La noche italiana

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Ya llegada la noche de la fiesta, todos los presentes hablaban y reían en uno de los castillos que quedaba en el centro de Berlín

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Ya llegada la noche de la fiesta, todos los presentes hablaban y reían en uno de los castillos que quedaba en el centro de Berlín. La noche italiana era el preámbulo a los XI Juegos Olímpicos que se inauguraría al día siguiente. La música sonaba mientras algunos bailaban y conversaban entre sí. Diplomáticos, celebridades, empresarios, en fin, las personas más influyentes de todo el mundo se encontraban bajo ese techo lleno de hermosos candelabros, violines y risas ensordecedoras. Un pequeño grupo en particular hablaba en el centro del salón.

—Es asombrosa su máscara, mi Führer. —André, quién tenía un antifaz negro alagaba al líder quien tenía un antifaz blanco —. Aunque, no sé si sea buena idea que se lo ponga con un traje negro, no comprendo si lo que quiere hacer es llamar la atención o pasar desapercibido.

—Tú siempre estás buscando las palabras correctas André, pero tengo que admitir que me gusta mucho mi máscara, además, mientras más evidente seas menos se darán cuenta de que eres tú —Hitler hablaba con felicidad contagiada por el ambiente.

—Usted sabe que nosotros sentimos lo mismo sobre el hecho de exponernos. Los soldados que están al servicio de nuestro padre, El Duce, no son más que una partida de incompetentes a la hora de ocultar nuestras identidades —Flavio, quien usaba un antifaz verde oliva fue quien tiró la directa mientras sonreía. Los gemelos Mussolini no sólo eran destacados por ser los hijos de Benito Mussolini, sino por su belleza.

Y también porque sabían que eran bellos. Todos agradecen que tenían los genes de su madre, Rachelle.

Fratello, un poco más de respeto a nuestros soldados. —André se percató de algo importante después de regañar a su hermano —. Por cierto, ¿dónde está Sigi? —preguntó por Sieglinde. Sigi era el apodo que muy pocas personas tenían el privilegio de llamarla de esa manera.

Sin que nadie se diera cuenta de la amenaza, un hombre abrazó a los gemelos por los hombros. Los italianos iban a actuar ante semejante hecho, pero al girar la cabeza y ver quien era se relajaron.

—Ah, eres tú —André habló con indiferencia.

—Mi Führer, gemelos, no se preocupen por ella. Está muy bonita y más por el vestido que yo mismo he creado, ya debe venir en camino. — Un hombre joven, de cabello liso castaño y extraños ojos violetas, con un pronunciado acento francés era el que hablaba. No era más alto que los gemelos, pero su porte daba esa ilusión de mayor altura —¡Dios mío!, ¡no lo saludé como se debía, Führer!

El francés, al percatarse que se encontraba frente a Hitler iba a alzar la mano, pero el mayor le hizo una seña para que no lo hiciera, no quería llamar la atención demasiado temprano. Su entrada triunfal ya lo tenía planeado para después.

—¡Pierre!, ¿en qué momento llegaste a la cancillería? —Flavio preguntó con una sonrisa.

—Estoy desde la tarde ayudando a ajustar el vestido a Sieglinde. Al parecer bajó un poco de peso justo antes de la fiesta, pero igual no me incomoda, después de todo es mi trabajo como diseñador. Con permiso, vine acompañando a un amigo. —Pierre se alejó mientras el resto observaba cómo se dirigía de forma alegre a un hombre rubio.

La Esposa del Reich [✓]Where stories live. Discover now