Abrazos necesitados

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Los dos hombres llegaron a un edificio ubicado en la prestigiosa  zona residencial de Charlottenburg

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Los dos hombres llegaron a un edificio ubicado en la prestigiosa zona residencial de Charlottenburg. Cuando ingresaron al lobby para tomar el asensor, Thomas se percató de que sus futuros vecinos lo miraban con lástima y con ganas de ayudarlo a expulsar al judío del edificio, pero no podían hacerlo ya que era invitado del americado. Al llegar al sexto piso, el norteamericano buscaba las llaves en sus bolsillos cuando comenzó a tararear una canción.

—"Away, way down on the old Swaunee"*

Alec reconoció de inmediato esa canción y rodó los ojos mientras se golpeaba su cara con la palma de la mano.

—Debe ser una broma ¿Eres de Yale? —Preguntó con molestia en su rostro

—Así es. —Sonrió Thomas con orgullo —. ¿Cómo conoces esta canción?

—Es fácil reconocer una canción tan fea e irritante. —El gringo se enojó un momento con él y lo miró con el ceño fruncido. Alec mostró una sonrisa socarrona.

—¡Oye! ¡Esta es la mejor canción del mundo!, ¿o es que crees que hay una mejor? —Infló su pecho con orgullo.

—¡Claro que lo hay! —El rubio judío abrió sus labios para entonar el cántico a todo pulmón —. "Ten thousand men of Harvard wants victory today"*

El judío alemán quería seguir cantando, pero Thomas le tapó la boca mientras intentaba cantar más duro hasta que no pudieron más y soltaron una carcajada ante semejante tontería. Parecían un par de niños discutiendo por cuál equipo de fútbol era mejor. Bueno, eso era lo que estaban haciendo y, por primera vez en mucho tiempo, Alec pudo volver a esa inocencia de reír con tranquilidad.

—¿Qué estudiaste allá? —preguntó Thomas.

—Medicina. Soy médico pediatra, aunque no pueda ejercerlo, ¿y tú?

—Leyes, ¿y por qué no puedes? —Había encontrado finalmente las llaves y las insertó en el cerrojo.

—Esas leyes raciales nos prohíben a los judíos de ejercer nuestra profesión*.

—Oh... —Se arrepintió de inmediato por haber hecho esa pregunta. Debía haberlo supuesto.

Cuando abrió la puerta, los dos se encontraron con una gran catástrofe. Alec, quien era un fanático de la limpieza y el orden, miraba con terror ese desastre que tenía por sala. Era un lugar bastante grande de paredes celestes donde solo se encontraba los muebles grandes, cajas esparcidas a lo largo de la casa, y papeles, muchos papeles.

—Bienvenido a mi casa, sé que está un poco desordenado.

—¿Un poco? ¿Cuándo llegaste a Berlín?

—Ayer en la noche. —Thomas lo invitó a pasar y los dos entraron al lugar. Alec vio unos documentos en el cual estaba en el sobre un gran escudo con un águila en el medio. Definitivamente no era alemana. Era el escudo de la Casa Blanca. Alec miró a Thomas comprendiendo la situación y soltó un suspiro.

La Esposa del Reich [✓]Where stories live. Discover now