Cuarenta semanas [Los Ivanov...

By melaniabernal

37.3K 2K 608

Primer libro bilogía Los Ivanov. Catherine Miller, una joven que acaba de empezar la universidad, está a punt... More

Nota de la autora
Sinopsis
Frase
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4
Semana 5
Semana 6
Semana 7
Semana 8
Semana 9
Semana 10
Semana 11
Semana 12
Semana 13
Semana 14
Semana 15
Semana 16
Semana 17
Semana 18
Semana 19
Semana 20
Semana 21
Semana 22
Semana 23
Semana 24
Semana 25
Semana 26
Semana 27
Semana 28
Semana 29
Semana 30
Semana 31
Semana 32
Semana 33
Semana 34
Semana 35
Semana 36
Semana 37
Semana 38
Semana 39
Semana 40
Epílogo
Extra I
Extra II
Extra III
[PRIMERA EDICIÓN]
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4
Semana 5
Semana 6
Semana 7
Semana 8
Semana 9
Semana 10
Semana 11
Semana 12
Semana 13
Semana 14
Semana 15
Semana 16
Semana 17
Semana 18
Semana 19
Semana 20
Semana 21
Semana 22
Semana 23
Semana 24
Semana 25
Semana 26
Semana 27
Semana 28
Semana 30
Semana 31
Semana 32
Semana 33
Semana 34
Semana 35
Semana 36
Semana 37
Semana 38
Semana 39
Semana 40
Epílogo
Cuarenta problemas

Semana 29

454 23 4
By melaniabernal

Caminé descalza por el suelo de madera mientras masticaba una barrita de chocolate. Subí las escaleras con rapidez y me hice paso a la habitación. Dimitri todavía dormía. Sonreí para mis adentros al contemplar su espalda cubierta de tatuajes. Apoyé la cabeza contra el marco de la puerta y miré al reloj: eran pasadas las ocho de la mañana y yo ya estaba en pie. ¿El motivo?

El bebé deseaba despertar a su madre. Lo consiguió.

Hoy tenía cita con la doctora Keller. Habían transcurrido más de dos meses desde la última vez que la vi, por lo que tendría que hacer una revisión mucho más profunda para comprobar que todo iba bien de camino al parto. Además, quería conocer el sexo del bebé ya que tenía que amueblar toda una habitación para él, o ella. Regresé a la cama y me senté junto a Dimitri. Acaricié su piel desnuda y suspiré.

El vídeo del aeropuerto se convirtió en viral en cuestión de minutos, tal y como supuse. Las imágenes tuvieron una gran aparición en periódicos, revistas del corazón e, incluso, en la televisión. Dimitri parpadeó al sentir mi tacto y giró su rostro para quedar frente a mí. Una arrebatadora sonrisa comenzó a formarse en su rostro conforme se desperezaba.

—Buenos días —susurré, apoyando la mejilla sobre la palma de mi mano.

—¿Qué haces despierta tan temprano? —usó sus codos para incorporarse. Descansó la espalda contra el cabezal de la cama y abrió los brazos, invitándome.

Me eché a reír al mismo tiempo que me sentaba ahorcajadas sobre él. Anudé los brazos en torno a su cuello y ladeé el rostro, buscando su mirada.

—No tenía más sueño —me limité a responder.

—Has amanecido sonriente hoy —me rodeó con sus brazos.

—¿Te has olvidado de nuestros planes, señor Ivanov?

Jugueteó con los botones de la camisa que llevaba puesta —en realidad era suya, pero ya que vivía con él durante los últimos nueve días, pensé en llevar prendas más cómodas por casa—, y arqueó una ceja. Al escuchar mi pregunta, bufó. Supuse que era imposible que hubiera olvidado la cita del médico, por lo que me limité a esperar a escuchar su respuesta.

—Hoy perderás la segunda apuesta —contestó—. Ya sabes, aquella que hicimos ayer en la que yo decía que ese bebé será una niña y tú, un niño. ¿Cómo podría olvidar algo así, eh?

—Estás resentido —le golpeé en el pecho con suavidad—. Perdiste la primera apuesta. Eres incapaz de resistirte a mis encantos durante más de unos pocos días —intenté imitar su tono de voz, pero lo único que conseguí fue echarme a reír.

—Oh, vamos. El beso del aeropuerto no debería contar.

—¡Por supuesto que..! Espera, Dimitri, ¡espera! —chillé mientras caía de espaldas a la cama.

Dimitri se abalanzó sobre mí, apoyando los codos a ambos lados de mi cuerpo para evitar que yo cargara con su peso. Me crucé de brazos entre el diminuto espacio que separaba mi cuerpo del suyo y resoplé. ¡No era justo que siempre acabara así! Es decir, ¿a quién no le gustaría estar en mi lugar? Pero él tenía mucha más fuerza que yo. No podría liberarme de su agarre ni aún usando explosivos.

Bueno, quizá he exagerado un poco.

Enroscó un mechón de mi pelo en torno a su dedo y ensanchó la sonrisa.

—¿Qué? —suspiré.

—Va a ser una niña —repitió con convicción.

—Estás equivocado —quise empujarle. Nada—. Será un insufrible mini tú.

Aproximó sus labios a los míos para arrebatarme un beso antes de apartar las sábanas de su cuerpo y levantarse. Observé su cuerpo desnudo y no pude evitar clavar la mirada en su trasero, el cual desapareció tras la puerta de la habitación. No comprendí el motivo por el que los colores ascendieron a mis mejillas. Quizá era porque todavía no me había hecho a la idea de que ese hombre era mí prometido.

Mencionar esa palabra en mi mente sonó tan extraña como si la hubiera pronunciado en voz alta. Él mismo dijo que sería capaz de esperar varios años para celebrar una boda. No quería apresurar los acontecimientos más de lo que ya estaban, por lo que esperaba que respetara esa decisión suya. Miré al reloj desde mi posición y, aferrando mi vientre, me senté en la cama.

Teníamos que estar en la clínica en apenas una hora, y yo todavía continuaba en pijama, si es que se podía llamar de aquella forma.

Me deshice de su camisa y rebusqué por la maleta algo decente. Sí, mis pertenencias estaban aquí ya que las preparé cuando creí que me marchaba a California. No había colocado las prendas en el armario porque estábamos en proceso de mudanza. Esta casa nos recordaba a Svetlana, y a todo lo relacionado con el pasado, el cual queríamos dejar atrás. Decidimos marcharnos tan pronto como pudiéramos.

¿Dónde? Ni aún estaba resuelto.

Escogí una camiseta de tirantes junto a unos pantalones largos, los cuales se ajustaban a mis piernas. Tras tomar una pausada y relajante ducha, me aseé y una vez que me consideré más o menos presentable, regresé al dormitorio. Dejé caer la toalla y todo lo que llevaba en los brazos en el suelo al ver una bandeja repleta de comida junto a mi novio desnudo sobre la cama.

—¿Me harías el favor de vestirte? —pregunté, frunciendo los labios.

—¿Por qué? —cogió una tostada y la mordió—. Sé que te gusta verme así.

—Es cierto, no voy a negarlo. Pero nos tenemos que marchar porque la doctora nos estará esperando y, además, podríamos tener visita y no estás presentable —le lancé uno de los cojines que había esparcidos por el suelo—. ¿Por favor?

—Desayuna primero, aliméntate, no vaya a ser que te desmayes —se incorporó, empleando la almohada para cubrir esa zona en particular—. Cuando pierdas la apuesta, desearás no abandonar la cama durante días.

Deslizó la yema de sus dedos por la piel desnuda de mi nuca antes de coger alguna de sus prendas y encerrarse en el cuarto de baño. Exhalé el aire que estaba conteniendo y llevé la bandeja de comida hasta el escritorio. Devoré todo en cuestión de minutos. A cocinero no le ganaba nadie. Dimitri regresó a la habitación con una camiseta de manga corta y unos vaqueros oscuros. Marcó un número de teléfono, al cual le habló con monosílabos, y dijo:

—Ya vienen a ordenar la habitación —guardó el móvil en sus bolsillos y apartó la bandeja de mi lado—. Nosotros vamos a tener un día demasiado ocupado como para estar limpiando la casa. Además, tampoco quiero que te esfuerces mucho.

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que te quiero?

—No lo suficiente.

Desde mi posición, conseguí besarle. No fue un beso corto, pero sí dulce. Me aferré a su camisa, atrayéndole hacia mi cuerpo, mientras me deleitaba con las emociones que se arremolinaban en mi pecho. Amor, emoción, felicidad. Regresé al suelo cuando consideré que ya era hora de marcharnos y entrelacé mis dedos con los suyos. Tan pronto como pusimos los pies en el exterior, el pequeño grupo de periodistas que había estado acampando durante la última semana, preparó sus cámaras y los flashes nos rodearon.

Dimitri me cubrió con su cuerpo y deslizó su brazo sobre mis hombros.

—Vaya, ¿es siempre igual? —pregunté.

—Oh, Cathy. Esto no es nada comparado con lo que nos espera en la gran ciudad.

Subimos al coche, arrancó el motor, y abandonamos la casa a toda velocidad. Acaricié el dorso de su mano mientras conducía y miré al frente. En ese momento me percaté de lo nerviosa que estaba. Mucho, de hecho. Conocería la fecha exacta del día del parto y lo que estoy esperando. Quise reír y llorar al mismo tiempo.

La clínica nos permitió usar su garaje privado —únicamente podían acceder a él los médicos, enfermeras y en sí, el personal que trabajaba allí—, para evitar que los periodistas nos siguieran hasta la entrada. Nada más mirarle, supe en qué estaba pensando.

—No me digas que te vas a desmayar —me burlé.

—Sabes muy bien que estas situaciones me inquietan —acomodó el tirante de mi camiseta, el cual había resbalado por mi hombro izquierdo.

—Todo estará bien. Yo me encuentro bien, y el bebé está siempre igual de enérgico. ¿Qué crees que pasará, eh? Mírame —puse las manos en sus mejillas y le obligué a girar su rostro—. Si algo malo ocurriera, ¿no crees que ya hubiera comenzado a sangrar, o tener dolores? Has pasado conmigo los últimos nueve días. Hemos hecho el amor, visitado el cine, hemos cenado bajo las estrellas y cosas tan bonitas que no me creo que sea verdad. Confía en mí.

—Solo... Dirás que es una estupidez —rascó su nuca—, pero ahora que he encontrado mi camino, ahora que estás conmigo, tengo más miedo que nunca a perderte.

Negué con la cabeza, comprendiendo su preocupación. A pesar de que nadie nos había molestado en la última semana —Svetlana no se había molestado en hacer ninguna aparición pública ni entrevista para manifestar su enfado—, él temía que algo sucediera. Le abracé con fuerza, transmitiéndole así que nada ni nadie nos separarían.

Pasamos al interior de la clínica. Apoyé los brazos en el mostrador y la enfermera que estaba sentada tras este, nos miró antes de decir:

—La doctora ni aún ha llegado. Tomar asiento mientras tanto, por favor.

Asentí.

Las sillas azules estaban vacías, por lo que tomé el asiento situado frente a la puerta de la consulta de la doctora Keller. Crucé las piernas tanto como pude y apoye la espalda en el respaldo. Acaricié mi vientre, buscando la zona en la que el bebé pateaba más y, antes de que el móvil comenzara a vibrar, Dimitri ya lo sostenía en sus manos.

—Jacob —dijo, y entrelazó nuestras manos.

Le observé mientras conversaba con su hermano. De vez en cuando fruncía el ceño y los labios, sin decir nada realmente, y otras hablaba con demasiada rapidez. Al parecer, ambos discutían acerca de asuntos de la empresa, ya que Jacob no estaba tan preparado como él.

—Bart sabe cómo hacerlo, déjaselo a él. Estará encantado de colaborar —bufó.

—¡No quiero arrastrarme por él! —la voz alterada de Jacob alcanzó mis oídos.

Caray. El asunto le molestaba más de lo esperado. Dimitri le aconsejó cómo llevar a cabo unos procedimientos siempre y cuando él no se viera demasiado involucrado. Acarició el dorso de mi mano con el pulgar mientras conversaban y descanse mi cabeza sobre su hombro. No quería decir nada pues quizá Jacob terminaría la conversación al escuchar mi voz.

Desde mi posición, entreví a la doctora pasar a la consulta. Llevaba en mano algunos papeles y la enfermera le seguía con rapidez. Supuse que estarían preparando la sala para mí. Solo yo me encontraba esperándola.

De todas formas, la clínica recién acababa de abrir. Dimitri consiguió la primera cita, aplazando así el resto para evitar posibles comentarios. Cuando eres novia de un Ivanov, tu vida se vuelve más sencilla. Aunque, pensándolo mejor, yo no deseaba depender de él para el resto de mi vida. Quería terminar mi carrera, conseguir un trabajo, y sacar nuestra familia adelante juntos. Sonreí ante esa expectativa de futuro y aclaré mi garganta.

—Jacob, tengo que dejarte. Hablamos más tarde —dijo al fin.

¡Aleluya! Me puse de pie y estiré ambas manos hacia él.

—Te quiero —me dijo al mismo tiempo que se incorporaba.

—Lo sé —sonreí sobre sus labios antes de besarlos.

Pasamos a la consulta tras ser nombrados y seguí el camino hasta la camilla acolchada. Estiré las piernas y remangué la camisa mientras esperaba a la doctora. Dimitri estaba ansioso, y lo supe por la forma en la que se balanceaba sobre sus propios pies.

—Hola de nuevo, Catherine —la doctora Keller depositó los papeles sobre el escritorio—. ¿Qué tal te encuentras? ¿Has tenido alguna complicación en estos últimos dos meses?

Encendió la máquina situada a mi derecha.

—En absoluto. Todo va perfectamente, aunque cada vez me cuesta caminar más —reí entre dientes—. Ya nos hemos decidido: queremos conocer el sexo del bebé y también, si es posible, la fecha del parto.

—Por supuesto.

Realizó el mismo procedimiento de siempre, es decir, esparcir aquella crema gelatinosa sobre mi vientre y mover la máquina sobre este. Presa de los nervios, busqué a Dimitri con la mirada. ¿Niño? ¿Niña? Él no apartó la mirada de la pantalla a pesar de que no debía comprender nada. La doctora esbozó media sonrisa y me miró.

—Tu gestación es de siete meses y trece días. Situaría el parto en torno a la segunda semana de noviembre. Entre los días 12 y 14, aproximadamente —me informó.

¿Siete meses? ¿Ya había pasado todo ese tiempo?

Comprobó si todo estaba como debía estar. La sensación de alivio me reconfortó tan pronto como dijo que no había ninguna anomalía en el feto.

—Ah. Ya puedo ver el sexo del bebé, acaba de girar —intercambió una mirada entre Dimitri y yo, esperando nuestra confirmación—. ¿Estáis listos?

Miré a Dimitri. Él me miró a mí. Y asentimos.

La doctora limpió la crema de mi vientre y se retiró a la sala contigua para otorgarnos un poco de privacidad. Me senté en la camilla, no obstante, no tuve tiempo para bajarme de esta. Y no porque yo quisiera, sino porque Dimitri se había hecho paso entre mis piernas, aferrado mis mejillas y me había besado hasta dejarme sin respiración.

—Te lo dije —balbuceó sobre mis labios.

—No puedo creérmelo —repetí yo, al borde del llanto.

—Es una preciosa mini tú. ¿Qué haré con otra Catherine en mi vida? —rio mientras la primera lágrima resbalaba por mi mejilla—. Os quiero muchísimo, a las dos.

Dirigió sus manos hacia mis muslos, ascendiendo lenta y tortuosamente hasta mis caderas. Repitió las caricias hasta que decidió limpiar mis lágrimas que, poco a poco, consiguieron empapar su camisa. Fue en ese entonces cuando caí en la cuenta de que no había abierto el famoso regalo de Mary. Lo haría una vez que estuviera en casa; mí casa, puesto que no lo traía conmigo cuando me marchaba a California.

—Catherine Marie Miller —dijo mi nombre con seriedad—. Te prometo que estarás muy orgullosa de mí. Seré el mejor padre que esta niña pueda tener —colocó las manos en mi barriga antes de añadir—. No quiero convertirme en Bart. No quiero ser él.

—No lo eres, nunca lo has sido —respondí al instante—. Tienes el mismo corazón que tu madre. Ya me siento orgullosa de los cambios que has hecho en estos meses, no tienes que demostrar más. Te quiero tal y como eres.

—Te necesito, ahora —tensé mis piernas en torno a su cintura—. Te juro que si no fuera por el delicado estado y porque estamos en una consulta de hospital, te desnudaría aquí mismo y haría todas las travesuras que están pasando por mi cabeza ahora mismo. Sobre ese escritorio de allí —lo señaló, como si no fuera obvio.

—Por Dios —susurré, imaginándome la escena—. ¿Cuánto café has consumido esta mañana?

Me ayudó a volver al suelo y acomodó tanto mis pantalones como mi camiseta. Percibió mi aroma y se separó de mí cuando regresamos a la estancia donde la doctora se encontraba. Intenté que mi ajetreada imaginación no me afectara demasiado, pero debido a los colores de mis mejillas, supuse que pensar en otra cosa no daría resultado.

Nos deseó buena suerte y me comunicó que nos veríamos el día del parto. También me advirtió que, al ser tan joven, tendría que ser más cuidadosa con el embarazo. Y no solo se refería a las acciones. Las emociones fuertes podrían ocasionar falsas contracciones que derivarían en un parto prematuro.

Tan pronto como llegamos al coche, Dimitri logró distraer mi mente.

Comenzó a repartir pequeños besos a la altura de mi mandíbula, deslizando los labios por mi cuello hasta la clavícula. Sonreí a pesar de que no podía verme y descansé mi cuerpo sobre el asiento del copiloto. Apoyó una mano sobre mi muslo izquierdo y chasqueó la lengua.

—He ganado la apuesta —repitió, como si no me hubiera quedado demasiado claro.

—Lo sé, cariño —me acomodé en el asiento para poder abrochar el cinturón.

—Una niña, Catherine, una niña —introdujo las llaves en el contacto del coche y arrancó el motor, el cual retumbó en la soledad del garaje—. Tenemos que adquirir todo el mobiliario y buscar nombres para ella. No lo puedo creer.

—Primero tenemos que hacer otra cosa —murmuré, jugando ahora con el anillo de compromiso en vez del de plata. No planeaba quitármelo, puesto que simbolizaba mucho más de nuestra relación que cualquier otro objeto—. Le voy a echar muchísimo de menos, Dimitri. Seguro que me pondré a llorar en mitad del aeropuerto.

Él asintió, comprendiendo mis palabras. Durante la trayectoria a mi casa, él no mencionó ninguna palabra acerca de lo que ocurriría en cuestión de unas horas. Intenté hacerme a la idea de que mi hermano se marchaba a vivir a California para siempre durante toda la semana. Solo regresaría a casa por Navidad y cuando su trabajo le permitiera hacerlo. Mientras tanto, podría llegar a estar hasta once meses sin verle.

A pesar de todos los problemas a los que mi hermano y yo nos habíamos afrontado, sabía de antemano que, sin él, no hubiera sobrevivido a los primeros meses de embarazo. Dimitri entrelazó nuestros dedos al ver mi expresión.

Quizá su relación con Jacob había mejorado desde que el plan de derrocar a su padre y de adivinar los secretos de Svetlana comenzó a dar sus frutos, pero Dimitri no llegaría a entender este sentimiento fraternal. Aparcó en la cochera de casa y bajamos del vehículo. Mis padres habían salido para comprar lo necesario para el viaje de Patrick, por lo que solo seríamos nosotros tres. Esperaba aprovechar la situación para que mi prometido y mi hermano arreglasen sus respectivos problemas.

No me agradaba saber que ambos se odiaban mutuamente.

—¿Segura que quieres hacer esto? —susurró, deslizando un brazo en torno mi cintura—. Quizá él prefiere dejar las cosas tal y como están.

—Necesito que pongáis todo en orden. Después de la pelea y la cena familiar, no os habéis dirigido la palabra. Oye, recuerdo que en su entonces fuisteis amigos. No os pido que, de repente, os convirtáis en hermanos. Pero quiero que él se sienta libre de visitarnos cuando pueda sin tener la preocupación de que tú le vayas a hacer algo —finalicé la frase con una sonrisa un tanto irónica.

Dimitri me dio un último beso antes de pasar al interior de casa.

Usé la puerta que daba a la cocina para evitar salir a la calle. Deposité mi bolso sobre la mesa, en la cual descansaba el periódico y la cafetera vacía, y acaricié mi vientre con lentitud. Patrick tendría que estar en su habitación, terminando su maleta y ultimando los preparativos del viaje. Le indiqué a Dimitri que permaneciera en el salón mientras yo iba a buscarlo.

Subí las escaleras, apoyando la mano sobre la barandilla y golpeé su puerta tres veces. Al no obtener una respuesta, me atreví a pasar. Lo encontré sentado sobre la cama y con la maleta abierta frente a él. Apenas había guardado un par de camisetas y pantalones.

—¿Estás esperando a que cobre vida? —pregunté con voz irónica.

—Sí. De esa forma no tendría que prepararla yo —respondió.

—¿Te echo una mano?

Alzó la vista y asintió. Tras unos costosos movimientos, logré tomar asiento en el suelo y doblé las piernas, quedando a unos centímetros de la montaña de ropa y de la maleta. Hacía bastante tiempo que mi hermano y yo no estábamos así de tranquilos. No intercambiamos palabra, al menos, no durante los primeros minutos.

—¿Qué te ha dicho la doctora? —tomó asiento a mi lado y me arrebató una camiseta.

—Es una niña, hermano. ¡Una niña! Estaba completamente equivocada. Desde un principio creí que sería un varón como su padre —me eché a reír—. Pero serás tío de otra Catherine. Creo que tus súplicas no han funcionado.

—Por favor, otra más en la familia no —cubrió su rostro con la camiseta y se dejó caer en el suelo, fingiendo que se había desmayado.

—¡Venga ya! —le golpeé en el hombro y doblé un par de pantalones.

—Enhorabuena, hermanita —besó mi mejilla antes de desmarañar mi pelo—. Me alegro por ti, por vosotros. Y hablando de vosotros... —señaló al suelo, y supe a que se estaba refiriendo con ese simple gesto—. Está aquí abajo, ¿cierto?

Me limité a responder con un asentimiento de cabeza.

Una vez que terminamos con la maleta —mejor dicho, las maletas, en plural—, me ayudó a ponerme de pie y bajamos hacia el salón. Dimitri se había acomodado en el sillón y había cogido una de las revistas de pesca de mi padre para entretenerse. Yo quería intervenir en la conversación. Pensaba que ambos necesitarían una intermediadora.

—Te acompaño —ofrecí.

—No.

—Quiero hacerlo.

—No.

—¿Por qué? —me quejé, frunciendo el ceño. Dimitri, ante la aparente actitud tan negativa de mi hermano, no hizo más que incorporarse y apoyar una mano sobre mis hombros—. Por favor, no empieces con esa actitud infantil. Podemos hablar con total y absoluta libertad. Papá y mamá no tienen que enterarse de...

—¿De que estuve a punto de partirle la cara? —bufó—. El principal problema de que yo no quiera hablar con él es que, desde que estáis juntos, ya no te reconozco. Has cambiado.

¿Realmente quería continuar con este tema? Supe que a Dimitri no le agradaría escuchar esas palabras. Mi hermano lo sabía muy bien y, aun así, Patrick las había pronunciado. Odiaba esa faceta sobreprotectora. Ya es suficiente. No soy una niña; sé cuidarme por mí misma e iba a demostrárselo. O, ¿acaso no lo había hecho durante estos últimos meses?

Podré haber tenido mis caídos. Todos las sufrimos.

Podré haber recurrido a su ayuda. Es mi hermano, le necesitaba.

Pero no tenía derecho a hacerme sentir que todas las decisiones que he efectuado han sido erróneas para él. No nos encontrábamos en una película para cambiar el guión. Esto era la vida real, y las cosas llegan a su fin cuando tú lo decides.

—¿Crees que él me ha cambiado? —no miré a Dimitri—. ¿Crees que él tiene la culpa, si se puede llamar así, de que ahora me comporte de esta manera? Ni hablar. ¡Me enamoré! ¿Qué hay de malo en eso, Patrick? ¿Tanto te cuesta aceptarlo?

—Dimitri y yo éramos amigos antes, Catherine. Lo sabías. Discutimos antes de dejar de dirigirnos la palabra y ahora me da rabia que haya estado a punto de matarle en una pelea, de que yo os haya causado tantos problemas... No quería molestar más. Ahí lo tienes. ¿Es eso lo que querías escuchar? ¿O no esperabas oírlo? —admitió.

Mi prometido se interpuso entre ambos al ver el rumbo de la conversación. Sí, conocía de sobra que ellos se conocían de antes y no por la fama de Dimitri. Habían estudiado juntos en la universidad y en el instituto, sin embargo, después de una fuerte pelea no volvieron a verse. Al ser tan orgullosos, el contacto se rompió hasta que él reapareció en mi vida.

—No involucremos a Catherine en esto, por favor —Dimitri habló de manera pacífica—. Ella no está en condiciones de tener una pelea como esta. Al menos, no ahora. Así que, si quieres arreglar las cosas, aquí me tienes. No lo hagas a través de ella.

—¿Le ocurre algo? —Patrick me miró con preocupación. El atisbo de rabia había desaparecido.

—No, tanto su salud como la de mi hija se encuentran bien —asintió.

—Entonces... —Patrick humedeció su labio inferior y tensó la mandíbula—. ¿A qué esperamos?

♡♡♡

El aeropuerto mantenía sus puertas abiertas a cualquier hora del día. Divisé a diversas familias facturando sus maletas para marcharse de viaje. Probablemente irían de vacaciones. Hubo unos instantes en los que creí que esta tarde terminaría bañada en sangre, literalmente. Pero ambos conversaron de la manera más pacífica posible, solucionando así todo lo que una vez se dijeron y que ninguno se atrevió a responder.

Dimitri besó mi frente antes de soltarme la mano. Me aproximé a mi hermano y le estreché entre mis brazos con fuerza. Le echaría mucho de menos, pero me consolaba saber que apenas faltaban unos meses para volverle a ver.

—Cuídate, Cat —susurró cerca de mi oído, sin soltarme—. Llámame tan pronto como mi sobrina nazca, ¿de acuerdo? Quiero estar ahí para verla.

—Lo haré —sollocé.

No llores, Catherine, no llores. Me repetí mentalmente.

—Vamos, ¿realmente te vas a poner así? Ningún año has llorado por mí. ¿Tan profundo he llegado a tus sentimientos, hermanita? —se burló.

—Son las hormonas del embarazo, idiota. Jamás lloraría por ti —elevé el mentón en signo de orgullo a pesar de que ya había comenzado a llorar.

Mis padres se despidieron de él. También lo hizo Dimitri. Estrecharon sus manos y tras intercambiar unas pocas palabras más, se marchó. Le observé alejarse mientras colocaba los auriculares en sus oídos, silenciando el mundanal ruido. Dimitri volvió a aferrarme por la cintura y me mantuvo próxima a él en todo momento.

Esperé a que el llanto se calmara antes de volver a hablar.

—Nosotros regresamos a casa —les dije a mis padres, señalando al coche aparcado en la entrada del aeropuerto—. Ha sido un día muy largo y estoy agotada. Apenas puedo mantenerme de pie —acabé la frase con un pesado suspiro.

—¿Quieres que te lleve en brazos? —susurró Dimitri.

—Cállate, anda —respondí entre risas.

—Tu padre trabaja por la mañana, por lo que nosotros también nos vamos —mamá dijo—. Me alegro mucho por vosotros, Catherine. Por cierto, se me olvidó comentarte que ha llegado una carta de la universidad esta mañana. Creo que es para matricularse en el próximo curso.

—Lo haré —dije al instante—. Pero no este año.

Al igual que yo, Dimitri también se despidió de mis padres. Tras eso, subimos al coche. Era un vehículo de color negro, y el conductor ya nos estaba esperando. Se suponía que era más seguro que un chofer nos llevara a casa que conducir él mismo. ¿El motivo? Incierto. Supuse que se trataba por seguridad de la empresa.

Una vez que llegamos a la gran mansión, y tras un relajante baño, pude tumbarme en la inmensa cama. Dimitri, mientras tanto, terminó de asearse en el otro cuarto de baño. Apoyé la mejilla en la almohada y cerré los ojos durante unos minutos. Intenté encontrar la posición más cómoda para dormir, y la única en la que estuve más o menos bien, fue tumbada sobre el costado derecho.

Presentí que iba a quedarme dormida en cualquier momento, entonces, unas cálidas manos masajearon mis hombros con suavidad. Sonreí para mis adentros, sin moverme. Una sábana de seda me cubrió hasta la cintura y Dimitri se acomodó a mi lado.

—Buenas noches, Cathy —besó mi hombro, deslizando a su paso el tirante del vestido.

Me rodeó con un brazo, apoyando su cabeza contra la mía y dejé que Morfeo me llevara lejos.

Continue Reading

You'll Also Like

51.9K 1.6K 48
"me gustaría ser más cercana los chicos del club, pero supongo que todo seguirá siendo igual, no?"
2.6K 213 65
Existen ocasiones en que el destino te pone caminos en que no sabes que hacer, que pensar o como actuar Te pone en situaciones en que debes escoger...
114K 3.3K 10
Roger Butler y Lola Walts pactaron un acuerdo luego de una noche de pasión; con el tiempo se fueron enamorando. Aunque la mentira y el engaño siempre...
143K 9K 25
Bianca y Emiliano se preparan para iniciar una nueva vida juntos, siendo un terreno desconocido para ambos, se proponen aprender uno del otro, se mu...