Tiempo Muerto

By FranzBurg

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Un extraño virus se está propagando muy rápido por todo Madrid y parte de España. Los infectados pierden la c... More

SINOPSIS
PRÓLOGO
PARTE 1
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PARTE 2
AVISO IMPORTANTE
Noticias
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By FranzBurg


En cuestión de minutos se había desatado el pánico en los sótanos del hospital en los que se había estado realizando la autopsia de Luís y de Carmen. Los miembros de seguridad hicieron lo que pudieron para evacuar y aislar la zona en la que se encontraba Carmen del resto del hospital, y lo consiguieron con un número de víctimas bastante bajo, dadas las circunstancias. Pero nadie reparó en el policía herido ni en Andrés, el paramédico que intentó atender a Roberto en el spa y acabó con una pierna rota.

A ambos les subió la fiebre muchísimo y entraron en paro cardiorespiratorio casi a la vez. Ninguno de los médicos que los atendía pudo hacer nada por evitar su muerte. Y ninguno de ellos esperaba que, al poco de morir, se levantaran de sus camillas y empezaran a atacar a todo aquel que se les ponía delante. Esto provocó el caos en el hospital. Evacuar y sellar un sótano en el que solo había personal sanitario fue un paseo para el equipo de seguridad, comparado con evacuar el resto del hospital, en el que había enfermos que no se valían por sí mismos para echar a correr de forma ordenada por las escaleras.

El foco comenzó en la zona de urgencias y desde ahí, el pánico se propagó por todo el hospital como si fuera fuego en un edificio de madera.

Alguien hizo saltar las alarmas y los pasillos se llenaron de gente preguntando qué pasaba. El personal de seguridad advirtió por megafonía que los enfermos en planta debían encerrarse en sus habitaciones, bloqueando las puertas para que nadie pudiera entrar desde fuera, pero no todos siguieron ese consejo. Las enfermeras y auxiliares de cada planta intentaban que la gente volviera a su habitación y se encerrara en ella, pero lo cierto es que ellas tampoco sabían lo que estaba ocurriendo, con lo que no parecían muy convincentes a la hora de tranquilizar y dar respuesta a las preguntas de los enfermos y familiares.

La entrada del hospital se convirtió en un hervidero de gente que quería entrar para ayudar a los suyos y de gente que quería salir para alejarse de la posible amenaza. La policía y los bomberos no tardaron en llegar para poner orden.

Antonio estaba en la sala de espera adyacente al quirófano en el que estaban operando la pierna a su amigo y compañero Andrés. Justo estaba leyendo, incrédulo, en su móvil las noticias sobre lo que sucedía en Madrid cuando la puerta que daba a los quirófanos se abrió de par en par y apareció un médico muy exaltado y tropezando consigo mismo. Antonio lo vio rodar por el suelo mientras gritaba con la cara desencajada en una mueca de terror. Tanto Antonio como las otras cuatro personas que también estaban en la sala de espera se quedaron paralizados y con la boca abierta viendo como aquel médico desaparecía por el pasillo. Acto seguido, salió otra cirujana por la puerta, también corriendo.

─¡CORRED! ─les gritó mientras se alejaba por el mismo pasillo que su compañero de trabajo.

Pero la gente de la sala de espera no terminaba de reaccionar, solo dos de ellos se habían levantado alarmados de sus asientos. Antonio era uno de ellos. Se le había encendido una bombilla en su interior. La reacción de aquellos médicos le había recordado peligrosamente a lo que había ocurrido en el spa y temió lo peor. ¿Acaso lo que le había pasado a aquel tipo era contagioso y había infectado a su compañero? ¿Acaso era cierto lo que decían las noticias sobre Madrid y también estaba pasando en Córdoba?

Sus dudas se disiparon cuando vio salir por la misma puerta a su amigo, arrastrando la pierna recién operada y gimiendo como el tipo del spa. Sus ojos estaban enrojecidos, y su mandíbula, desencajada y llena de sangre. Ya había atacado a alguien.

Andrés dejó de perseguir a los médicos, que ya estaban lejos, y se centró en las personas de la sala de espera. Se miraron unos a los otros sin saber que hacer. Todos los que quedaban sentados se levantaron de un salto, comprendiendo de golpe por qué corrían los médicos. Y si los médicos huían, ellos también debían poner pies en polvorosa. Pero no sería tan fácil, la sala de espera solo tenía salida por la apertura a los pasillos en la que estaba Andrés, con lo que tendrían que sortearlo para alejarse de él.

El hombre más cercano a Andrés no se lo pensó mucho. Confió en su velocidad y echó a correr. Rodeó la hilera de sillas de plástico que lo separaba del pasillo y se alejó por el mismo camino que habían tomado los médicos.

─Voy a pedir ayuda ─gritó sin volver la vista atrás. Él fue quien activó la alarma de incendios, sembrando el caos en el resto del hospital.

Andrés intentó alcanzarlo arrastrando su pienra, pero no lo logró. Y en su intento dejó un maravilloso hueco libre al otro lado. Una chica de unos treinta y tantos intentó aprovechar esa oportunidad para escapar, pero tuvo mala suerte. Para ganar tiempo, decidió saltar la hilera de sillas, con tan mala fortuna que tropezó con uno de los respaldos y perdió el equilibrio, cayendo al suelo con un terrible golpe. Andrés se le echó encima y la agarró de una pierna, pero ella pataleó todo lo que pudo para zafarse de sus garras, gritando de dolor y de miedo.

Las otras dos personas que quedaban junto a Antonio eran un matrimonio de unos cincuenta o sesenta años. El hombre protegía a su mujer, que temblaba de miedo, colocándose delante de ella y esperando el inminente enfrentamiento, para el que contaba mentalmente con la ayuda de Antonio, que estaba un poco adelantado a él. Esperaba que Antonio no huyera y les ayudara. Pero cuando Andrés agarró a la chica, el hombre sintió el impulso de socorrerla a ella también y se apresuró en rodear la hilera de sillas para enfrentarse a Andrés.

─¡Andrés, para! ─gritaba Antonio mientras este mordía a la chica en el tobillo.

El hombre se le acercó por detrás y le dio una patada en la pierna vendada. Andrés relajó el mordisco por un instante y la chica aprovechó para retirar la pierna. Intentó levantarse, pero no pudo, así que se alejó arrastrándose de espaldas. Andrés alargó los brazos para volver a hacerse con la chica, pero el hombre lo agarró a él de los pies y lo arrastró un metro en la dirección opuesta.

Andrés se revolvió sobre sí mismo para deshacerse de lo que tiraba de sus pies. El hombre tuvo que soltarlo.

Antonio le hizo señas a la mujer, que seguía arrinconada, para que aprovechara el momento y huyera.

─No voy a dejar a mi marido solo aquí con ese ─fue la respuesta de la mujer.

Antonio asintió. Parecían una pareja sólida, si tenían que morir, lo harían juntos. En cualquier caso, él haría todo lo posible para que eso no ocurriera ese día.

Saltó la hilera de sillas que lo separaba de Andrés y el hombre, mientras la chica seguía alejándose a rastras, y en el salto golpeó a Andrés, que en ese momento intentaba ponerse en pie ante la atenta mirada del hombre. Andrés volvió a caer al suelo, pero comenzó a levantarse inmediatamente con un gruñido.

─Tenemos que huir cuanto antes ─dijo Antonio─, coja a su mujer y corran mientras yo lo entretengo.

Y volvió a golpear a su compañero para que volviera a caer, mientras el hombre le agradecía el gesto.

─¡Elisa, ven, vamos! ─gritó el hombre a su mujer.

Elisa se acercó corriendo a su marido y huyeron cogidos de la mano. Al pasar al lado de la chica que había sido mordida en el tobillo por Andrés, la ayudaron a levantarse y se la llevaron todo lo rápido que pudieron.

Antonio no sabía cuanto tiempo podría entretener a su compañero, que parecía un poco torpe cuando intentaba levantarse porque la pierna recién operada no le respondía bien. Cada vez que conseguía levantarse un poco, Antonio le arreaba otro certero golpe que le devolvía al suelo, gruñendo y gimiendo como un animal enfurecido.

Cuando ya no oyó a la pareja y a la chica en el pasillo por el que habían huido y creía que estarían a salvo, pensó en dejar allí a su amigo Andrés y echar a correr como habían hecho el resto. Pero sabía que si hacía eso, Andrés terminaría atacando a más gente. ¿Pero qué podía hacer para retenerlo?

Cuando comenzó a sonar la alarma Sofía estaba recostada en el diván de la consulta, adormecida. Al principio introdujo el sonido de la alarma en el sueño, pero poco a poco se fue haciendo más y más intenso en su cabeza, hasta que, finalmente, tuvo que abrir los ojos para darse cuenta de que aquel ruido infernal era real.

La cabeza le dolía de una forma terrible y sus párpados le pesaban más que nunca, pero se obligó a incorporarse y sentarse en el diván. Oía gritos y carreras fuera de la consulta, así que algo debía estar pasando. No podía quedarse allí sentada, tenía que salir. Se levantó muy lentamente y se dirigió a la puerta de la consulta. Todo le daba vueltas.

Al abrir la puerta no vio a nadie. Le dio la impresión de que aquella ala del edificio ya había sido evacuada. El pasillo estaba desordenado, pero no había nadie que le pudiera explicar lo que estaba pasando. El fuego debía estar en otra parte del edificio, pero debía darse prisa en salir. No le fue fácil orientarse, no había muchas indicaciones en aquel pasillo, al menos no de las que ella pudiera entender. Decidió ir hacia la derecha y acertó: al cabo de un rato se encontraba en el vestíbulo de la planta, en el que estaban los ascensores y las escaleras. Allí coincidió con más gente, desorientada como ella.

─¿Qué pasa? ─preguntó a una señora.

─Fuego ─dijo la mujer─. La alarma es de fuego. Han dicho cosas por megafonía, pero no me he enterado.

─Las escaleras están ahí ─dijo un hombre─. Vamos. Deprisa.

Sofía siguió a aquellas personas y enseguida se encontró bajando las escaleras a empujones con otro montón de gente.

Entonces oyeron un grito aterrador algunas plantas más arriba y, desde ese momento, la gente se volvió loca. Sintieron el peligro cerca y el ansia de supervivencia pudo más que las formas educadas y ordenadas de evacuación. Las escaleras se convirtieron en una jungla en la que todos luchaban por llegar abajo el primero.

Sofía fue empujada violentamente por un tipo grande y gordo, que quería hacerse paso a toda costa. Sofía, aún aturdida por los efectos de la pastilla, perdió el equilibrio y cayó escaleras abajo los últimos tres escalones que quedaban hasta el siguiente rellano. Nadie se paró a ayudarla. Una mujer le pisó una mano en su carrera por la salvación. Como pudo, intentó arrinconarse para que no volvieran a pisarla y aun así, otras dos personas tropezaron con ella. Un tipo le pateó en la espalda cuando intentaba saltarla. Tropezó con ella y al caer arrastró a tres personas más escaleras abajo.

Sofía pensó que no saldría con vida de aquello. Se acurrucó en el rincón del rellano y se protegió como pudo el cuerpo mientras decenas de personas se apelotonaban escaleras abajo. Afortunadamente, después de unos minutos la cosa se relajó bastante.

Se escuchó de nuevo por la megafonía del hospital que los enfermos y familiares que estuvieran en planta debían quedarse en sus habitaciones, que la alarma no era por un incendio. Sofía no entendía por qué la gente corría entonces. ¿Qué estaba pasando?

Cuando dejaron de pasar personas corriendo, un hombre se paró a su lado y le tocó el hombro.

─¿Estás bien? ─preguntó.

Sofía reconoció la voz y sacó la cabeza de entre las rodillas para mirar y comprobar que era el conductor de la ambulancia que la había ayudado en el spa. Se alegró de ver una cara conocida y le sonrió.

─Ven, te ayudaré a salir de aquí.

Le ayudó a ponerse en pie y le pasó un brazo por la cintura para que ella se pudiera apoyar en él para caminar. Notó como la fuerza de su brazo la alzaba y casi no tenía que tocar el suelo para caminar. Eso la tranquilizó.

Cuando llegaron al vestíbulo se encontraron con una barrera policial. Un centenar de antidisturbios bloqueaban la salida del hospital con sus cascos y sus escudos. También parecía haber un control médico improvisado, en el que una decena de hombres y mujeres vestidos como si fueran a entrar en quirófano, con mascarillas y protección para el pelo incluidos, revisaban a todos y cada uno de los que pretendían abandonar el edificio.

─¿Habéis estado en contacto con alguno de los infectados? ─les preguntó una chica que llevaba una bata blanca encima del uniforme verde y una mascarilla en la cara cuando se acercaron.

─Sí, pero no estamos heridos ─respondió Antonio.

─Tenemos que haceros un chequeo igualmente, no podéis salir del edificio, pasad por allí ─y les señaló una puerta en un lateral.

─Pero no nos han mordido ─protestó Antonio─, no tenemos ni un rasguño.

Aunque eso no era del todo cierto, Sofía tenía varias contusiones de su aventura en las escaleras.

─Si habéis estado en contacto podríais estar infectados. Debemos poneros en cuarentena. Pasad por allí, por favor.

Antonio comprendió que aquellas medidas de seguridad eran necesarias para que no sucediera en Córdoba lo que había pasado en Madrid, pero no creía oportuno un chequeo, al menos no para él. No había estado pateando a su amigo convertido en zombi para que ahora lo pusieran en cuarentena.

─No le digas a nadie que trabajas en el spa ─le susurró a Sofía en el oído.

Sofía asintió, tampoco a ella le apetecía quedarse en el hospital más tiempo. Aún sentía la cabeza embotada y la alarma de incendios la estaba volviendo loca.

─Tengo una idea ─volvió a susurrar, aún más cerca de ella.

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