Rey De Reyes - Volumen 1

By ElMarkOP

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¿Que pasaría si un joven amante de la estrategia, gestión de recursos y supervivencia va a otro mundo ambient... More

Capitulo 1
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capítulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capitulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43
Capitulo 44
capitulo 45
Capitulo 46
Capitulo 47
Capitulo 48
Capitulo 49
Parte 50 (Personajes)
Capitulo 51
Capitulo 52
Capitulo 53
Capitulo 54
Capitulo 55
Capitulo 56
Capitulo 57
Capitulo 58
Capitulo 59
Capitulo 60
Capitulo 61
Capitulo 62
Capitulo 63
Capitulo 64
Capitulo 65
Capitulo 66
Capitulo 67
Capitulo 68
Capitulo 69
Capitulo 70
Capitulo 71
Capitulo 72
Capitulo 73
Capitulo 74
Capitulo 75
Capitulo 76
Capitulo 77
Capitulo 78
Capitulo 79
Capitulo 80
Capitulo 81
Capitulo 82
Capitulo 83
Capitulo 84
Capitulo 85
Capitulo 86
Capitulo 87
Capitulo 88
Capitulo 89
Capitulo 90
Capitulo 91
Capitulo 92
Capitulo 93
Capitulo 94
Capitulo 95
Capitulo 96 - El fin del prólogo okno
Capitulo 97
Capitulo 98
Capitulo 99
Capitulo 100
Capitulo 101
Capitulo 102
Capitulo 103
Capitulo 104
Capitulo 105
capitulo 106
Capitulo 107
Capitulo 108
Capitulo 109

Capitulo 2

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By ElMarkOP

—No teman, no pienso hacerles daño. —Dijo Arthur.

Los aldeanos se miraron entre sí, sus edades no parecían pasar de 17 a 34, no había ni un solo niño o anciano.

—¿Quien... eres? —Habló una chica finalmente.

—Soy Arthur. ¿Se encuentran bien, verdad? —Preguntó

—S-Sí, aunque... Hoy hemos perdido mucho. —Dijo un hombre mirando los 4 aldeanos muertos.

Arthur entendió, había escuchado lo que dijeron los bandidos.

—Gracias por salvarnos Sir Arthur. —dijo la chica de hace rato.

—No hay de qué... Ahora que los bandidos no están, deberían volver a casa. —Dijo Arthur.

Al ver cómo bajaron la cabeza, Arthur confirmó que ya no tenían casa.

—Ya veo... —Dijo, luego los encaró—. No puedo devolverles su hogar, pero si realmente no tienen a dónde ir, pueden venir conmigo.

Los aldeanos se miraron entre sí y miraron a Arthur, había una pequeña luz de esperanza en sus ojos.

—La decisión es de ustedes. —Dijo Arthur.

—Por favor, si no es mucha molestia... llevemos con usted. —Dijo un hombre.

Arthur asintió con la cabeza y miró los cadáveres de los bandidos, no quería ensuciar el bosque así que les pidió a los aldeanos que tomarán sus armas y enterraran los cuerpos.

En este mundo, los entierros eran más sagrados que en el nuestro, se dice que al hacerlo uno encuentra lo que los lugareños llaman "la divina paz" aunque solo es en este reino, no todos creen en lo mismo.

Dado que se mantenían reacios a enterrarlos, Arthur no estaba dispuesto a discutir sobre cuestiones Morales o religiosas por lo que amontonaron los cuerpos sobre palos de madera y los incendiaron.

Quemar los cuerpos es todo lo contrario a enterrarlos, en vez de la paz se dice se son condenados al sufrimiento eterno. Por eso los acusados de herejía son quemados, para que sufran sus acciones y creencias sobre las eternas llamas del infierno.

Los únicos que recibieron un entierro fueron los 4 aldeanos fallecidos.

Mientras caminaba, Arthur contemplaba su hacha de hierro con satisfacción, ya no era necesario usar su hacha de piedra aunque la de hierro sea muy grande.

Un hacha es un hacha al fin y al cabo.

Los aldeanos le contaron sus historias, de como asaltaron la aldea. Según ellos, le habían pedido a su señor que los ayudará ya que no era la primera vez que los bandidos los hostigaban.

Pero al ver que nadie venía a socorrerlos, se armaron de valor para ir más allá contra los aldeanos.

En una carta que recibió el fallecido jefe de la aldea, el noble había dicho que creía que ellos podían manejarlo, que no lo molesten con estos asuntos.

La aldea tenía menos de 25 personas siendo casi la mitad niños y ancianos. Y dado que los niños no se venden muy bien porque son débiles y hay que criarlos, lo mejor era acabar con ellos para no desperdiciar recursos.

Estos aldeanos aquí eran los más capaces para esclavos trabajadores o prostitutas. Y tristemente la aldea tenía más mujeres que hombres.

De los 10 aldeanos 8 de ellos eran mujeres. Contando a los 4 fallecidos, solo habían 6 hombres, de haber llegado antes, Arthur quizás podría haber salvado a los otros.

Ahora mismo necesitaba mano de obra pesada, podía poner a trabajar a las mujeres y chicas pero no sabía cómo se lo tomarían.

Y de los hombres uno no parecía tener ganas de vivir y el otro no se veía muy fuerte pero parecía dispuesto. Arthur suspiró.

Pronto llegaron al hogar de Arthur, se sorprendieron al ver tan acogedor y pacífico lugar. Se sorprendieron más aún al ver el cachorro de lobo correr hacia Arthur.

—Hola amigo. —Sonrió Arthur.

Ghost por otro lado estaba confundido al ver a tanta gente nueva.

—A partir de ahora ellos vivirán con nosotros así que pórtate bien con ellos, ¿Si? —Preguntó Arthur.

Ghost era sorprendentemente inteligente para haber sido un lobo salvaje hace no mucho tiempo, este entendió lo que Arthur quizo decir y se acercó a la chica más joven del grupo.

—Quiere que lo cargues —Dijo Arthur.

La chica vacilante tomó al cachorro en sus brazos, casi al instante se encariño con él ya que el lobo era muy tierno y pequeñito.

—Muy bien. Sé que no es mucho pero al menos aquí es muy poco probable que extraños vengan. —Dijo Arthur.

Todos le agradecieron por permitirles quedarse aquí.

—No se preocupen, no podía dejarlos a su suerte. —Mencionó—. Por ahora, ustedes se quedarán en mi casa.

Arthur señaló a las mujeres, no es como si tuviera muchas pertenencias que lo hicieran sentir incómodo al tener a tanta gente dentro.

—Ustedes y yo nos quedaremos afuera hasta que hagamos nuevas cabañas. —Señaló Arthur a los hombres.

Estos asintieron, uno más dispuesto que el otro.

Por ahora solo dejó que se acostumbraran al lugar. No les pidió que hicieran algo al instante, solo les permitió e incitó a qué exploraran su hogar para que se sintieran más cómodos mientras él preparaba el almuerzo.

—Que tristeza no tener suficiente. —Pensó Arthur

La sal es un recurso valioso, las minas de sal son un tesoro codiciado obviamente por los nobles y mercaderes grandes. No cualquiera puede obtener sal así como así.

No cualquiera, excepto Arthur.

Por dios, hasta te lo enseñan el a escuela, todo el mundo sabe que se puede obtener sal del mar al evaporarla, Arthur tenía un poco pero no era suficiente para tantas personas.

De vuelta al mundo real, incluso el hogar más pobre del mundo tenía un tarro con sal, ya sea comprada o fabricada.

—Señor Arthur, le traje más madera.

—Gracias.

El hombre apenas había llegado y al día siguiente ya estaba dispuesto a trabajar. Como no había mucho que hacer por ahora, Arthur le pidió que buscará madera o talara árboles.

Las mujeres tampoco querían quedarse de brazos cruzados, por muy machista que suene, las mujeres solo sabían hacer dos cosas en este mundo. Cocinar y limpiar.

Está mal visto que una mujer levante una espada o haga trabajos pesados, el motivo puede ser cualquiera. Que no es femenino, que no tienen la fuerza etc, etc. Arthur por supuesto, no es que le importaba que hicieran las mujeres, simplemente le daba igual, cada quien que haga con su vida lo que quiera.

Él como futuro rey, debía hacer crecer y prosperar a su pueblo garantizando su seguridad, no podía obligar a alguien a hacer lo que él quiera.

Pero por ahora, no podía cambiar las creencias y costumbres por lo que dejó que las mujeres limpiaran los alrededores.

—¿Cómo dices que te llamabas? —Le preguntó a la chica que se ofreció a ayudarlo.

Arthur no estaba cocinando solo, había una chica allí ayudando, o por lo menos lo intentaba ya que Arthur hacia todo.

—Mi nombre es Faila, señor —Respondió la chica.

—Solo llámame Arthur. —Dijo él, la chica asintió—. Tengo una pregunta, ¿Solo estaban esos bandidos?

La chica miró a Arthur y negó con la cabeza.

—No, no. Había al menos otros 5.

Arthur asintió.

—Podemos con ellos si intentan hacerse los graciosos.

—No creo que el señor Robert o Feyton sean capaces de pelear... —Dijo Faila.

Ella miró al hombre sentado en una piedra mirando al suelo. Sin duda parecía estar esperando su muerte.

—Perdió a su hija y a su esposa en el ataque, ya no le queda nada... —Explicó con pesar.

—¿Hace cuánto fue eso? —Preguntó Arthur.

—5 días... ¿Por qué? —Preguntó.

—Te encargo el almuerzo.

—¿Eh?

Arthur se dirigió a su casa. Era muy probable que los bandidos lleguen a cobrar venganza por lo que no podía dejar que está manzana podrida arrastre a las demás a su perdición. Arthur tuvo suerte al tomarlos por sorpresa pero no creía poder encarar a 5 o 6 de frente.

Salió de su casa con dos espadas y se acercó al señor Robert, un hombre de familia con al menos 30 años de edad.

Aún frente a él, el hombre ni siquiera alzó la mirada. Arthur suspiró y tiró la espada frente a él.

—Levantela. —Dijo.

El hombre miró la espada y miró a Arthur.

—Levantela. —Repitió.

Volvió a mirar la espada y la tomó lentamente.

Arthur se alejó un poco y clavó su espada en el suelo.

—Pelee conmigo. —Le dijo.

—¿Qué? —Dijo el hombre.

—¿Está sordo? No me sorprende que su esposa e hija hayan muerto. —Arthur negó.

—¡¿Que dijiste?! —Se levantó de golpe.

Faila quien veia de lejos, abrió los ojos y se acercó a ellos pero Arthur le hizo señas para que se quedará en su sitio.

—Dije que es un inútil que no pudo defender a su familia, ¿Siquiera tiene el valor para llamarse a si mismo hombre? —Provocó Arthur.

—Tú... ¡No tienes idea de lo que estás diciendo!

—Pues hasta que no me ataque, para mí usted seguirá siendo un fiasco de padre —Dijo Arthur con un tono burlón—. Vamos, al menos un hombre de verdad habría muerto por su familia.

El rostro del hombre se tornó rojo cuando escuchó eso último, juró que le daría una paliza a ese chico aunque fuera lo último que hiciera.

El rostro de Arthur se puso serio cuando vio a Robert correr hacia él, cuando esté le atacó, todos los que se habían presentado al escuchar el jaleo se pusieron pálidos. Pensaron que Robert iba a matar a Arthur.

Pero antes de que pudieran acercarse, vieron como Arthur levantó a Robert sobre su espalda y lo arrojó al suelo.

—¡Ghaa! —Gritó Robert al caer al suelo en seco.

Arthur se acercó a su espada tranquilamente y la tomó, miró al resto que observaban en pánico.

—No se preocupen, yo me encargo. —Dijo Arthur.

Robert se levantó y sin pensarlo dos veces corrió de nuevo hacia Arthur. Provocado por la ira y la vergüenza, tenía que hacerle pagar todo lo que hizo y dijo.

Ambos comenzaron a chocar espadas, los movimientos de Robert eran mucho peores que los de Arthur, prácticamente azotaba su espada al azar.

Arthur empujo la espada de Robert y lo hizo retroceder de un puñetazo en la cara.

—¿Esto es todo lo que un padre puede hacer para defender el honor de su familia? Me decepcionas.

—¡Hijo de puta!

Arthur continúo provocandolo y evitando sus ataques erráticos, nadie sabía cuántas veces Robert "comió tierra" pero tampoco se atrevían a interponerse entre sus espadas para detener la pelea.

—Acabemos con esto. —Dijo Arthur.

Clavó su espada de nuevo en el suelo, se acercó a Robert, lo desarmó y lo derribó de una serie de puñetazos en la cara.

—¡Suficiente! —Le gritó.

Arthur lo tomó por el cuello de la camiseta y lo acercó a él.

—¡¿Crees que tu familia regresará si te quedas sentado todo el día?! ¡¿Crees que eres el único que ha perdido a alguien?! —Le gritó.

Arthur señaló a los demás.

—¡Padres, madres, hijos, abuelos! ¡Todos ellos también perdieron a alguien y aún así aquí están buscando la manera de seguir adelante!

Todos bajaron la cabeza.

—¿Que pensaría tu mujer y tu hija si te vieran ahora mismo?

Robert no dijo nada, solo bajó la cabeza.

—No puedo devolverte a tu familia, pero si algo sé es que ellas no querrían que tu vida también acabase tan pronto.

Arthur soltó a Robert y le arrojó su espada.

—Toma. Aprende a defenderte, no por tí, no por ellos. —Dijo señalando a los otros—. Aprende a defenderte para que lo que sucedió con tu esposa e hija no vuelva a ocurrirle a otro.

Arthur suspiró y recogió la otra espada.

—Si quieres desquitarte con alguien, hazlo con los bandidos que se te crucen en el futuro. Que ese sea tu juramento y el perdón hacia tu familia.

Arthur dejó a Robert en el suelo y regresó con los demás. Cuando escuchó a Robert llorar en silencio supo que había hecho bien.

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