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Todos estaban en silencio.

Desde que Pablo había acompañado a Quique a una sala a parte para ponerlo en «cuarentena» nadie había abierto la boca.

José seguía enfrascado en internet, leyendo artículos, viendo fotos, videos y surfeando por redes sociales, pero ya no comentaba nada. De vez en cuando paraba, se tapaba la boca con una mano con cara de preocupación y daba un rodeo con la mirada, pero no decía nada. Se quedaba mirando al infinito durante unos segundos y luego seguía mirando la pantalla.

─¿Y si me entran ganas de mear? ─había preguntado Quique un par de horas antes, después de entrar en un despacho pequeño que había al fondo del pasillo.

─¿Prefieres quedarte encerrado en el baño?

Quique suspiró mientras miraba por la ventana.

─¿De verdad es esto necesario?

Pablo bajó la mirada.

─No lo sé, tío ─dijo.

─No quiero estar en el baño ─dijo Quique con un suspiro─, huele mal y no hay cobertura.

Quique se quedó solo en el despacho, mirando por la ventana, que daba a un patio interior que tenía un pequeño jardín.

Todo parecía tranquilo desde aquella ventana, normal, como siempre. No entendía como se había podido torcer el día de aquella manera para acabar así, excluido por sus compañeros de trabajo, aislado, abandonado. Ninguno de ellos había protestado, no le importaba a nadie.

Si tan grave podría ser esa herida, ¿por qué no le llevaban a un hospital? Ah, claro, porque toda la calle estaba infestada de personas contagiadas de eso que ahora se suponía que tenía él.

¿Acaso alguno de ellos era médico para saber lo que más le convenía a él en aquel estado? Podrían haber llamado a urgencias, por lo menos.

Decidió hacerlo él mismo. Marcó el 112.

"Todos nuestros agentes están ocupados en este momento, por favor, manténgase a la espera, en seguida atenderemos su llamada".

Nunca había llamado a emergencias antes, pero le resultó raro que le contestara una máquina. Perfecto para unas prisas. Probó con la policía y obtuvo el mismo resultado. ¿Cuánta gente estaría llamando en ese mismo instante a esos teléfonos? ¿cuántos habrían sido mordidos como él?

Empezó a sentir ansiedad.

De repente se dio cuenta de que su frente estaba ardiendo.

Al otro lado del pasillo los compañeros de Quique estaban en silencio.

Carlos observaba el espectáculo que se desarrollaba abajo a través de la ventana. Como él, muchos otros estaban apostados en otros edificios mirando la calle, como si estuvieran viendo un desfile. Algunas de las personas que se arrastraban por la calle se habían percatado de este hecho y se habían parado en pequeños grupos y miraban hacia arriba, intentando adivinar cómo subir hasta las ventanas o esperando que alguien cayera.

En el interior de la sala todos se habían comunicado ya de una forma u otra con sus familiares.

Teresa había tenido problemas para contactar con su marido, que era repartidor por la zona de Alcorcón, pero finalmente lo había conseguido y le había convencido para que volviera a casa, aun cuando él no había visto nada raro por la calle.

Gabriel habló con sus padres, que no se habían enterado de nada porque aún no habían encendido la tele, en la que ya se hablaba del acontecimiento en Madrid en varios canales. Se lo tomaron con calma, ellos también pensaron que era algún tipo de plan para llamar la atención sobre algo o para desviar la atención de otra cosa. En los tiempos que corrían, los políticos eran capaces de organizar cualquier tipo de evento para que la gente no pensara ni hiciera preguntas sobre lo que ellos trapicheaban bajo la mesa, incluso podrían ser capaces de orquestar un ataque zombi.

Pero después de echarse unas risas con sus padres, Gabriel volvió a la realidad e intentó ponerse en contacto de nuevo con Sofía, que era a la que había llamado primero, pero seguía sin coger el teléfono. No sabía si debía empezar a preocuparse, sus padres le habían dicho que en Córdoba no pasaba nada, que todo estaba normal, pero ¿por qué Sofía no contestaba? Vale, estaba trabajando y precisamente hoy tenía visita, pero normalmente, cuando él insistía ella cogía el teléfono o le mandaba a la mierda por WhatsApp, y esta vez no había hecho nada.

Respiró hondo, miró a sus compañeros, miró al suelo, miró hacia la ventana, volvió a respirar hondo y pensó... no sabía qué pensar.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora