34

674 76 59
                                    


 ─Teníamos que haber traído agua ─dijo Carlos mirando el cielo de Madrid─, estoy sediento.

Ramón le dirigió una mirada de desaprobación, pero no dijo nada. No llevaban en la azotea ni media hora y ya se estaba quejando. Pero Ramón se sentía responsable, él era el encargado de guiar a la gente en una situación de emergencia, y había fallado.

─Sí, claro, y unos bocadillos también, ¿no te jode? ─dijo un muchacho de los que trabajaban en la cuarta planta. Lo dijo en voz baja, pero Carlos lo oyó.

─¿Tú qué hablas? ─le preguntó con desprecio.

El muchacho, de cuyo nombre Carlos no se acordaba, y eso que habían coincidido en más de una reunión aquel año, se vino un poco arriba y se levantó del suelo en el que estaba sentado desde que subieron a la azotea huyendo de Quique.

─¡Qué disfrutes un poco, muchacho! ─dijo arrastrando cada palabra─. Mira, es jueves, hace sol y no tienes que trabajar ─dio una vuelta sobre sí mismo mientras hablaba, para mostrar el mundo a Carlos─. Y encima pides agua, si es que lo queremos to, chiquillo.

Carlos captó enseguida el tono de burla del muchacho, sacó pecho y caminó hacia él.

Pero Ramón se interpuso en su camino.

─Haya paz ─le dijo a Carlos, poniéndole una mano en el pecho y amenazándolo con la mirada para que no entrara al trapo con el otro muchacho─. Todos estamos muy nerviosos, pero debemos mantener la calma, ¿de acuerdo?

Carlos le mostró su cara de odio. Le molestaba que solo le mirara a él al hablar, cuando era obvio que el provocador era el otro.

─¿No te das cuenta de que cuanto menos bebas, menos tendrás que mear? ─continuó bromeando el chico─, ¡que aquí no hay váter!

─¡Eh! ─exclamó uno de los hombres que también venía de la cuarta planta y parecía que conocía mejor a aquel muchacho─, ya está bien, Ignacio.

Ignacio cambió el gesto, como si el que le había llamado la atención fuera su padre. Debía de ser su jefe directo. Pidió perdón con la mirada, carraspeó un poco, se metió las manos en los bolsillos de su pantalón de pinzas y se alejó un poco para dar un paseo.

Pablo los observaba desde la barandilla de obra en la que estaba apoyado de espaldas, junto a Gabriel y José. Había estado pensando un poco, mientras veía como María José lloraba amargamente, apoyándose en Lola, y como Teresa intentaba hablar por teléfono con alguien. Pero la casi pelea le había hecho perder el hilo de sus pensamientos. Afortunadamente, se acordó de lo que iba a decir.

─Olvídalo, tío, es imposible─ dijo volviéndose hacia Gabriel─, no lo vas a conseguir en la puta vida.

Gabriel pareció no escucharle. Él apoyaba su pecho en el borde del muro e intentaba mirar hacia abajo. Necesitaba que la calle estuviera despejada de zombis para poder llevar a cabo su plan, que no era otro que ir a Torrespaña, como le había aconsejado su amigo Sebastián.

Ya había hecho el cálculo: 1,9km, 23 minutos andando, según Google Maps. Pablo ya le había dicho que ni de coña usara ese itinerario, porque pasaba justo por la plaza de Manuel Becerra, que era donde él había visto todo el follón. El camino alternativo era de 2km y según la misma aplicación, un caminante a velocidad normal podía hacerlo en 24 minutos. Gabriel estaba seguro de que podría cubrir esa distancia en mucho menos. De vez en cuando salía a correr y solía hacer el kilómetro en algo más de 6 minutos, dependiendo de lo cansado o motivado que estuviera ese día.

─Si voy corriendo lo puedo hacer en doce minutos ─había dicho, convencido de su potencial─ ... O trece ─había corregido después de ver las caras de incredulidad de sus colegas.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora