Cuarenta semanas [Los Ivanov...

By melaniabernal

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Primer libro bilogía Los Ivanov. Catherine Miller, una joven que acaba de empezar la universidad, está a punt... More

Nota de la autora
Sinopsis
Frase
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4
Semana 5
Semana 6
Semana 7
Semana 8
Semana 9
Semana 10
Semana 11
Semana 12
Semana 13
Semana 14
Semana 15
Semana 16
Semana 17
Semana 18
Semana 19
Semana 20
Semana 21
Semana 22
Semana 23
Semana 24
Semana 25
Semana 26
Semana 27
Semana 28
Semana 29
Semana 30
Semana 31
Semana 32
Semana 33
Semana 34
Semana 35
Semana 36
Semana 37
Semana 38
Semana 39
Semana 40
Epílogo
Extra I
Extra II
Extra III
[PRIMERA EDICIÓN]
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4
Semana 5
Semana 6
Semana 7
Semana 8
Semana 9
Semana 10
Semana 11
Semana 12
Semana 13
Semana 14
Semana 15
Semana 16
Semana 17
Semana 18
Semana 19
Semana 20
Semana 21
Semana 22
Semana 23
Semana 24
Semana 25
Semana 26
Semana 27
Semana 28
Semana 29
Semana 31
Semana 32
Semana 33
Semana 34
Semana 35
Semana 36
Semana 37
Semana 38
Semana 39
Semana 40
Epílogo
Cuarenta problemas

Semana 30

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By melaniabernal

Apoyé las manos en el volante y giré hacia la derecha. Miré a ambos lados, por la ventanilla, para asegurarme que no chocaría contra ninguno de los coches aparcados tanto en el extremo delantero como el trasero. Mordisqueé mi labio inferior en un intento de concentrarme más de lo que ya estaba. Tenía que aparcar el coche a la perfección.

Dimitri observaba cada uno de mis movimientos con una expresión que reflejaba su entusiasmo. Durante la última semana me había esforzado al máximo para aprender a conducir. Ya estaba cansada de depender tanto de taxis como de chófer. Aunque no lo haya mencionado nunca —la verdad, no le di mucha importancia—, era que, durante los últimos dos meses había estudiado para aprobar la parte teórica del carnet del coche.

Ahora que la tenía, me quedaba lo más difícil: la práctica.

Tras suplicarle a Dimitri que me ayudara —él se negó en un principio, argumentando que era demasiado arriesgado para mí aprender a conducir con el embarazo—, comenzamos a salir de casa, siempre a la misma hora, y me llevaba a una de las zonas en las que el tráfico era menos frecuentado para enseñarme. Actualmente, lo manejaba bastante bien.

Solo había un pequeño defecto: no sabía aparcar.

—Gira un poco más a la izquierda y retrocede. ¿Ves el coche que hay en frente tuyo? Chocarás contra él si sigues así —deslizó una mano por mi muslo y lo pellizcó—. Lo estás haciendo mejor de lo que pensaba. Tú puedes —sonrió de esa forma tan pícara.

—Lo único que estás haciendo es distraerme —siseé entre dientes.

Apartó la mano al instante y se cruzó de brazos, adoptando una pose de un niño enfadado. Puse los ojos en blanco, apartando una mano del volante y llevé la suya hasta mi pierna, de nuevo.

—He dicho que me distraes, cierto —rectifiqué mis palabras—, eso no significa que quiera que la quites —le miré de soslayo y por fin, aparqué.

Exclamé un grito de felicidad al mismo tiempo que descansaba mis manos sobre las suyas. Dimitri bajó la ventanilla para comprobar si realmente el coche no había rozado ninguno de los otros ni se había subido al bordillo. Tras echar ese vistazo, me sonrió de nuevo.

—Ahora, regresa a la carretera y volvamos a casa —dijo.

—¿Qué? ¡He pasado más de treinta minutos para aparcar el maldito coche! ¿De repente quieres que deshaga todo ese esfuerzo? Oh, venga ya —bufé.

—Únicamente con mucha práctica se logra aprender —respondió, extendiendo una mano para volver a arrancar el motor—. Tú lo sabes mejor que nadie, ¿cierto?

—Muy gracioso.

Le saqué la lengua, comprendiendo al instante la indirecta en sus palabras. ¡Sexo, por supuesto! Tan pronto como puse mi concentración en salir de ese diminuto espacio, metí las marchas correspondientes y en unos minutos estuve en la carretera. Conducir con las ventanas bajas, la nueva brisa fría y el hombre al que amas a tu lado, era la mejor sensación del mundo. Encendí la radio para poner un poco de sonido en el interior.

Dimitri correspondió a mi petición cantando una vieja canción de Bon Jovi. Giré a la derecha mientras él cantaba los coros.

It's my life, it's now or never. I ain't gonna live forever! —exclamó.

I just want to live while I am alive —continué yo.

It's my life! —gritamos al mismo tiempo.

Cualquiera que nos viera, pensaría que estábamos locos. Pero ahí estaba el secreto de nuestra relación. La mansión era perceptible a varios metros de distancia, giré en la rotonda y en nada ya estaba abriendo la gran verja. Apoyé la espalda contra el asiento y esperé a que esta se abriera del todo para pasar. Dimitri me había advertido un millón de veces sobre lo que me ocurriría si rayaba este coche.

Sonreí interiormente ante el recuerdo de esa conversación. Me deshice del cinturón y apagué el motor. Bajé del vehículo y suspiré cuando por fin pude estirar las piernas. Después de pasar tanto tiempo sentada, en la misma posición, un masaje no vendría nada mal.

—No obstante, Dimitri ya tenía otros planes.

—No te marches todavía, Jacob puede esperar unos minutos más —dije mientras pasaba al interior de casa.

Me deshice de los zapatos y los arrojé a un extremo del pasillo.

—Catherine, ya te he dicho que es importante —aflojó su corbata—. Mi hermano ha conseguido acceder a las cuentas que tanto ansiábamos ver. ¿Sabes lo que eso significa? Si encontramos algo ilegal que involucre tanto a Bart como a Svetlana, entonces desaparecerán de nuestras vidas, ¡para siempre! No viviremos preocupados por las posibles repercusiones.

—Lo sé, pero la reunión es a las ocho y todavía son las seis. Sé que la empresa queda lejos de casa pero, por favor, no me dejes sola todo este tiempo —le aferré de la camisa y le impulsé hacia a mí, arrastrándole.

Repartí una serie de besos por su mandíbula, sabiendo de antemano que eso le provocaría más de lo que yo quería. Le sujeté de la cintura para no perder el equilibrio y no tardé en presenciar sus manos viajando hacia mis piernas. Logró alzarme en sus brazos, no sin realizar un esfuerzo que quedó reflejado en su cara, y me miró con resignación.

—¿Desde cuándo te has vuelto tan caprichosa y retorcida? —me preguntó.

—¿Yo? —parpadeé repetidas veces, anudando los brazos en torno a su cuello—. No sé de qué me estás hablando, señor Ivanov. Yo solo pido unos minutos más con mi futuro esposo. ¿Me convierte eso en un ser tan tan malvado?

—Conoces mis puntos débiles y no dudas en explotarlos. Ese truco lo has aprendido de mí. No solo eres mi novia, prometida, familia y el amor de mi vida. También te has convertido en mi perdición —me depositó en el suelo, junto a los sofás, y me besó en los labios—. Me marcho ya. No me esperes despierta. Si es algo grande, tardaré bastante tiempo en regresar.

—Vamos, quédate. Treinta minutos —insistí de nuevo, jugando con los botones de su camisa.

—No.

A pesar de la seriedad en sus palabras, no ocultó la sonrisa de satisfacción cuando deslicé mis manos por el interior de su camisa.

—¿No qué? —formulé con un tono seductor.

—Catherine, Catherine... Mi hermano me estará esperando —repitió, pero supe que estaba ganando cuando no me había aferrado por las muñecas para detenerme—. Me matará si llego tarde, venga. Compréndelo.

—Nadie morirá por treinta minutos —aproveché la distracción para besar sus labios.

Recorrí su boca mientras presionaba mi cuerpo contra el suyo. Estábamos a finales de agosto, y el temporal tan cálido había comenzado a desaparecer. En su lugar, había sido reemplazado por varias tormentas pasajeras y cielos cubiertos. De vez en cuando, ráfagas de aire frío asolaban Manhattan. Era el primer año en muchos que sucedía algo parecido.

Pero me gustaba. El frío era otra buena excusa para abrazarle y estar cerca de él.

Conseguí desabrochar su camisa y acaricié su pecho desnudo. Había contemplado sus tatuajes en tantas ocasiones que aprendí a memorizar cada uno de sus detalles. Arqueé una ceja ante su expresión y le escuché refunfuñar al mismo tiempo que sacudía la cabeza.

—Está bien, está bien. Treinta minutos, señorita Miller. Treinta minutos.

Y ambos caímos al sofá, riendo.

♡♡♡

Silbé mientras desenredaba mi cabello. Jamás me cansaría de ducharme con agua helada. El embarazo no era tan pronunciado como llegué a creer en un principio. Y agradecí ese hecho. A pesar de estar de siete meses y medio, el volumen de mi vientre no superaba los treinta y un centímetros. Suspiré. A veces deseaba dar a luz ya para tener a mi pequeña en brazos.

Dimitri se había comportado de la mejor manera posible desde que conoció el sexo del bebé. Incluso me llevó de compras. Todavía no habíamos decidido donde mudarnos, pero la mayoría del mobiliario de la casa ya había sido vendido. Contábamos con unos pocos sofás, su habitación, y parte de la cocina. El resto eran salas vacías.

Me puse un vestido azulado de manga codo que conjuntaba con el color de mis ojos. Apagué las luces del cuarto de baño y me dejé caer con suavidad sobre la cama antes de aferrar el teléfono.

—¿Cómo va todo, señora Ivanova? —Alexia dijo nada más descolgar.

—Perfectamente —reí entre dientes, mirando al techo—. Jacob ha llamado a Dimitri hoy para hablar sobre ese tema en particular. Estoy un tanto nerviosa, ¿sabes? Si todo sale tal y como planeamos en su entonces, seremos libres.

—Ah. Ya podemos cantar victoria entonces —respondió.

—Todavía es demasiado pronto —me senté en la esquina de la cama y coloqué la mano libre sobre mi vientre—. Me gustaría mirar casas. Ya sabes, no vamos a esperar a que nazca el bebé para mudarnos. ¿Te apetecería acompañarme? Además, hace bastante que no tenemos una salida de chicas. Un momento —hice una pausa—. ¿Cuándo comienza la universidad?

—El 2 de septiembre —dijo con claro fastidio—. ¿Sabes? Quizá me quede yo también embarazada para no tener que soportar otro largo y aburrido año universitario.

Si la tuviera en frente, le hubiera propinado un puñetazo en el hombro.

—Pero me parece bien esa salida. Mándame un mensaje el día que te venga mejor —añadió.

—Tenías razón —confesé al fin—. ¿Recuerdas el día en el que me dijiste que pronto estaría casada? Bueno, todavía no ha sucedido ese hecho, pero... Quiero esperar a acabar la universidad para celebrar una boda. Pienso que es demasiado pronto hacerlo ahora, justo después del embarazo. Le quiero muchísimo... —me detuve.

El teléfono fijo de casa estaba sonando.

—Espera, Alexia. Me llaman por la otra línea —musité.

—Oh, la señorita es tan importante que tiene dos teléfonos —la escuché decir antes de dejar mi móvil sobre la colcha de la cama.

Corrí descalza por el pasillo y bajé a la primera planta. Conseguí coger el teléfono antes de que el molesto pitido cesase. Con rapidez, lo pegué a mi oído.

—¿Diga? —dije.

Catherine, soy yo, Jacob. —Su voz tan pausada pero asustada me hizo fruncir el ceño. Me apoyé contra la encimera de la cocina y esperé a que dijera algo más—. ¿Estás en casa?

—Sí, sí. No me he movido de aquí. ¿Qué sucede?

—Se trata de Dimitri. Ha tenido un accidente.

El taxi se detuvo en la puerta del hospital. Podría haber conducido yo misma hasta aquí, pero en el estado en el que me encontraba, hubiera ocasionado otro accidente. Mis manos, tan temblorosas, eran incapaces de extraer el dinero de la billetera para pagar el viaje. No supe cuánta propina le di a ese hombre, pero tampoco me importó. Tan pronto como se detuvo, bajé del vehículo. Jacob me esperaba en la entrada, bajo la lluvia.

Caminaba de un lado para otro con la mirada puesta en sus pies.

—¿Dónde está él? ¿En qué planta? ¿Le están operando? —pregunté nada más llegar.

—Catherine, primero pasemos dentro. Tienes que resguardarte de la lluvia.

—¡Me importa una mierda la lluvia! ¿Dónde está Dimitri? —exigí.

—Está bien. No tiene heridas graves, por lo que seguramente podrá salir de aquí mañana por la mañana. Has colgado tan rápido que no me has dado tiempo de darte explicaciones. Por favor, pasemos dentro, te acomodas, y te diré exactamente lo que ha sucedido.

Mi respiración era tan agitada que no entendí cómo demonios logró comprender mis palabras. Posicionó una mano en la parte alta de mi espalda y me empujó a caminar hacia el interior. Eran pasadas las once y media de la noche, por lo que el hospital estaba prácticamente vacío. El único lugar donde era más frecuentado por las personas, era la sala de urgencias.

Jacob me condujo por varios pasillos, y tomamos el ascensor para subir a la cuarta planta. Jugué con el anillo de plata mientras mordía mis labios.

—¿Dónde está? —repetí de nuevo, mirando a todas las direcciones.

—En estos momentos le está mirando el médico, por lo que seguramente no podremos verle hasta que nos den nuevo aviso —colocó las manos sobre mis hombros—. Catherine, respira hondo y suelta el aire. Vamos, siéntate, y te contaré todo. Te lo prometo.

—No puedo. Necesito verle. ¡Ha tenido un maldito accidente de coche! ¿Cómo quieres que me tome eso? Él podría... ¡Él podría estar muerto! —exclamé, llamando la atención de varias enfermeras que transcurrían por el pasillo.

—Lo sé, comprendo ese sentimiento, pero no estás haciendo ningún bien al bebé. Por favor.

Me aferró del codo y me obligó a tomar asiento frente a la habitación donde Dimitri se encontraba. Miré a la puerta cerrada con énfasis, como si de esa forma fuese a desaparecer. Tenía una ansiedad terrible que me oprimía el pecho, y los nervios acumulados en mi estómago no hacían más que acrecentar.

—Nos encontrábamos en mi despacho, conversando sobre lo que habíamos averiguado, cuando recibimos una llamada por parte de uno de los empleados. Decía que teníamos que recoger un paquete urgente en la oficina de Correos más próxima —tomó asiento junto a mí y apartó el pelo húmedo de mi frente—. Nos pareció demasiado extraño que alguien nos pidiera algo así a las once de la noche. Básicamente, las oficinas cerraban a las nueve y media. Aun así, recogimos las cosas y abandonamos el despacho.

—Continúa —dije nada más acabar la frase.

—Nos subimos al coche y pusimos rumbo a la oficina. Y, nada más dar la esquina, un coche apareció de la nada y golpeó la puerta trasera del coche, en el lado del conductor. Como puedes ver, yo no me he hecho nada.

—Oh, Dios mío, ¿tú también? —fue en ese entonces cuando me percaté de unas diminutas manchas de sangre en el cuello de su camisa—. Jacob, lo siento mucho, no me he...

—Como te he dicho, ha sido solo dos o tres rasguños por la presión del cinturón en mi cuello. Estoy perfectamente, no me duele nada. Y Dimitri solo se ha dislocado el hombro y tiene un corte en la frente. Ya está. Pero, lo que insinúo con todo esto... —paró de hablar.

—Yo también lo pienso —terminé la frase por él—. Alguien os ha intentado sacar de la carretera a propósito. La llamada, el falso paquete, todo estaba relacionado. ¿Qué habéis descubierto en las cuentas de la empresa? ¿Es algo serio, algo que pueda incriminar a Bart?

Jacob pasó las manos por su cabello y, justo cuando iba a responder, la puerta de la habitación se abrió. Veloz como un rayo, me incorporé y caminé hacia el doctor. Cargaba una carpeta en el brazo, con un folio sobre esta, en la cual anotaba cosas.

—Doctor, ¿cómo se encuentra mi prometido? ¿Puedo pasar a verle?

—Está bien. Le hemos colocado el hombro en su sitio y suturado el corte. Sin embargo, me temo que tendrá que pasar la noche en el hospital. Las radiografías no muestran contusiones en la cabeza, pero quiero asegurarme de que esté completamente bien antes de dejarle marchar a casa —dijo—. Por supuesto, pase.

—Gracias.

No esperé a Jacob. Supuse que esperaría fuera para darnos un poco de privacidad.

Las lágrimas bañaron mis mejillas tan pronto como le vi. Estaba sentado en la camilla mientras probaba a mover el brazo ya no dislocado. Tenía una especie de tirita blanca pegada en la frente y un pequeño moretón en la misma zona. Cuando escuchó mis pasos, alzó la vista. Antes de ser capaz de decirme algo, me abalancé a sus brazos con la mayor delicadeza posible.

Escondí el rostro en el hueco de su cuello —en el lado bueno—, y sentí su mano acariciando mi cabello. Descargué todas las lágrimas y los sollozos mientras él intentaba tranquilizarme.

—¿Cómo estás? —logré pronunciar, apartándome.

Le aferré con mucho cuidado de las mejillas y parpadeé para alejar las lágrimas.

—Bien. Dentro de lo que cabe, estoy bien —respondió y bajó la mirada hasta el vendaje en torno a su hombro izquierdo y parte del cuello.

—Me has dado un susto de muerte —añadí con voz temblorosa—. Cuando he escuchado la palabra accidente me he imaginado lo peor —limpié otra lágrima con el dorso de la mano, y él correspondió con una amplia sonrisa—. ¿De qué te ríes?

—¿Yo? No me estoy riendo —sacudió la cabeza con lentitud.

—Dimitri, por favor —pasé las manos por mi pelo, apartándolo de mi frente, al mismo tiempo que mi prometido deslizaba el brazo sano por mis caderas, acercándome más a la cama—. He hablado con tu hermano. Él también sospecha que el accidente ha sido provocado. ¿Qué habéis descubierto en las cuentas para que algo así haya sucedido?

—Nada. No hemos encontrado nada de valor —respondió antes de apoyar su cabeza contra mi pecho. Acaricié su cabello corto y suspiré profundamente—. Los sedantes que me han dado me están haciendo efecto. Me quedaré dormido en unos minutos —le escuché decir.

Asentí y le ayudé a tumbarse. Emitió varios quejidos cuanto tuvo que mover el hombro izquierdo y aproximé el sillón acolchado hacia la camilla. De esa forma yo podría pasar toda la noche con él. ¡Qué demonios! Incluso aunque tuviera que estar de pie durante diez o quince horas permanecería a su lado.

Me aferró de la mano y depositó un suave beso antes de recostar la cabeza en la almohada.

—Las cuentas reflejaban trámites normales: a proveedores, el crédito de los inversores, e, incluso, nuevos compradores. Al menos, así ha sido en un principio —musitó. Se estaba esforzando en mantener los ojos abiertos—. Después hemos descubierto una pequeña transición oculta entre el resto. Ese dinero ha pasado por treinta y cinco cuentas antes de llegar a su destinatario. Pero habrá que hackear el ordenador central para obtener más información.

—Ya no quiero saber nada más sobre el tema. Ese accidente, ¿realmente piensas lo mismo que Jacob y yo? ¿Crees que han intentado matarte esta noche? —un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, provocándome espasmos.

—No lo sé. Nos hemos asegurado de todos los posibles hilos sueltos antes de volcarnos de lleno en las cuentas: Svetlana está en Francia en estos momentos. He visto los billetes pagados y las cámaras de seguridad que han confirmado su marcha. Y Bart está en un viaje de negocios en nombre de Jacob. Ellos no tienen ni la menor idea.

—De acuerdo, de acuerdo —humedecí mis labios—. Descansa ahora. Estaré justo aquí cuando despiertes. Te quiero, te quiero —le repetí.

—Yo te quiero... Más —chasqueó la lengua y cerró los ojos por completo.

Mantuve su mano entrelazada con la mía durante toda la noche. Jacob se presentó unas horas más tarde para ver cómo nos encontrábamos. Dimitri no había vuelto a despertar, y le dije que era mejor así. Un buen descanso le vendría de maravilla. Jacob se marchó a su casa, y le obligué a llamarme por teléfono cuando estuviera a salvo. Esperaba que Alexia no tuviera un ataque al corazón tras enterarse de lo ocurrido. Al final, yo también caí dormida. Creo que eran las cuatro de la mañana cuando cerré los ojos.

Al despertar, me encontré con un cielo encapotado y unos truenos atravesando el cielo grisáceo. Parpadeé repetidas veces y giré en el sillón, quejándome al instante del terrible dolor de espalda. Palpé la camilla en busca de mi prometido, pero me encontré con unas sábanas vacías pero cálidas.

—¿Dimitri? —exclamé al instante, incorporándome.

—Estoy aquí —escuché su voz desde el cuarto de baño que había en la habitación—. Necesitaba refrescarme un poco. Los calmantes ya han desaparecido y ahora estoy sudando —se quejó y acortó la distancia para plasmar sus labios sobre los míos.

Le devolví el beso a pesar del nerviosismo y mordí su labio inferior antes de separarme.

—¿Qué tal te encuentras ahora? ¿Te duele mucho? —procuré no rozar su hombro.

—Más o menos. Es un dolor soportable. La rotura de nariz fue mucho peor —sacudió la cabeza y señaló al botón rojo situado junto a la camilla—. Llamemos al doctor para que podamos regresar a casa. Odio los hospitales.

—Ya somos dos.

El doctor pasó por la habitación a los veinticinco minutos. Revisó su hombro, y los puntos, antes de firmar unos papeles con el permiso para marcharnos. Dimitri deslizó el brazo libre en torno a mis hombros para ayudarle a caminar. Me repitió hasta la saciedad que estaba bien; que él solo podía caminar hasta el taxi. Pero me negué rotundamente. Él y yo éramos muy parecidos en este aspecto. Le ayudé a tomar asiento y le indiqué al conductor la dirección.

Durante el camino a casa, Dimitri me dijo que procuraría tener la próxima reunión con Jacob en pleno día. Si algo ocurría, habría testigos. A pesar de mis insistencias en que permaneciera en casa, al menos, la próxima semana, él alegó que tenía que deshacerse de su padre lo antes posible.

Pagué la tasa correspondiente y le acompañé hasta el interior. Antes de cerrar la puerta eché un vistazo a los alrededores. De repente, había tenido esa extraña sensación de ser observada. Sin querer pensar demasiado en eso, deseché la idea.

Probablemente ha sido por mi ajetreada imaginación y mi falta de sueño.

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