Álvaro en voz baja.

─Es alemán ─contestó Saúl.

─¿Eres alemán? ─preguntó Álvaro enarcando las cejas y luego asintiendo como si, de repente, se diera cuenta de que era obvio.

─Mi abuelo ─se limitó a decir Saúl.

─Voy a necesitar también vuestros números de DNI y un teléfono de contacto ─dijo el agente sin quitar la vista de la pantalla de su ordenador.

Le dieron la información que necesitaba para quedar registrados y luego le advirtieron de la presencia de supervivientes en las paradas de metro de Avenida América y Gregorio Marañón. El policía les hizo algunas preguntas para conocer el número de personas y la ubicación exacta.

─¿Podrán socorrerles? ─preguntó Saúl.

─Vamos a hacer todo lo posible. Voy a avisar a las patrullas que hay ahora mismo fuera ─dijo mientras cogía de nuevo el auricular del teléfono.

─Gracias ─dijo Álvaro.

Dieron media vuelta para alejarse de la ventanilla, pero Álvaro pareció acordarse de algo de repente y volvió a hacer una última pregunta.

─Perdone ─dijo─, ¿hay un servicio por aquí?

El agente sacó la mano por la ventanilla para indicarle donde estaban los aseos.

─Ahora vengo ─le dijo a Saúl─, tengo una urgencia.

─Ok, te espero aquí ─contestó Saúl. Y se sorprendió de que él mismo no tuviera necesidad de ir también al baño. Estaba seguro de que las ganas le vendrían en el momento más inoportuno. En ese momento, lo que sentía era hambre.

Historial de WhatsApp

Conversación en SUPERVIVIENTES

Álvaro: «Chicos, lo hemos conseguido! Estamos en la comisaría. Van a ir a recogeros»

Manolo: «Toma ya!»

Isabel: «Qué alegría!»

José Manuel: «Todo bien? Estáis bien?»

Rosa: «Que bien, de verdad, que ganas de salir de aquí»

Álvaro: «Sí, todo bien. Aquí hay muchísima gente, pero nos han atendido muy bien. Estamos a salvo»

José Manuel: «Genial!»

Álvaro bloqueó su móvil y se lo metió en el bolsillo para poder limpiarse. Acababan de llamar a la puerta. Había gente esperando para entrar en el baño.

Por su parte, Saúl recorrió la estancia con la mirada, pero no vio ninguna máquina expendedora de comida. Se preguntó si habría algún bar dentro de la zona acordonada por la policía. Eso sería realmente increíble.

Salió a la calle. Ahora parecía haber más gente apelotonada en la entrada de la comisaría. Parecían estar nerviosos. Afortunadamente, un policía se acercó para calmar los ánimos.

Sorteó al grupo de personas y descubrió que justo delante de la comisaría había dos establecimientos: Namit Gastrobar y Restaurante Naguina.

La boca se le hizo agua de forma instantánea y las tripas rugieron dentro de él.

Los dos locales estaban abarrotados de gente y aún había más personas fuera, empujando para entrar. Le daba igual. Tenía que intentar conseguir algo de comida.

Pero justo cuando se disponía a cruzar la calle y unirse a uno de los grupos de los que empujaban para entrar en uno de los bares, un grupo de policías retiró las vallas amarillas de un lado del tramo de calle acordonado. Antes de que pudiera preguntarse el motivo, vio como entraba un furgón de la policía en el área reservada. Los policías volvieron a cerrar la entrada tras su paso.

El furgón paró delante de la puerta de la comisaría y un policía uniformado con la indumentaria de un antidisturbios abrió desde dentro la puerta lateral corredera.

─¡Adentro! ─dijo mientras bajaba del vehículo.

Se apartó un poco y dejó paso a la gente que se había estado amontonando en la entrada, y que no dudaron en subir tan pronto como pudieron.

Saúl se quedó parado en medio de la calle, mirando como la gente subía al furgón de policía. ¿Qué estaba pasando? ¿A dónde iban? Daba la impresión de que los estaban evacuando, probablemente a un sitio más seguro.

El conductor, otro policía, le hizo un gesto con la cabeza, invitándole a subir en el furgón, en cuanto se cruzaron sus miradas.

Saúl dudó. Álvaro aún no había vuelto del baño. No quería irse sin él, o al menos no sin despedirse. Una cosa era ir al bar de enfrente y otra desaparecer en un furgón de policía con destino desconocido.

Todos los que estaban en la entrada ya habían entrado, y parecía que aún quedaba sitio para alguno más.

─¿Quieres subir? ─preguntó el policía que había abierto la puerta lateral.

Saúl, aún en el centro de la calle, abrió la boca para preguntarle el destino de aquel viaje, pero en ese momento apareció Álvaro en la puerta.

─¿Qué pasa? ─preguntó.

─Estamos evacuando a Torrejón de Ardoz, hay una zona segura para los refugiados que no han podido llegar a casa ─explicó el policía─. Es más seguro ─alternó la mirada un momento entre Álvaro y Saúl─. ¿Venís? Aún queda un poco de hueco dentro.

Álvaro y Saúl se miraron y solo necesitaron un segundo para decidirse a subir al furgón de policía.

Detrás de ellos subieron otras dos personas más, tras los cuales entró el policía.

─¡Vámonos! ­─exclamó cuando hubo cerrado la puerta corredera, para que le escuchara el conductor.

La furgoneta de policía se puso en marcha y salieron de la zona acordonada.

Comenzó así un viaje peculiar por las calles de Madrid. Los policías habían ido marcando un itinerario más o menos seguro con cada viaje realizado. Los primeros habían sido duros y lentos, pero ahora lo tenían más controlado. Sabían en qué zonas debían circular por las aceras y habían tenido que apartar algunos coches en las zonas más conflictivas para poder pasar.

Se dirigieron hacia el Este, cruzaron el Paseo de la Castellana y continuaron por la calle de Juan Bravo en dirección a la calle de Francisco de Silvela. A veces podían ir un poco más rápido, pero la mayor parte del tiempo se movían bastante despacio, ya que había demasiados obstáculos.

Al poco de pasar por la parada de metro Núñez de Balboa se encontraron con una mujer de unos sesenta años, que corría desesperada. Su traje de falda y chaqueta estaba destrozado y todo su maquillaje corrido. Parecía que hubiera tenido un accidente. El furgón paró a unos metros detrás de ella y el copiloto sacó medio cuerpo por la ventana, con un fusil de asalto en las manos, dispuesto a abatirla, creyendo que era un zombi más. Pero cuando se estaba colocando la culata contra el hombro, la mujer se dio la vuelta, los vio y empezó a correr hacia ellos.

─¡Socorro! ─gritó la mujer.

El policía levantó entonces el fusil para dejar de apuntarla, miró sorprendido al conductor y suspiró profundamente. En el poco tiempo que llevaban combatiendo con zombis les había quedado clara una cosa: los zombis no hablan. Con lo que había estado a punto de disparar a una señora sana.

Se volvió a sentar, colocó el fusil entre las piernas, apretó los dientes y cerró los ojos.

─Asegúrate bien antes de abrir fuego ─dijo el conductor, mientras su compañero de la parte de atrás abría la puerta lateral y dejaba entrar a la señora en el furgón.

─¿Está usted bien, señora? ─preguntó el policía─. ¿Está herida?

La mujer negó con la cabeza, lo abrazó efusivamente y rompió a llorar.

─Creía que iba a morir ─dijo entre sollozos.

─Ya está usted a salvo ─dijo el policía retirándose un poco─. Acomódese ahí, por favor.

El furgón volvió a ponerse en marcha.

Cerca de la intersección con la Calle Príncipe de Vergara divisaron algunos zombis deambulando por mitad de la calzada. Caminaban tranquilos, ausentes. No parecían tener preocupaciones. Solo les delataba su rítmico vaivén. Estaban en mitad del paso del furgón, con lo que se tuvieron que acercar a ellos. El policía copiloto volvió a sacar el cuerpo por la ventanilla, pero esta vez les gritó para llamar su atención. Cuando comprobó, sin lugar a dudas, que eran zombis, adoptó una postura cómoda, colocó bien su fusil, apuntó y disparó certeramente a la cabeza de uno de ellos. Tuvo que repetir la operación tres veces más para acabar con todos ellos.

Saúl y Álvaro se miraron con expresión preocupada, pero no abrieron la boca.

Álvaro sacó el móvil del bolsillo. Hizo un gesto de desagrado al comprobar que le quedaba poca batería. Explicó brevemente lo que estaba pasando en el grupo de Whatsapp Supervivientes. Luego salió de la aplicación y bloqueó el móvil, pero no lo guardó en su bolsillo. Unos segundos mas tarde, Saúl vio como volvía a desbloquear el móvil y volvía a entrar en la aplicación, pero no entró en el grupo, sino en otra conversación. Saúl no pudo leer el nombre, pero vio que la foto de perfil era la cara de una mujer, porque Álvaro la amplió para observarla durante unos segundos. Supuso que debía de tratarse de su novia o su mujer. Cuando Álvaro empezó a escribir, él apartó la mirada para dejarle intimidad a su nuevo amigo.

¿A quién podría llamar él? ¿A quién podría avisar de que estaba siendo evacuado? ¿Habría alguien preocupado por él en aquel momento?

Suspiró profundamente e intentó quitarse esos pensamientos de la cabeza.

Al llegar a la calle Francisco Silvela torcieron hacia la derecha. En aquella dirección había muchísimos coches, cuyos dueños habían dejado abandonados cuando vieron acercarse el peligro y no vieron posibilidad de maniobrar. En los primeros viajes que habían hecho con los furgones habían encontrado a mucha gente aún encerrados en sus coches, intentando esconderse, muertos de miedo.

El furgón se desplazó a los carriles del sentido contrario, en los que había menos coches y les permitía avanzar más rápido. En esta calle comenzaron a ver grupos más grandes de zombis. Solo disparaban a los que estaban más cerca y tenían más a tiro, porque no querían desperdiciar balas, y porque ya había otro grupo de policías que se estaba encargando de eso. Ellos debían ocuparse solo de la evacuación. Pero llegó un momento, a la altura de la plaza de Manuel Becerra, en el que se vieron rodeados de zombis.

─No tengo munición para tantos ─había comentado el copiloto antes de sentarse de nuevo y subir la ventanilla.

Los zombis comenzaron a golpear el furgón, porque podían oler la carne fresca que había dentro. El conductor apretó los dientes, respiró hondo y apretó el acelerador todo lo que pudo, atropellando a muchos de ellos.

Todos los que estaban detrás se estremecían con cada vaivén del furgón, cada vez que pasaban por encima de algún zombi. Aquellos seres habían sido personas humanas el día de antes y aquello provocaba un malestar tan profundo, que alguno de ellos terminó vomitando. Si el ambiente dentro de la furgoneta ya estaba cargado, a partir de ese instante empezó a ser insoportable.

Al entrar en la calle del Dr. Esquerdo la cosa no mejoró mucho.

─Esto no estaba tan mal en el último viaje ─comentó el conductor del furgón mientras accionaba el limpiaparabrisas para intentar quitar algunas manchas de sangre, que no le impedían ver la carretera, pero que le hacían sentir enfermo con su sola presencia.

Y entonces, en medio de todo aquel follón, divisaron a dos muchachos que luchaban por sus vidas, peleando con los zombis con lo poco que tenían y subiéndose a los techos de los coches para poder huir de ellos.

El conductor accionó el megáfono.

─¡Aguantad! ─gritó.

Y condujo hacia ellos lo mas rápido que pudo.

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