CDU 2 - El legado de Faedra [...

By litmuss

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Cuando los miedos superan las seguridades, el mayor refugio se halla en ti mismo. Luego de conocer la cruelda... More

El legado de Faedra ©
Probar suerte
Parte I
P1: Capítulo 1
P1: Capítulo 2
P1: Capítulo 3
P1: Capítulo 4
P1: Capítulo 5
P1: Capítulo 6
P1: Capítulo 7
P1: Capítulo 8
P1: Capítulo 9
P1: Capítulo 10
P1: Capítulo 11
P1: Capítulo 12
P1: Capítulo 13
P1: Capítulo 14
P1: Capítulo 15
P1: Capítulo 16
P1: Capítulo 17
P1: Capítulo 18
Parte II
P2: Capítulo 19
P2: Capítulo 20
P2: Capítulo 21
P2: Capítulo 23
P2: Capítulo 24
P2: Capítulo 25
P2: Capítulo 26
P2: Capítulo 27
P2: Capítulo 28
P2: Capítulo 29
P2: Capítulo 30
P2: Capítulo 31
P2: Capítulo 32
P2: Capítulo 33
P2: Capítulo 34
P2: Capítulo 35
P2: Capítulo 36
P2: Capítulo 37
P2: Capítulo 38
Epílogo: Por nosotros
¿Qué estamos haciendo las autoras?

P2: Capítulo 22

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By litmuss

A la mañana siguiente, cuando desperté bajo el ala de Alhaster, Brennan ya se había ido. Y por el rostro de Cassie supe que nos había dejado hacia varias horas. La fogata seguía encendida, con leves destellos de fuego asomando entre los troncos de madera a medio quemar. El hada contemplaba las llamas con mucha atención, como si con observarlas fueran a apagarse.

—Ya casi es medio día princesa, hay que levantarnos.

—Pero estoy muy cómoda aquí —dije acurrucándome más.

—Y yo también, pero, ya sabes, el deber prima sobre la voluntad.

Refunfuñando, me levanté y sacudí mi ropa, a la vez que Alhaster abría sus enormes alas, creando una gran sombra sobre mí, y luego levantaba vuelo hacia las nubes. Miré a Luigi que se encontraba del otro lado de la fogata. Abrió sus fauces y dejó que una pequeña llamarada reavivara el fuego, para luego ir en busca de Alhaster en el cielo.

Cassie se asustó cuando el fuego se elevó y se quedó suspendida a unos metros, lejos del peligro, aunque volvió a sentarse al instante.

Me senté a su lado y apoyé mi brazo sobre sus hombros.

—¿Estás bien? —pregunté sin rodeos.

—Claro que sí, ¿por qué debería estar mal? Todo marcha excelente —respondió rápido y apenas dejándome tiempo para procesar sus palabras.

—No lo sé, te noto un poco conmocionada.

—¿Conmocionada? —preguntó, una risa muy forzada y antinatural salió de su boca— Estoy muy bien.

—¿Estas segura de que la ausencia de Brennan no te afecta en lo más mínimo? —inquirí despacio.

—No, ¿por qué me tendría que afectar? —replicó cruzándose de brazos.

—Oh, no sé, esperaba que tú me lo dijeras.

No hizo caso a lo que le dije y cambió de tema.

—¿Sabes qué le dirás a los líderes en el Consejo?

De pronto me quedé en blanco y sin aire en mis pulmones. La sola idea de que vería a los diez líderes frente a mí me ponía muy ansiosa.

—No lo sé todavía —logré pronunciar con la garganta cerrada como un puño.

—Tranquila amiga, todo saldrá bien, como siempre —intentó calmarme y no me había pasado desapercibido que era la primera vez que me llamaba amiga.

Me agradaba que ya me considerara parte de sus círculos.

—¿Cómo siempre? Cassie, las cosas nunca salen bien. Al menos, no del todo.

—No estoy de acuerdo, ¿sabes? Sobrevivimos a cada batalla que hemos tenido, pasaste todas las pruebas a las que te sometieron en el reino de los elfos. Con el avance del tiempo, obtenemos más aliados y nuestro equipo se hace más fuerte. ¿Y dices que las cosas nunca salen bien? Mira a tu alrededor. Es increíble que sigamos todos vivos, Ilora.

Me quedé callada, porque no sabía qué decir contra eso. Cassie tenía razón, a pesar de que habíamos sufrido mucho, seguíamos unidos y eso es lo que contaba al final del día.

—Tal vez sientes que las cosas no salen bien porque no estás acostumbrada a lo que es la vida aquí. No obstante, cuando has visto las cosas que yo he visto y perdido todo lo que yo he perdido, te das cuenta de que esto que tenemos ahora, esta familia que hemos formado es lo mejor que podrías tener y que, en efecto, nos ha ido muy bien —dijo ofreciéndome una sonrisa—. Ahora, sería bueno que retomáramos las intenciones de usar tu magia y tu don. No nos vendría mal conocer el futuro más seguido, ¿no crees? Lo que me extraña es que pareces tranquila estos días, ¿no ha habido visiones?

Fruncí el ceño al ser consciente de ello, mas negué con la cabeza al sopesar lo estúpido que sería pensar que algo malo estaba sucediendo. En cambio, llevé la conversación por otro camino, cualquier cosa era mejor que pensar en estúpidas conclusiones.

Dos días pasaron desde mi charla con el hada y podría jurar que hasta la había visto mordiéndose las uñas de la ansiedad. Caminaba de un lado a otro sin cesar. Incluso una tarde, luego de almorzar, se adentró al bosque y volvió cuando la luna se cernía sobre nuestras cabezas, muy fatigada y oliendo a sangre fresca. Asumí, o creo que todos asumimos, que había estado de cacería, intentando llenar su vacío interior con animales.

—Muchachos, creo que ya es hora de partir —dijo Haru unos minutos después de levantarnos.

—¿Tan pronto? Me gustaría esperar un día más antes de ir a ver a esos pulgosos —acotó Castiel, al que la sola idea de ver a los líderes le revolvía el estómago—. Además, esta belleza necesita más horas de sueño para ser efectiva —dijo, señalándose a sí mismo.

—Ni con cien mil horas de sueño podrías arreglar tu rostro —gruñó Alhaster en la cabeza de todos y me mordí la lengua para no reír.

Por supuesto, como era común, mi padre tuvo que detenerlos antes de que hicieran algo tonto. No era posible tener una charla sin contratiempos, pero eso mismo era lo que hacía de nuestra travesía, un viaje como cualquier otro.

—Yamato, ¿Cuándo crees que llegaremos? —preguntó Cassie una vez que todos nos pusimos a guardar lo que nos llevaríamos.

—Supongo que mañana temprano o más tarde, cuando se ponga el sol, nos encontraremos con Brennan a mitad de camino. Desde allí él nos guiará, por lo que pasado mañana ya estaremos pisando territorio de licántropos.

Cassie asintió con vehemencia y regresó a su lugar, a la vez que mi padre sacudía la cabeza sonriendo.

***

Había olvidado cuán aburridas llegaban a ser las caminatas hasta los reinos. Horas y horas sin pronunciar una palabra, y los nervios a flor de piel por si algún ataque sorpresa nos esperaba.

—No veo la hora de que sea luna menguante y poder abrazarte —dijo Alhaster de la nada en mi mente.

—¿Y eso a qué viene? —repliqué sintiendo mis mejillas arder.

—De nada, solo quería decírtelo —respondió con voz seductora—. ¿Qué tal si viajas conmigo? No me gusta tenerte tan lejos.

—¿Sabías que somos dos criaturas separadas, cierto? —dije y un gruñido resonó por el área, llamando la atención de todos—. No puedo creer que hicieras esto.

Tuve que explicar que no pasaba nada y, como tampoco me gustaba saberlo tan lejos, terminé por aceptar su oferta. Descendió a mi lado y se recostó un poco para que pudiera subir. Me aferré a sus escamas, a las que ya me había acostumbrado, y seguimos nuestro camino desde las alturas.

El día le dio paso a la noche y tuvimos que levantar un campamento improvisado, aunque no tuve la necesidad de buscar donde descansar, ya que dormí sobre el lomo de Alhaster. No pensaba bajarme de él hasta que llegáramos al edificio del Consejo y él estaba más que contento con mi decisión.

Al día siguiente, Haru nos hizo despertarnos muy temprano, apenas había salido el sol, y solo a comienzos de la tarde, cuando llegamos a un prado desolado y sin vegetación, se detuvo y dejó caer su bolsa con sus pertenencias en el suelo.

Desconcertado, Castiel le preguntó qué estaba haciendo.

—Este es el punto de encuentro que acordé con Brennan. Si seguimos, corremos el riesgo de ir por otro camino y en lugar de terminar en el Consejo solo encontraremos un gran río.

—¿Y cuándo llegará Brennan? —preguntó Cassie, mirando a su alrededor.

—No creo que tarde mucho en aparecer —le respondió Haru con las comisuras de sus labios un poco curvadas.

Y así fue, unos minutos después, vimos una gran mancha negra corriendo en nuestra dirección. Era Brennan y no se detuvo hasta que sus patas delanteras estuvieron a poco menos de un metro de nosotros.

Llevaba su ropa entre los dientes y la dejó caer a los pies del hada.

—Al menos esta vez tuviste la sensatez de quitártela antes de la transformación —dijo ella, tomando la ropa babeada con una mueca de asco y colocándola dentro de su bolsa.

Retomamos el viaje encabezados por el lobo, que se mantuvo cerca de Cassie. Mientras que yo sobrevolaba el área con Alhaster, sufriendo las consecuencias del vuelo y los estragos del sol y los insectos.

—Empiezo a darme cuenta de que no es tan genial volar a velocidad tan baja —murmuré a Alhaster, sabiendo que me escucharía y así fue, porque incluso mi padrino lo hizo.

No es divertido cuando se meten los insectos en tu boca, ¿cierto, ahijada? —bromeó Luigi.

—Los insectos son un asco, pero son peores cuando vamos rápido. Ahora, ¿el sol? —me quejé—. ¡Uf! El sol es aún peor acá arriba, padrino, ¿Cómo pueden?

—Sobre los insectos, pues terminamos por acostumbrarnos a comerlos —explicó mi padrino y tuvo que haber supuesto mi mueca de asco porque rio.

Y las escamas ayudan con el sol —respondió Alhaster también en tono jocoso.

Desde allí, la conversación se orientó a un debate con mi padrino acerca de la necesidad de bloqueador solar y repelente para insectos versus la inevitable consecuencia ambiental. Mientras que Alhaster nos escuchaba con atención y dejaba caer opiniones cada cierto tiempo.

Estuve tan concentrada en nuestra charla que no noté cuando los muchachos en tierra se perdieron en la vegetación espesa, pero Luigi sí estuvo atento, porque nos informó que sobrevolaríamos el bosque y no descenderíamos hasta que los demás llegaran al Consejo.

Alhaster hizo un gruñido de asentimiento y continuó nuestro vuelo, sobrevolando el cauce de un sinuoso y largo río. Una media hora de viaje más tarde, el bosque había dado paso a una zona de vegetación baja, donde poco a poco la figura de un enorme edificio de color oscuro se hacía cada vez más grande. Mientras bajábamos poco a poco desde el cielo, pude apreciar en mayor detalle el edificio del Consejo, echo en su totalidad de musgosa y milenaria piedra, y erguido como una gigantesca H con un pie a cada lado del río. Pude ver también que Brennan ya se había cambiado, y mi padre me ayudó a descender una vez los dragones tocaron tierra.

El imponente edificio tenía dos entradas, una a cada lado del río, y ubicadas junto a la ribera. Era una edificación impresionante con muros altos y robustos que daban la sensación de haber sido erigidas para protegerse de una guerra. Habría que pensar mucho antes de atacar un lugar como aquel, de impenetrable piedra, enormes proporciones y escasas ventanas.

—Bienvenidos al Consejo, chicos —murmuró Brennan con voz cansada y señaló a los dragones—. Como es obvio, ustedes no entrarán. Los demás usaremos la entrada derecha.

No hubo réplica, porque aquello era un requerimiento apenas lógico y, con un último asentimiento de cabeza para los dragones, seguí al grupo por la ribera del río, llegando al enorme arco de techos altos que se ubicaba en la parte inferior del edificio. Apenas había un par de metros de tierra entre el río y la fría roca, y las proporciones del edificio convertían el espacio en un lugar frío y oscuro, oculto en las sombras y solo iluminado por algunas antorchas en ambas paredes del arco. Brennan tomó una y nos guio hacia la puerta.

—Les vendrían bien unas ventanas por aquí —murmuró Castiel, haciéndonos reír a todos, salvo al lobo.

—A nosotros no nos importan esas pequeñeces, elfo. Debe funcionar como un túnel, no como salón de baile.

—Un poco de brillo no mata a nadie —descartó Castiel, invalidando cualesquiera fueran los argumentos del moreno, que se cansó y se limitó a guiarnos.

Para entonces, a diferencia de las horas previas, Brennan ya no caminaba a la par de Cassie, que se hallaba en silencio junto a Piwi y Hal, sino que avanzaba solo.

Llegar hasta el centro del arco, donde se ubicaba la puerta, tomó algo más de tiempo del que creí, haciendo que me preguntara qué se ocultaría en tamaña fortaleza. Cuando llegamos a la puerta, de hierro sólido, Brennan la abrió utilizando una llave de un metal que no logré reconocer, pero que brillaba como una gema. Guardando mi curiosidad para más tarde, me limité a seguirlo mientras subíamos unas interminables escaleras con muy pobre iluminación y una construcción deteriorada por el paso del tiempo. No debieron ser más de cincuenta escalones, pero cada uno fue más doloroso que el anterior, ya que eran muy anchos y estaban bastante destruidos.

Respiré de manera ruidosa, tomando el último peldaño, y tuve que sostenerme de papá para recuperar el aliento. Acabábamos de llegar a un amplio recibidor rectangular, iluminado por múltiples antorchas en las paredes.

—Eso, mi querida hija, se llama karma. Te pasa por haber usado a Alhaster como medio de transporte durante dos días en lugar de caminar con nosotros —recriminó con astucia mi padre, sabiendo que no podría refutarlo.

Vi a Brennan apagar su antorcha y dejarla en una pequeña mesa a nuestra izquierda, para luego tomar mi brazo y me instarme a seguirlo.

—¿No vienen con nosotros? —pregunté, mirando hacia atrás y viendo a mis amigos sonreírme con confianza. Nos dirigíamos a la puerta más grande al fondo de la sala.

—No, primero quieren verte a ti. Luego nos dirán a dónde debemos ir —explicó.

—¿No deberías darme un consejo antes? ¿Una advertencia?

—No te harán nada, Ilora, solo quieren hablarte —dijo deteniéndose a varios centímetros de la puerta—. De cualquier forma, basta con que recuerdes que su lema es sobre el valor.

Me pareció raro que no se incluyera en sus palabras y se lo hice ver, obteniendo una mirada desorientada de su parte.

—Sí, así es, también es mi lema —confirmó, pero se sintió fuera de lugar.

No obstante, tuve que contener mis dudas, al recibir su señal para que continuara sola. Brennan volvió al área cerca de la escalera y yo cerré la distancia que me separaba de mi destino. Toqué la puerta solo una vez y esperé unos segundos hasta que la madera fue halada hacia adentro.

Un hombre albino cubierto con un gran abrigo de piel me dio la bienvenida con una mirada solemne. Mientras que varios hombres más y una mujer se pusieron de pie, en el momento en que crucé el umbral del salón y la puerta fue cerrada a mi espalda.

El Consejo era tal como lo imaginaba al verlo por fuera, con toscas paredes de piedra y un suelo áspero. No obstante, poseía una decoración impresionante, con dos ventanas en arcos y varios escudos y espadas en las paredes. Fui guiada por el primer hombre alrededor de una mesa de piedra rectangular en la que las dos caras largas contenían cinco lugares cada una. Se me indicó estar de pie en la cara más corta, al extremo opuesto de la puerta y, solo entonces, pude notar que los hombres eran nueve y que, aunque la mayoría eran morenos, cada uno era muy diferente del otro. Desde el hombre albino que se colocó a mi derecha más próxima, hasta un hombre cuya piel de ébano y altura impresionante lo hacía destacar en la mesa. Y ni qué decir de sus ropas y estilos, que variaban desde los más recatados con abrigos grandísimos, hasta los más descubiertos con faldas, pecheras y decoraciones con cintas y canilleras. Sin olvidar los bellos e intrincados tatuajes que cubrían los brazos e incluso rostros de muchos de ellos.

Todos esos hombres y la mujer presentes tenían caras serias y me miraron expectantes.

—Bienvenida seas al Consejo licántropo, Ilora de Normandia —dijo la mujer cuyos brazos se encontraban pintados de rojo. Me alivió notar que, al parecer, los líderes hablaban iriseo.

—Muchas gracias por recibirme, señores —respondí, haciendo una breve inclinación.

—Aún no te recibimos —corrigió uno de los hombres, el de mayor edad y cuyo largo cabello cano se hallaba suelto.

—Lo sé, señor, pero estoy aquí para obtener su confianza.

—¿Y crees que podrás hacerlo? —preguntó el líder número uno con un poco de diversión en sus ojos oscuros.

—Daré lo mejor de mí para lograrlo.

—Responde una pregunta para nosotros, Ilora —pidió la mujer, tomando la palabra. Asentí convencida, esperando algún acertijo o alguna complicada conclusión, sin embargo, no pudo ser más simple—: ¿Por qué debemos aceptarte entre los nuestros? Agradecería honestidad.

Tragué el nudo en mi garganta y sopesé repetir las palabras de Alhaster, acerca de ser la legítima heredera. Sin embargo, miré la puerta madera al final del salón y me di cuenta de que nunca sería honesta si seguía replicando argumentos a los que no había llegado por mí misma.

—Quiero que me acepten y me permitan probar quién soy, porque esta es la primera vez que no me siento en el lugar equivocado —admití—. Por mucho tiempo estuve perdida y quiero la oportunidad de comprobar que puedo estar por encima de mis miedos. Sin embargo, nada de eso será posible si ustedes no me reciben.

—No será fácil —acotó otro de los presentes.

Las imágenes del reino élfico se repitieron en mi mente, pero me obligué a ignorarlas, evitando que afectaran mi determinación.

—Lo sé, señor. No esperaba que fuera de otro modo.

—¿Y las personas que te acompañan? ¿Quiénes son? —insistió la mujer.

—Son mis amigos.

Percibí la incredulidad en el rostro de los presentes, pero no me deje intimidar.

—Son amigos que, como yo, han sido privados de algo; ya fuera su identidad, su familia, su pasado, sus elecciones o su mundo. Pero, al final, criaturas que merecen, tanto o más que yo, una segunda oportunidad.

—Escuché que hay un lobo contigo.

—Ah, sí, Brennan —murmuré sin poder contener una sonrisa y recibiendo la mirada sorprendida de varios de los presentes.

Algunos mutaron sus rostros a unos desaprobatorios y otros, como el que me dio la bienvenida, observaron a mi interlocutora. No obstante, a diferencia de la mayoría, ella fue la única cuyo rostro permaneció impávido.

—Acabo de notar que nunca nos presentamos, Ilora —murmuró el de piel albina, atrayendo mi atención hacia sí—. Somos los líderes de las tribus licántropas y, de tu izquierda a derecha, puedes identificarnos con los números correspondientes a cada tribu.

Repasé cada asiento y, por ser los que más me interpelaron, comprobé que la mujer era la líder de la tribu cuatro y que quien hablaba correspondía a la décima.

—Sabiendo que ya has comprobado quienes somos, tomaré la palabra por todos y admitiré que, nos gustara tu respuesta o no, nos interesaba conocerte —afirmó el líder de la tribu siete, un hombre castaño claro, casi rubio, que hablaba en un tono seductor que me recordó a Castiel—. No es común que recibamos una misiva de los reyes élficos, y menos aún que en ella resalten las cualidades de alguien más que a sí mismos.

Pude ver la diversión en los demás, pero yo estaba eufórica y demasiado sorprendida para conjugar una palabra decente.

—Sin embargo, Ilora, aunque llegáramos a darte una oportunidad... dudo que sepas hablar nuestros dialectos, ¿no es así? —inquirió la mujer de la tribu 4.

Mi tranquilidad al notar que los líderes hablaban iriseo se esfumó, a la vez que veía como cada uno dirigía su mirada hacia mí, algunos con curiosidad y otros con un ligero atisbo de superioridad.

—No estoy segura, aprendí idiomas de Umbrarum durante mi estancia en la Tierra, pero mi madre les llamaba lenguas muertas, solo al llegar aquí les pude dar un nombre... —comencé, poniéndome nerviosa—. Necesitaría escuchar un poco para saber si lo comprendo.

La mujer asintió con la cabeza y miró a sus compañeros, invitándolos a darme una demostración. Para sorpresa de nadie, el hombre albino, que parecía ser el más amable de todos, me dirigió unas breves palabras. Solté un suspiro de alivio al reconocer que utilizaban palabras tanto de iriseo como de élfico, pero dándoles una entonación propia. Aunque me quedó bastante claro que no era un idioma que dominara, sí lo entendía. "¿Qué dices, Ilora? ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¿Crees poder manejarlo?", fueron sus palabras.

—Sí, lo entiendo. Tiene similitudes al iriseo y al élfico, creo poder manejarlo durante lo que dure mi estancia en sus tierras, si es que me lo permiten —contesté en iriseo, necesitaría un tiempo para aprender bien su idioma.

El hombre miró complacido a sus compañeros, quienes se miraban tratando de comunicar sus opiniones de manera no verbal. Luego de unos segundos, el líder de la primera tribu, un hombre grande y de profundos ojos oscuros, se apresuró a decir:

—De acuerdo, dado que manejas lo suficiente el idioma, creo que podemos darte la bienvenida a la Reserva licántropa.

—Me parece sensato —acotó el albino—. La Reserva es diferente al resto de las manadas, está ubicada muy cerca de aquí y su gente se dedica a mantener el edificio de nuestro Consejo, por lo cual algunos de ellos también manejan un poco de iriseo, en caso de que lo necesites —me explicó.

—Estoy de acuerdo, pero solo durante unos días, Ilora debe sumarme a una manada normal en una de nuestras tribus si es que realmente desea nuestra aprobación —afirmó un castaño, líder de la tribu 6, para luego dirigirme la mirada—. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

Tragué saliva, algo nerviosa, pero me recompuse mirándolo con firmeza.

—Por supuesto, haré lo que sea necesario para demostrarles mi respeto y ganarme su confianza.

Todos asintieron complacidos, y esta vez fue la líder de la tribu 4 quien tomó la palabra.

—Si están de acuerdo, me gustaría recibirla en una manada de mi tribu, es la más cercana y me gustaría vigilar a la princesa con mis propios ojos —volteó a verme al final, su mirada denotando curiosidad y desconfianza.

—Si quieres hacerlo, no veo por qué no, nos quitarías un peso de encima —habló por primera vez el de la tribu 5, de cabello oscuro y más bajo que los demás.

—Creo que entendemos que observarla no es lo único que buscas al recibirla. El grupo con el que viene es ciertamente... pintoresco —inquirió el líder de la tribu 7, quien pareció divertirse al notar como la mujer fruncía el ceño y soltaba un pesado suspiro. A pesar de que notaba que todos la miraban de manera extraña desde el principio, preferí ocultar mi curiosidad y guardar silencio.

—Déjala en paz, nos está haciendo un favor —interfirió el número 3, quien se había mantenido al margen pero parecía molesto por el rumbo que estaba tomando la conversación.

—Y un favor a sí misma también... —comentó en respuesta.

—Terminaré con este espectáculo —dijo con firmeza la mujer, levantándose de su asiento y extendiendo ambos brazos sobre la mesa—. ¿Hay alguno aquí que esté en contra de que yo la reciba? —ninguno habló—. De acuerdo, entonces creo que podemos dar por terminada la sesión de hoy.

Todos se miraron en silencio, y entonces el líder número 7, portando una sonrisa de oreja a oreja, se dirigió a mí:

—Eres bienvenida a nuestras tierras, querida. No nos vayas a decepcionar.

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