La esposa del Reich

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Las doncellas que habían llegado a la Cancillería por orden de Ludwig servían más de compañía que de otra cosa para Sieglinde

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Las doncellas que habían llegado a la Cancillería por orden de Ludwig servían más de compañía que de otra cosa para Sieglinde. Tres mujeres en total, de cabello rubio; dos de ellas con ojos azules y una de ojos verdes, eran las que habían aprobado con las mejores calificaciones el curso del cuidado del hogar y atención a mujeres por parte de la liga de mujeres. Por lo general, eran asignadas a familias adineradas y nobles de Alemania para ayudar a las mujeres con el cuidado del hogar y sus hijos.

En específico, fueron asignadas para acompañar a Sieglinde mientras estaba en los sitios privados de la Cancillería siempre y cuando no estuviera el Führer en el mismo lugar. Realizaban diferentes actividades que Sieglinde deseara, recogían flores, bordaban y ayudaban a arreglar a Sieglinde cuando tuviera algún evento importante o fuera a salir, caso que se iba a presentar.

Una de las doncellas estaba peinando a Sieglinde, realizando el típico peinado ondulado que tenían las mujeres de esa época. Saldría más tarde con Thomas y quería verse lo más bonita posible para él. No tenía el vestido azul de siempre, sus telas coloridas reflejaba como si el mismo sol la hubiera vestido de una manera en que ella fuera a iluminar el lugar. Era de esas pocas veces que vestía con un vestido amarillo de mangas cortas y cinturón del mismo color. Al inicio no le gustaba la idea, pero podría considerarlo después de verse puesto con el.

Sieglinde miraba el espejo el cual la reflejaba junto a la chica que estaba ahora acomodando su sombrero. Le daba curiosidad saber quién era, si podía confiar en ella.

Porque quería confiar en alguien además de un hombre.

Era fin de semana, al menos que hubiera una emergencia que requiriera la presencia de todo el personal en la embajada, Thomas estaba libre al igual que Sieglinde, a quien se le notaba mucho más feliz. Desde que el norteamericano había llegado a Alemania era como si un nuevo universo se hubiera descubierto para los dos, un lugar donde solo ellos se entendían, podía apoyarse y comprenderse.

Se habían vuelto el complemento del otro.

Ambos estaban en uno de los tantos parques que había en la ciudad, sentados en las bancas comiendo helado. El ambiente era bastante fresco mientras atardecía, los niños ya estaban desapareciendo del lugar, no había mucho ruido, por lo que era más cómodo hablar. A veces hablaban bastante, más Thomas que Sieglinde por la prudencia que la caracterizaba al preferir escuchar y sólo intervenir cuando fuera considerado necesario.

Otras veces se quedaban en silencio, aunque no era incómodo. Por el contrario, a ambos les gustaba contemplar lo que había alrededor, pero todo eso era opacado por la belleza y admiración que tenían el uno al otro.

Sus corazones latían con tal fuerza que creían que en cualquier momento saldrían de sus cuerpos.

—A veces me gustaría ir una pequeña temporada a visitar a mis padres y hermanos, aunque todos deben estar insoportables —comentó Thomas.

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