La hija del jerarca

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Marzo, 1936

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Marzo, 1936

Habían pasado varios meses desde la partida de Thomas hacia Estados Unidos. Justo antes de irse lograron intercambiar sus números de teléfonos de una forma para que la cancillería aceptara la línea internacional de forma segura y directa y el rubio pudiera llamarla todos los sábados a las 14:00 hora Berlín, para hablar sobre todo lo que había pasado durante la semana.

Las últimas conversaciones fueron mucho más interesantes. No es que las anteriores fueran aburridas, por el contrario, eran muy agradables, pero ya se estaban organizando los Olímpicos* en Berlín y, después de sus clases privadas, Sieglinde iba a ayudar a organizar la logística para el gran evento. Al parecer los organizadores del Comité Olímpico Alemán consideraron que tener a personas bastantes jóvenes dentro del grupo brindaba un ambiente un poco más fresco para un evento deportivo de tal prestigio mundial.

Sieglinde afirmaba que, mientras más cerca estaba de la llegada del gran día, se sentía mucho más lejos de lo que creía. Además, algo que había llamado la atención de la alemana era que había muchos más judíos de lo que ella sabía. Pensaba que la gran mayoría vivía en otros países de Europa o en Palestina. Esa era algunas de las cosas que le comentaba al americano, especialmente porque no era una chica que saliera mucho o que se emocionara por algo que no fuera extraordinario*.

Pero, en secreto ambos contaban los días donde se volverían a ver.

En la Casa Blanca, la residencia oficial del presidente de los Estados Unidos, los pisos retumbaban ante una pelea un poco particular incluso para los propios empleados de la casa. Sabían que uno de los hijos del presidente era considerado como la oveja negra de la familia y con razones de peso. Fuera del despacho oval se le había ordenado a la secretaria que no dejara entrar a nadie al menos que fuera urgente, ya que dentro del recinto se estaba formando un desastre.

—¡¿CÓMO MIERDA ME VAN A DECIR QUE NO VOY A IR A LOS OLÍMPICOS?!

Thomas se encontraba sentado, enojado como muy pocas veces, reclamando al presidente el boicot del equipo olímpico americano para los juegos que se realizarán en agosto en Berlín. Ya le había dicho a Sieglinde que iba a regresar a Alemania, estaba emocionado con la idea de volver a verla, pero esa noticia que le había dado su propio padre le afectó.

—Primero, sabes que no tolero ese vocabulario, Thomas Nicholas. Tienes que tener en cuenta que íbamos a asistir hasta que llegó Hitler al poder, incluso realizamos un boicot fallido* que no se realizó porque España decidió destruirse entre ellos un día antes de los juegos. Sólo irá la delegación olímpica y los que puedan comprar su tiquete, pero no te voy a dejar ir. —Su padre, el presidente, hablaba fuertemente. Era una persona de mayor edad, o bueno, eso parecía ya que ser el líder de una de las naciones más poderosas del mundo lo agotaba física y mentalmente. Eso sin contar con las graves secuelas de la infección que por poco lo mata y terminó en silla de ruedas.

—¿No que estabas a favor de Mussolini? ¿Qué te encantaba?* —reclamó Thomas.

—Una cosa es Mussolini y otra es Hitler, sabes todo lo que está pasando con los judíos.

La Esposa del Reich [✓]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz