Tiempo Muerto

By FranzBurg

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Un extraño virus se está propagando muy rápido por todo Madrid y parte de España. Los infectados pierden la c... More

SINOPSIS
PRÓLOGO
PARTE 1
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PARTE 2
AVISO IMPORTANTE
Noticias
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By FranzBurg


Pablo Núñez había dormido poco aquella noche. Había estado liado con la última versión del juego para PC Fortnite, que había empezado a jugar hacía solo un par de semanas, para probar. Más de una vez le había amanecido jugando.

Se levantó hecho polvo y arrastró sus 85 kilos hasta la ducha para despejarse un poco. Al terminar se dio cuenta de que ya no le quedaba desodorante, suspiró resignado. Se miró al espejo, la ducha no había conseguido quitarle la cara de sueño y ya empezaba a descontrolarse la barba, había decidido dejársela por una cuestión de comodidad, pero de vez en cuando debía recortarla un poco. ¡No sería hoy! Tampoco se peinó, su pelo rubio era tan lacio que no lo necesitaba.

Salió a la calle y caminó pesadamente en dirección a la boca de metro de Urgel. Todos los días se tenía que chupar una hora de metro hasta llegar al curro, pero no pensaba en mudarse. El piso en el que vivía era un pequeño cuchitril ubicado en la calle Morenés Arteaga. Lo compartía con dos estudiantes, que, aunque eran simpáticos, no limpiaban nunca y que al haber llegado antes habían podido escoger las mejores habitaciones. Él se tenía que conformar con un sucedáneo de habitación de unos 8 metros cuadrados, con las paredes tapizadas con una moqueta verde asquerosa y un armario empotrado que ocupaba tabique y medio y que le quitaba más espacio del que le gustaría. Además dormía en un colchón viejo y vencido, que usaba directamente en el suelo para que su espalda no sufriera demasiado. Pero pagaba sólo 200 euros de alquiler y tenía una ADSL rápida, que era lo que él necesitaba. Era feliz.

Al dar la vuelta a la esquina y entrar en la calle Radio se encontró con un pequeño alboroto en un parque. Había gente gritando y empujándose unos a otros. Le pareció ver que alguien sangraba y había otro que se revolvía en el suelo, pero no se paró a curiosear porque ya llegaba tarde.

No coincidió con nadie en la entrada y la taquilla estaba vacía, así que saltó el torno, lo hacía siempre que podía, que era casi a diario.

El tren tardó como diez minutos más de la cuenta en llegar, ahora sí que llegaría tarde al curro.

Se sentó al lado de una chica rubia, bastante guapa, que iba leyendo el periódico gratuito 20Minutos y no podía evitar echar una ojeada por encima del hombro de la chica de vez en cuando, aunque fuera sólo para leer los titulares de los artículos. En cualquier caso no había ninguna noticia que atrajera su atención especialmente.

Enfrente de Pablo iba sentado un tipo que iba echado hacia delante, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en las rodillas, parecía no encontrarse bien. O eso o se había quedado dormido de una forma muy rara.

Poco a poco se fue llenando el vagón de gente y, como siempre, a la altura de Gran Vía la cosa se puso demasiado fea. Cuando el tren llegó al andén, este estaba atestado de gente. Al principio, Pablo no le echó cuentas, siempre era incómodo llegar a esa parada porque a partir de ahí el vagón parecía una lata de sardinas hasta por lo menos Alonso Martínez y, al fin y al cabo, él tenía un sitio, con lo que no sufriría los empujones ni los apretujones típicos del momento.

Pero justo antes de que las puertas del vagón se abrieran, Pablo se dio cuenta de algo horrible. Parecía haber una trifulca a la bajada de las escaleras mecánicas, un grupo de unas seis o siete personas estaban apelotonadas, se golpeaban unos a otros y se empujaban con violencia. El resto de viajeros que pasaban cerca intentaban apartarse todo lo posible, aparentando que no pasaba nada. Llegar a su destino se hacía la tarea más importante y no querían involucrarse en una pelea a aquellas horas de la mañana. El incidente no parecía importarle a nadie.

Las puertas del tren se abrieron y el trasiego de gente que salía y gente que entraba duró unos tres larguísimos minutos en los que Pablo pudo ver, con estupor y con la piel de gallina, como las personas que se estaban peleando con aquella violencia no eran niñatos, como había pensado en un primer momento, sino gente adulta y aparentemente normal. De hecho, justo cuando se cerraron las puertas y el tren se puso de nuevo en marcha lentamente, pudo ver entre la gente como uno de los que se estaba peleando, que iba vestido con un traje, mordía en la mejilla a otro, arrancándole un buen trozo de piel.

Pablo pegó su cara al cristal de la ventana que tenía tras de sí instintivamente para poder observar mejor, pero había demasiada gente en el andén y el tren se alejó y se metió en el túnel de nuevo. Entonces miró a la gente que le rodeaba. Se apelotonaban y achuchaban, cada uno buscando su espacio, unos leían otros miraban al infinito, como cada mañana.

Parada tras parada se fue despejando el tren y a la altura de Núñez de Balboa ya había algunos sitios libres para poder sentarse.

El tipo que había estado sentado enfrente de él, con la cabeza entre las manos, aún seguía en la misma posición.

Pablo solía bajarse en la siguiente parada, Diego de León y allí, dependiendo de lo cansado que estuviera, hacía trasbordo con la línea 6 para bajarse en Manuel Becerra, que le quedaba bastante cerca de la oficina, pero ese día, aun estando cansado como para hacer el trasbordo, estaba deseando salir del metro. Estaba inquieto después de lo que había pasado en Gran Vía, así que decidió salir a la calle lo antes posible y caminar desde allí hasta la oficina.

Al llegar a la estación de Diego de León se levantó y se colocó cerca de la puerta del medio del vagón, apoyándose en ella con una mano. Cuando el tren paró y activó la maneta para que se abriera la puerta se dio cuenta con el rabillo del ojo de que el tipo que había parecido enfermo durante todo el trayecto había levantado la cabeza.

Las puertas se abrieron, salió y caminó hacia la escalera mecánica, pero antes de que las puertas del vagón se cerraran pudo escuchar un grito de mujer procedente del interior del vagón. Se volvió para mirar que pasaba junto con las otras dos personas que habían salido del mismo vagón y pudo ver a través de los cristales de las ventanas como aquel tipo que parecía enfermo se había abalanzado sobre la mujer que había ocupado el asiento de Pablo cuando él había salido del tren.

Dentro del vagón parecía estar comenzando una nueva pelea, pero el tren se alejó y Pablo se quedó mirando la oscuridad del túnel. Las otras dos personas se miraron entre sí, indiferentes, comentaron algo que Pablo no escuchó y luego siguieron su camino hacia la salida del metro.

Miró su reloj de pulsera, llegaba muy tarde al curro. Dio media vuelta y subió por las escaleras mecánicas. Le gustó la tranquilidad que había en los pasillos del metro, en comparación con la parada de Gran Vía.

Al salir a la calle el sol de la mañana le cegó un poco, pero sus ojos se acostumbraron rápidamente. Se disponía a caminar deprisa hacia la oficina, pero enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien. Paró en seco y observó a su alrededor. Los coches no circulaban, estaban parados en la calzada y la mayoría de ellos tenían los motores apagados. Daba la impresión de que había habido un accidente grave más adelante. Algunos conductores aún estaban en sus coches, parecían inquietos y malhumorados, pero otros ya habían salido de ellos, quizás buscando respuestas a aquel atasco.

Había gente que se dirigía hacia el origen del problema para curiosear, que coincidía con la dirección que Pablo debía tomar para ir a la oficina. Sin embargo otros corrían en dirección contraria y parecían asustados.

Comenzó a caminar confuso ante tanto lío, miraba a todos lados, veía a gente como él, que caminaban inseguros. Paró a una chica que parecía volver de donde había ocurrido el accidente cogiéndole del brazo, parecía estar llorando.

─¿Qué cojones pasa ahí? ─le preguntó, pero la chica se soltó dando un tirón, dijo algo entre sollozos que no entendió y siguió corriendo.

Pablo la vio alejarse corriendo torpemente, otros seguían su ejemplo y se alejaban en la dirección contraria a la que él tendría que tomar. Pensó que debía ir a la oficina porque si huía como ellos, ¿a dónde iría?, ¿qué dirección tomaría? Tampoco conocía demasiado bien aquel barrio y, después de todo, ¿de qué coño estaría huyendo? Quizá se sintiera más seguro si veía lo que estaba pasando calle abajo, así que caminó por Francisco Silvela hacía la oficina, en dirección a la parada de metro de Manuel Becerra.

Cuanto más se acercaba al comienzo del atasco más revuelo encontraba. Gente gritando y corriendo en todas direcciones y coches parados de cualquier manera en la calzada.

Había un gran grupo de gente a la altura del cruce con la calle Alcalá. Para ir a su oficina debía torcer por la calle de José Ortega y Gasset, pero decidió acercarse al meollo del asunto para poder contarlo todo en la oficina, así su excusa por haber llegado tarde sería más plausible.

Se acercó con precaución, y a cada paso iba notando más intensamente un asqueroso olor a huevo podrido, a azufre o cieno, no supo identificarlo. Detrás del grupo de gente parecía haber una especie de manifestación. Daba la impresión de que había mucha gente detrás de la pequeña barrera de personas que se encontraban de espaldas a Pablo.

De repente, el grupo empezó a disolverse rápidamente, la gente empezó a correr calle arriba, en la dirección en la que estaba él, parecían muy asustados, algo debía de haber pasado, pero no se paró a averiguarlo. En cuanto los vio correr, se dejó llevar por el pánico colectivo y él también corrió. Rápidamente torció por la calle de Don Ramón de la Cruz, en la que había menos gente y se dirigió como una bala hacia la oficina.

Cuando entró en el portal se paró un momento a recuperar el aliento. ¿Qué coño había pasado? ¿Por qué y de qué huía aquella gente?

Se asomó por el cristal de la puerta, pudo ver a algunas personas que, como él, intentaban alejarse de lo que había pasado. Trotaban confundidos, volviendo la mirada hacia atrás todo el rato. Lo más seguro es que ellos tampoco supieran de que huían.

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