13

722 106 16
                                    


La puerta metálica del ascensor se abrió lentamente, primero se plegó una hoja y luego la otra.

El portal parecía despejado, pero era lo suficientemente grande como para no poder ser abarcado entero desde dentro del ascensor, por eso Pablo y Gabriel no se decidían a salir de la seguridad que les proporcionaba el habitáculo metálico.

Cinco minutos antes habían acordado dejar a Quique en manos de Teresa y a María José con el resto de compañeros para bajar al portal a echar un vistazo al niño que había mordido a Quique. Ahora, una vez abajo, de repente ya no les parecía tan buena idea.

El tiempo de espera del sensor acabó y la puerta del ascensor empezó a cerrarse. Pablo presionó el botón de apertura de puertas y el proceso de cerrado se detuvo, para volver a abrirse. Se miraron y se dieron ánimos el uno al otro en silencio. Pablo, manteniendo el dedo en el botón para que las puertas no volvieran a cerrarse, asomó la cabeza fuera del ascensor y echó una ojeada. Volvió luego la mirada a Gabriel, arqueando las cejas en una mueca, que dio a entender a Gabriel que no había visto a ningún niño.

Salieron del ascensor lentamente.

A la derecha del ascensor tenían la puerta que daba a las escaleras. En frente de ellos, un poco a la izquierda estaba la puerta del edificio que daba a la calle y en medio había unos macetones enormes con plantas de grandes hojas verdes.

Todo parecía estar tranquilo.

La puerta del ascensor se cerró lentamente a sus espaldas.

Ambos respiraron hondo y miraron a su alrededor, si había un niño en el portal sólo podía estar detrás de las plantas, o eso o se había ido a las escaleras. A través de la puerta principal, que era de cristal, la calle parecía tranquila, pero los dos sabían que eso no era cierto por lo que habían estado viendo por las ventanas del tercer piso.

Se miraron por un momento y comenzaron a avanzar juntos por el gran portal, midiendo cada uno de sus pasos. La puerta que daba a las escaleras del edificio estaba cerrada, pero no le quitaban ojo. Gabriel llegó a pensar que si esa puerta se abriera en ese momento de repente podría hasta mearse encima, porque, en realidad, tenía bastantes ganas de ir al servicio desde hacía un buen rato.

Se acercaron muy despacio hacia los macetones y los rodearon.

Y allí estaba.

No levantaba ni un metro del suelo, estaba muy erguido y pálido. Vestía unos pantalones cortos negros de pinzas y una camisa blanca, seguramente un uniforme escolar. Tenía la camisa manchada de algo que bien podría ser sangre, y la cara y las manos también.

Los miraba fijamente, con los ojos muy abiertos, rodeados de unas profundas y oscuras ojeras.

Gabriel y Pablo se quedaron paralizados, mirándolo, casi hipnotizados. No sabían qué debían hacer en aquella situación, como si se hubieran encontrado con un tigre o un león en mitad de la calle y dudaran entre quedarse quietos o salir corriendo.

─Eh, chico ─balbuceó Pablo al fin, como para romper el hielo─, ¿te encuentras bien?

El chico entreabrió un poco la boca y les enseñó los dientes, pero no contestó.

Gabriel dio instintivamente un pequeño paso atrás, que le acercó un poco más a la pared. No entendía cómo un niño tan pequeño podía provocarle tanto miedo, pero así era, casi le daba vergüenza admitirlo.

─Volvamos al ascensor ─susurró, dando otro paso atrás. Pablo parecía no haberle escuchado.

El chico entonces abrió más la boca y dio un paso hacia ellos, gruñendo como un perro antes de atacar a su presa.

Eso fue suficiente.

─¡Sus muertos! ─exclamó Pablo mientras daba media vuelta sobre sí mismo y echaba a correr hacia el ascensor.

Sobrepasó a Gabriel y se abalanzó sobre el botón de apertura de puertas. Gabriel aceleró tanto en los tres metros que lo separaban de la puerta del ascensor que no pudo frenar bien y tropezó con Pablo, empujándolo contra la pared.

La puerta del ascensor necesitó lo que a ellos les pareció una eternidad para abrirse y en cuanto lo hizo, ellos se precipitaron dentro, empujados por la adrenalina.

Pablo pulsó el botón de la tercera planta siete veces seguidas y luego aporreó el botón de cerrar puertas. Gabriel apretó su espalda contra la pared del fondo del ascensor, esperando a que el niño diabólico apareciera en cualquier momento, entrara en el ascensor y les arrancara las entrañas a los dos.

Pero las puertas se cerraron y el niño no había terminado de salir de detrás de los macetones.

Se miraron muy serios, mientras respiraban atropelladamente.

─¿Qué cojones ha pasado ahí? ─preguntó Gabriel.

Pablo no contestó, se limitó a echar la cabeza hacia atrás y apoyarla en la pared metálica del ascensor para respirar hondo.

Sonó un pitido y las puertas se abrieron. Volvían a estar en la tercera planta.

A salvo...

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora