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José y Gabriel lo miraban estupefactos, no habían hecho ni un solo comentario durante toda la historia de Pablo, cuando lo normal era interrumpir cada dos minutos.

─Pero entonces ¿qué mierda ha pasao? ─preguntó José antes de dar otro sorbo a su café.

─¡Yo qué sé, tío! ─contestó Pablo, aun visiblemente alterado.

Gabriel soltó su taza en la encimera y salió de la office.

─¿A dónde vas? ─le preguntó José.

─¡A asomarme por la ventana!

José y Pablo asintieron, convencidos de la buena idea, y le siguieron hasta su sala.

A través del cristal de la ventana pudieron ver gente corriendo, igual que había hecho Pablo minutos antes.

Abrieron la ventana y se asomaron para mirar mejor.

─¿Qué cojones está pasando? ─preguntó Gabriel como para sí.

En la sala de Gabriel había dos personas más, que también se levantaron para mirar por las ventanas.

─Habíamos escuchado un poco de jaleo, pero no le echamos cuentas ─comentó Teresa, una mujer de 46 años, que llevaba en la empresa casi toda su vida laboral. Tenía marido y tres hijos.

Pablo les explicó lo poco que él había vivido en primera persona, pero no podían hacerse una idea de qué podía estar pasando en la calle, qué había ocurrido para que todo el mundo se hubiera vuelto loco y corriera calle abajo despavorido.

─¿Y no pudiste ver nada de lo que estaba mirando aquella gente? ─preguntó Ramón, que se sentaba en la misma mesa de trabajo que Gabriel, un tipo simpático que se había casado hacía dos años y que en su tiempo libre impartía clases de tenis.

Pablo negó con la cabeza.

─No ─dijo─, todo fue muy rápido. Tenía intención de acercarme a mirar, había gente que se había subido a los techos de los coches para hacerlo, pero de repente todo el mundo echó a correr.

─Joder, qué raro ─sentenció Ramón.

─¿Ninguno de vosotros ha visto nada extraño viniendo para acá? ─preguntó José.

Todos negaron con la cabeza o se encogieron de hombros.

Por la calle seguía pasando gente que parecía confusa, daba la impresión de que algunos sólo corrían por inercia, sin saber exactamente de qué huían, igual que le había pasado a Pablo, aunque él había tenido la suerte de tener la oficina cerca.

Se dieron cuenta de que había más gente en las ventanas de los edificios de la acera de enfrente, tan sorprendidos como ellos. Les hicieron señas por si tenían información que compartir, pero todos se encogieron de hombros. Nadie sabía lo que estaba pasando.

Y entonces Teresa vio al primero.

─¡Eh! ─exclamó─, mirad a aquel ─y señaló con el dedo a un punto indeterminado situado cerca de la esquina de la calle─, aquel no corre.

─¿Quién? ─preguntó Gabriel, siguiendo con la mirada la dirección que indicaba el dedo.

─¿Qué está haciendo? ─preguntó José, que ya lo había localizado─. Parece que esté borracho.

El hombre, que según José estaba borracho, caminaba torpemente por la acera con un brazo extendido y el otro colgando flácido e inerte paralelo al cuerpo. Su cuello no parecía poder soportar bien el peso de su cabeza y esta giraba y se balanceaba al ritmo lento en el que se movía su cuerpo. Su ropa estaba muy sucia y rota por algunos sitios. Tenía la piel muy pálida, de un gris azulón casi transparente, como si se le estuviera pudriendo el cuerpo.

Todos se quedaron mudos mirándolo. El vaivén de su cuerpo era casi hipnótico.

Gabriel sacó el móvil de su bolsillo, estas movidas no pasaban todos los días, ni siquiera en Madrid, y quería compartirlas con Sofía.

Buscó su nombre en últimas llamadas y pulsó el botón de llamar.

Dejó sonar cinco tonos y luego colgó. Se acordó de que debía estar con el posible proveedor, aquel que la iba a visitar. Estaría ocupada, por eso no cogía el móvil.

Whatsapp

Nombre de contacto: SOFIA.

Enviado: 10:43:29

Texto: Nena,no te vas a creer lo q está pasando aquí. Hay 1montá en la calle q lo flipas! Mucha gente loca,ya te contaré. Espero q to vaya bien por allí.

─¡Eh, mirad! ─gritó José justo cuando Gabriel estaba pulsando el botón que aceptaba el envío del mensaje a Sofía─, ¡allí hay otro borracho de esos!

Gabriel salió de Whatsapp, abrió la aplicación para hacer fotografías y videos, y volvió a acercarse a la ventana para mirar a donde indicaba José.

Un poco más atrás del primer borracho había aparecido ahora otro individuo que se arrastraba con la misma torpeza que el primero, pero este además tenía algo extraño en la cara que no lograban ver con claridad.

Cuando se acercó un poco más al edificio de la oficina y el ángulo de visión mejoró se dieron cuenta de que lo que le habían notado extraño en la cara era su propia dentadura. El tipo tenía un agujero en la mejilla derecha que le agrandaba la boca de forma grotesca hasta el punto de enseñar toda la dentadura y parte del hueso facial. Pero no parecía sangrar y tampoco parecía importarle tener un agujero de aquellas dimensiones en la cara. Caminaba arrastrando los pies, ausente y torpe, con los brazos extendidos y la mirada perdida.

Teresa tuvo que apartarse de la ventana para no vomitar.

─¡Cielos santo! ─exclamó Ramón con la voz entrecortada─, ¿qué le pasa a ese tío?

Sólo Pablo se atrevió a contestar a aquella pregunta, pero tardó un poco porque no estaba seguro de cómo expresarse.

─Tíos ─dijo con los ojos muy abiertos─, ese tío no está borracho...

Todos le miraron, expectantes.

─Ese tío... ─continuó lentamente─, ese tío está muerto.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora