Cartas

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Thomas, mi amado Thomas

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Thomas, mi amado Thomas.

¿Cuándo pensé que, en algún momento de mi corta vida, llamaría a alguien mi amor? Los sentimientos que afloran desde el corazón de una mujer son más difíciles de comprender de lo que cualquiera puede imaginar.

¿Cuándo imaginé decir esas palabras de amor? ¿Cuándo imaginé que esas palabras de amor irían hacia un extranjero? Mi hermoso príncipe del atlántico, me has robado absolutamente todo. Mi alma viajó contigo desde el día que te fuiste. Los días son opacos y las noches son más oscuras sin tu presencia, las golondrinas no cantan de la misma manera desde tu partida. Oh, Thomas, si se hubiera creado una guerra de sentimientos habrías ganado, porque poco a poco te acercaste a mí, y yo, sin darme cuenta entregué mi corazón y mi alma a ti.

Oh, Thomas, cada vez que miro el oro me recuerda a tu cabello, cada vez que miro el cielo me llevan a tus ojos zafiro que hacen perder mi raciocinio. El viento frío que me acaricia es tan suave como los abrazos que me dabas.

Si fuera un águila y pudiera extender mis alas, volaría hacia ti, pero estoy encadenada y obligada a cosas que no deseo. Espero perdones mis pecados, pero tengo que hacerlo, debo hacerlo por el Reich.

Tengo que ser realista, no sé si nos volvamos a ver, pero si ese día llega volvería a ser tuya una y mil veces, porque desde el primer momento que comprendí que te amaba sabía que no había vuelta atrás.

Cuídate y sé feliz aún lejos de mí, porque de esa forma seré feliz.

Espero esta carta sellada con mi amor llegue a tus manos sedosas y tus hermosos labios lean cada palabra.

Siempre tuya, Sieglinde.

Sieglinde selló el sobre con la carta adentro y lo miró una vez más, todo lo que había pasado en los últimos días atormentaban su corazón. Desde lo que Josef le había dicho sobre lo peligroso de la relación hasta las exigencias de Hitler para que le concediera un descendiente. Quería varios, querían que fueran puros, y quería que fuera lo más pronto posible ya que estaba en su etapa más fértil.

Un par de golpes llamaron la atención de la mujer en su habitación y desde la puerta apareció la impecable figura de su hermano mayor.

—¿Me estabas buscando, Sieglinde? —La mujer asintió con pesadez, su rostro se veía cansado.

—Necesito que de una forma u otra llegue esta carta a Thomas. Debes asegurarte de que va a llegar a sus manos. —Extendió el brazo con la carta en la mano y Ludwig se acercó a ella agarrando el sobre.

—Mandaré a un agente de civil a Estados Unidos para que lo localice y lo entregue.

—Gracias, bruder.

La formalidad de ambos se debía principalmente a que Ludwig estaba demasiado ocupado con unos asuntos importantes, un problema con Polonia donde el propio Hitler le había pedido encargarse de la situación. El teniente de las SS estaba a punto de retirarse cuando vio algo en la mirada de Sieglinde que lo preocupó.

La Esposa del Reich [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora