Besos de rosas

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Algunos días después de la fiesta de cumpleaños de Sieglinde, el grupo no se volvió a ver durante un tiempo

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Algunos días después de la fiesta de cumpleaños de Sieglinde, el grupo no se volvió a ver durante un tiempo. Los gemelos italianos habían regresado a su país, Pierre y Luciana a Francia, y tanto Thomas como Sieglinde se encontraban trabajando.

El rubio trabajaba en la embajada como asesor junior del embajador y la alemana en la cancillería como una de las secretarias encargada en asuntos diplomáticos del Führer. La mujer tenía las salidas prácticamente prohibidas ya que Ludwig había salido a entrenar en los Alpes con un grupo de las SS.

Estos tipos de entrenamiento duraban por lo menos tres semanas, algo que el alemán agradecía ya que tenía que despejar la cabeza producto de un par de situaciones que se estaban presentando.

La primera era Heydrich, le había comentado sus intenciones con Sieglinde y simplemente no lo podía aceptar. Para empezar, era un hombre casado y trece años mayor que Sieglinde, además de su actitud... conocía bien a Heydrich, sabía perfectamente lo estricto que podían ser los hombres alemanes, pero consideraba que el líder de la Gestapo podía ser un hombre demasiado rudo y estricto con Sieglinde, y eso podría llegar a lastimarla.

Sabía perfectamente que era un juego bastante tentador para él con un solo objetivo: corromperla y devorarla por completo.

El segundo problema venía desde Italia, Flavio le comentó que André estaba comenzando a tener comportamientos extraños en sus rutinas. Una vez lo descubrió haciendo tres veces el nudo de su corbata solo porque, cuando ya quedaba bien, al subir se alcanzaba a ver una pequeña parte de la camisa. Pensó que podía ser un cuadro de estrés, pero igual tendría que prestar atención al italiano en caso de que empeorara. ¿Estaría sufriendo algún trastorno compulsivo? Sería buena idea averiguarlo cuando se encontraran de nuevo.

De regreso en Berlín, Sieglinde tenía un trabajo relativamente suave. Era simplemente organizar las reuniones de Hitler con los más altos cargos diplomáticos de otros países. A veces entregaba uno que otro documento en los cuarteles de las SS o los diferentes ministerios.

Mientras iba en el carro en dirección a la embajada de Estados Unidos, intentaba dormir un poco. ¿El motivo? Sonidos horribles la despertaban por la noche, eran pesadillas que la estaban atormentando.

Humo.

Tanques.

Ciudades en llamas y muertos alrededor.

Era el ensordecedor ruido de la guerra que acechaba a la menor, un evento que solía contar su padre con mucho orgullo como cabo del ejército alemán llegando a obtener la cruz de hierro que portaba orgullosamente en su uniforme. A pesar de que le gustaba escuchar las historias de su padre y sus tíos sobre la gran guerra, comenzó a creer que había escuchado lo suficiente como para tener esas pesadillas, ¿o eran visiones? Sieglinde miró el anillo que portaba en su mano y la acarició con ternura.

—A veces siento que, al casarme con Alemania, es como si pudiera sentir todo lo que sufriste. ¿Acaso me quieres advertir de algo?

Al llegar a la embajada, Sieglinde se reunió con el embajador entregando una carta de Hitler. Al salir de la sala de reuniones se encontró con Thomas, quien estaba saliendo de su oficina. Tenía puesta sus gafas de lectura y el cabello estaba ligeramente acomodado hacia atrás. Sieglinde lo encontraba sumamente atractivo a sus ojos.

La Esposa del Reich [✓]Where stories live. Discover now