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Gabriel apoyó su vientre en el alféizar de la ventana para asomarse mejor.

─La ostia puta ─dijo casi en un susurro.

─¡Aléjate de la ventana! ─exclamó Ramón.

─¿Por qué? ─preguntó Gabriel mientras se daba la vuelta para mirarle.

Ramón sacudió la cabeza, dirigiéndose con un gesto a Teresa, que se encontraba llorando entre sus brazos, muerta de miedo.

Gabriel entendió lo que Ramón quería decir y cerró la ventana inmediatamente.

Todos quedaron en silencio entonces, muy serios, mirándose los unos a los otros.

Por encima del llanto nervioso y apagado de Teresa podía oírse, ocasionalmente, el barullo que se estaba produciendo en la calle. Gritos, carreras, gemidos, lamentos y golpes contra coches. En cuestión de minutos la situación en la calle había empeorado bastante y ahora había muchos más de esos 'muertos' deambulando por las aceras y la calzada, arrastrando sus cuerpos lentamente mientras gemían y daban alaridos.

Aparecieron en la sala Carlos y Lola, cuyos puestos de trabajo estaban ubicados en la misma sala de José y Pablo, pero habían estado trabajando hasta ese momento.

─¿Qué le pasa? ─preguntó Lola cuando vio a Teresa llorando y todos alrededor tan serios. Las ventanas de la sala de José, Pablo, Carlos y Lola daban a un patio interior, con lo que desde allí no habían podido ver lo que estaba pasando en la calle. Se habían alarmado por el llanto de Teresa.

Pablo le indicó discretamente, con un gesto, que se asomara a la ventana, y Lola palideció cuando lo hizo. Se volvió hacia sus compañeros cubriéndose la boca con las manos y con los ojos muy abiertos.

Pablo asintió.

─Zombis ─dijo lentamente.

Todos le miraron, sabían que Pablo era un friki, amante de los videojuegos y las historias de ficción, pero aquella afirmación rozaba lo absurdo.

─¿Zombis? ─preguntó Carlos con cara de asombro─. Eso es una gilipollez, los zombis sólo existen en las películas de terror.

─Pues mira por ahí y dime lo que ves ─respondió Pablo señalando a la ventana con aire desafiante.

Carlos tardó un segundo en reaccionar, miró al resto de reojo y luego estiró el cuello para asomarse por la ventana. Respiró hondo y tragó saliva aparatosamente. No supo qué decir después de echar un vistazo.

─¿Qué es eso, tío? ─consiguió decir al fin.

─Te lo he dicho, ¡zombis! ─respondió Pablo de nuevo.

Carlos negó con la cabeza, seguía sin creérselo.

─No puede ser ─dijo con una mueca parecida a una media sonrisa─, esto es de coña.

─¿Y qué hacemos? ─preguntó Lola sin mirar a nadie a los ojos.

─Eso digo yo ─dijo Gabriel.

─Pues quedarnos aquí tranquilitos hasta que pase la tormenta, digo yo ─comentó José, aunque más bien estaba pensando en voz alta. Él mismo se sorprendió al oír su voz.

─¡Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados! ─exclamó Carlos.

─¿Y qué puñetas quieres que hagamos? ─saltó Pablo, separándose de la mesa en la que se había echado─, ¿cargar nuestras armas y salir a la calle a matar muertos vivientes?

─¿Llamar a la policía, por ejemplo? ─dijo Carlos con un gesto que más bien quería decir algo así como "¿cómo es posible que no veáis lo obvio?".

─No creo que sirviera de mucho ─respondió Pablo─, pero hazlo si eso te hace sentir mejor.

─Mejor llamamos a Chuck Norris ─dijo Gabriel con la mirada perdida, se había sentado en la mesa de trabajo de Teresa y movía los pies en el aire como lo haría un niño pequeño muy aburrido.

Pablo no pudo evitar sonreír.

─¡Dejadlo ya! ─exclamó Ramón, que seguía abrazando a Teresa para tranquilizarla─ Nadie va a llamar a nadie. Nos vamos a quedar aquí, tranquilos, y vamos a esperar a que pase todo.

─Eso es lo que he dicho yo ─añadió José en voz baja.

En ese momento escucharon un grito de mujer en el pasillo de la planta. Todos se sobresaltaron.

Gabriel saltó de la mesa y miró fijamente hacia la puerta de la sala. Pablo y José fueron los primeros en reaccionar y salieron al pasillo. Allí encontraron a María José, que también trabajaba en la sala de Gabriel, sentada a la derecha de Teresa, y que no habían visto en toda la mañana.

─¿De dónde sales? ─preguntó José mientras se acercaba a ella─ ¿Dónde estabas?

María José estaba visiblemente asustada, le temblaban las piernas.

─En una reunión, en el edificio de enfrente ─dijo con la voz entrecortada mientras se echaba en la pared del pasillo.

La empresa tenía un par de plantas en el edificio que estaba justo enfrente, que se usaba precisamente para realizar reuniones y videoconferencias.

─¿Habéis visto lo que está pasando abajo? ─preguntó.

José asintió.

─¿Cómo estás? ─ya estaba a su lado y procuró realizar la pregunta lo más tranquilo posible para transmitirle seguridad.

Pablo se puso al lado de ellos.

─A Quique le ha mordido un niño ─dijo con las lágrimas a punto de saltar de sus ojos.

Enrique Domínguez también trabajaba en la sala de Gabriel y, aunque bastante joven, era el que organizaba y repartía el trabajo a María José y Teresa.

─¿Qué? ─exclamaron José y Pablo a la vez.

María José comenzó a llorar descontroladamente y se dejó abrazar por José, que tampoco sabía muy bien que debía hacer para consolarla.

─¿Dónde está? ─preguntó.

─En el botiquín ─consiguió decir ella.

Pablo corrió entonces hacia el botiquín, que se encontraba cerca del ascensor.

Carlos, Gabriel y Lola salieron también al pasillo y se acercaron corriendo a María José, que de repente sintió un poco de vergüenza y dejó de sollozar, al ver que todos la miraban.

─La calle está llena de gente rara ─intentó explicar, volvió a sollozar descontrolada─. Hay un niño en el portal, con la cara muy pálida, que ha atacado a Quique. Se ha abalanzado sobre él y le ha mordido en una pierna.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora