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Los agentes de la comisaría de policía nacional de la calle Rafael Calvo habían convertido prácticamente toda la calle en un cuartel para proteger al mayor número de personas posible. Habían desplegado todas las vallas que pudieron conseguir y habían acordonado un buen trozo de la calle con ellas.

Álvaro y Saúl se sintieron más seguros en cuanto pasaron al otro lado de las vallas. Álvaro se inclinó, apoyó sus manos en las rodillas y respiró hondo para recuperar el aliento. No parecía estar acostumbrado a aquellos subidones de adrenalina.

Saúl miró a su alrededor. Parecía que no habían sido los únicos que habían tenido aquella idea. La calle estaba llena de otras personas que, como ellos, habían acudido a la policía en busca de ayuda. Y daba la sensación de que la policía no había defraudado. Se habían puesto sus cascos, habían cogido sus escudos y sus fusiles y se habían puesto a matar zombis.

─Lo hemos conseguido, tío ─dijo Álvaro cuando se incorporó.

Saúl sonrió y asintió.

Caminaron hasta llegar a la puerta de la comisaría de policía. Había varias personas agolpadas en la entrada, pero no estaban esperando para entrar, simplemente estaban allí, como podrían estar sentados en el bordillo de la acera. No tuvieron problemas para sortearlos y pasar dentro.

─¿Estáis heridos? ─les preguntó un agente cuando los vio.

Ellos respondieron negativamente.

─¿Seguro?

─Afortunadamente sí ─contestó Álvaro.

─¿Os habéis registrado ya? ─preguntó con cierta prisa.

─¿Registrado? ─preguntó Saúl.

─Estamos registrando a todas las personas que están pasando por esta comisaría ─aclaró el policía─, por seguridad ─hizo una pausa, los miró a los dos y suspiró─. En este tipo de catástrofes se pierde mucha gente ─añadió─. Pasad por aquella ventanilla para que tomen nota de vuestros datos, por favor ─y se alejó sin esperar respuesta.

Siguieron las indicaciones del agente y se acercaron a una ventanilla. Al otro lado había otro policía sentado a una mesa. Estaba ordenando unos papeles con cierto nerviosismo, mientras atendía una llamada telefónica. Sostenía el auricular del teléfono fijo entre el hombro derecho y su oreja.

─¿Venís a registraros? ─dijo cuando se percató de la presencia de Saúl y Álvaro.

Ellos asintieron.

El agente colgó el teléfono y se colocó delante del teclado del ordenador de sobremesa que tenía delante.

─Decidme vuestros nombres.

─Álvaro Sánchez Rojo ─dijo Álvaro.

─Saúl Grün Ariza ─dijo Saúl─, la u va con diéresis ─aclaró.

El policía levantó la vista del ordenador un segundo para mirarlo muy serio, luego cogió el ratón con su mano derecha y colocó el cursor en el sitio adecuado para poder borrar la «u» y escribir «ü».

─¿De dónde viene ese apellido? ─preguntó Álvaro en voz baja.

─Es alemán ─contestó Saúl.

─¿Eres alemán? ─preguntó Álvaro enarcando las cejas y luego asintiendo como si, de repente, se diera cuenta de que era obvio.

─Mi abuelo ─se limitó a decir Saúl.

─Voy a necesitar también vuestros números de DNI y un teléfono de contacto ─dijo el agente sin quitar la vista de la pantalla de su ordenador.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora