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Pablo Núñez había dormido poco aquella noche. Había estado liado con la última versión del juego para PC Fortnite, que había empezado a jugar hacía solo un par de semanas, para probar. Más de una vez le había amanecido jugando.

Se levantó hecho polvo y arrastró sus 85 kilos hasta la ducha para despejarse un poco. Al terminar se dio cuenta de que ya no le quedaba desodorante, suspiró resignado. Se miró al espejo, la ducha no había conseguido quitarle la cara de sueño y ya empezaba a descontrolarse la barba, había decidido dejársela por una cuestión de comodidad, pero de vez en cuando debía recortarla un poco. ¡No sería hoy! Tampoco se peinó, su pelo rubio era tan lacio que no lo necesitaba.

Salió a la calle y caminó pesadamente en dirección a la boca de metro de Urgel. Todos los días se tenía que chupar una hora de metro hasta llegar al curro, pero no pensaba en mudarse. El piso en el que vivía era un pequeño cuchitril ubicado en la calle Morenés Arteaga. Lo compartía con dos estudiantes, que, aunque eran simpáticos, no limpiaban nunca y que al haber llegado antes habían podido escoger las mejores habitaciones. Él se tenía que conformar con un sucedáneo de habitación de unos 8 metros cuadrados, con las paredes tapizadas con una moqueta verde asquerosa y un armario empotrado que ocupaba tabique y medio y que le quitaba más espacio del que le gustaría. Además dormía en un colchón viejo y vencido, que usaba directamente en el suelo para que su espalda no sufriera demasiado. Pero pagaba sólo 200 euros de alquiler y tenía una ADSL rápida, que era lo que él necesitaba. Era feliz.

Al dar la vuelta a la esquina y entrar en la calle Radio se encontró con un pequeño alboroto en un parque. Había gente gritando y empujándose unos a otros. Le pareció ver que alguien sangraba y había otro que se revolvía en el suelo, pero no se paró a curiosear porque ya llegaba tarde.

No coincidió con nadie en la entrada y la taquilla estaba vacía, así que saltó el torno, lo hacía siempre que podía, que era casi a diario.

El tren tardó como diez minutos más de la cuenta en llegar, ahora sí que llegaría tarde al curro.

Se sentó al lado de una chica rubia, bastante guapa, que iba leyendo el periódico gratuito 20Minutos y no podía evitar echar una ojeada por encima del hombro de la chica de vez en cuando, aunque fuera sólo para leer los titulares de los artículos. En cualquier caso no había ninguna noticia que atrajera su atención especialmente.

Enfrente de Pablo iba sentado un tipo que iba echado hacia delante, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en las rodillas, parecía no encontrarse bien. O eso o se había quedado dormido de una forma muy rara.

Poco a poco se fue llenando el vagón de gente y, como siempre, a la altura de Gran Vía la cosa se puso demasiado fea. Cuando el tren llegó al andén, este estaba atestado de gente. Al principio, Pablo no le echó cuentas, siempre era incómodo llegar a esa parada porque a partir de ahí el vagón parecía una lata de sardinas hasta por lo menos Alonso Martínez y, al fin y al cabo, él tenía un sitio, con lo que no sufriría los empujones ni los apretujones típicos del momento.

Pero justo antes de que las puertas del vagón se abrieran, Pablo se dio cuenta de algo horrible. Parecía haber una trifulca a la bajada de las escaleras mecánicas, un grupo de unas seis o siete personas estaban apelotonadas, se golpeaban unos a otros y se empujaban con violencia. El resto de viajeros que pasaban cerca intentaban apartarse todo lo posible, aparentando que no pasaba nada. Llegar a su destino se hacía la tarea más importante y no querían involucrarse en una pelea a aquellas horas de la mañana. El incidente no parecía importarle a nadie.

Las puertas del tren se abrieron y el trasiego de gente que salía y gente que entraba duró unos tres larguísimos minutos en los que Pablo pudo ver, con estupor y con la piel de gallina, como las personas que se estaban peleando con aquella violencia no eran niñatos, como había pensado en un primer momento, sino gente adulta y aparentemente normal. De hecho, justo cuando se cerraron las puertas y el tren se puso de nuevo en marcha lentamente, pudo ver entre la gente como uno de los que se estaba peleando, que iba vestido con un traje, mordía en la mejilla a otro, arrancándole un buen trozo de piel.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora