Declaraciones de amor

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Era fin de semana, y Thomas había llevado a Sieglinde de cita a un lugar que sería especial para los dos, por lo cual le vendó los ojos celestes de la alemana en la Cancillería para que no descubriera el lugar al que iban a ir

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Era fin de semana, y Thomas había llevado a Sieglinde de cita a un lugar que sería especial para los dos, por lo cual le vendó los ojos celestes de la alemana en la Cancillería para que no descubriera el lugar al que iban a ir. La mujer solo escuchaba el sonido del carro avanzando por una autopista y a Thomas tarareando una canción. Sieglinde lo escuchaba con una sonrisa en el rostro, le encantaba cuando Thomas tarareaba sus canciones. No era la mejor voz que conocía, pero cuando lo hacía, le ponía tanto entusiasmo que sus melodías llegaban al alma. También sentía que el viento golpeaba su cara y hacía bailar el cabello, deduciendo que estaba en un descapotable.

Al llegar al lugar, Thomas se bajó del carro y agarró de la parte trasera una canasta, para luego abrir la puerta a Sieglinde y le agarró la mano empezando a caminar. El terreno era bastante irregular, por lo cual la alemana agradecía que el chico que le gustaba le agarrara la mano, si no, hubiera podido tropezar y caer. Lograba escuchar el canto de las aves, sentir la brisa de la tarde y olía los robles y lavandas.

Al parecer estamos en un bosque, fue lo que Sieglinde pensó.

Un par de minutos después, ambos se detuvieron y Thomas le soltó la mano a la castaña y se posicionó detrás de ella, poniendo sus manos en sus hombros y susurrándo al oído:

—Ya te puedes quitar la venda.

Sieglinde, después de estremecerse al sentir el aliento de su amado en su oído, obedeció y se removió la venda hacia arriba, quedando bastante despeinada, observando el lugar con sorpresa y alegría. Era el claro de un bosque, rodeado por inmensos árboles, estaba adornado de hermosas flores silvestres que contrastaba perfectamente con el verde pasto ligeramente bañado por el rocío de la mañana. El sol era fuerte, pero aun así tolerable para sus pieles, generando una sensación agradable en sus cuerpos. El permanente olor a roble inundó las fosas nasales de ambos. Sieglinde miraba todo maravillada mientras que Thomas sacó una manta de la canasta extendiéndose en el pasto.

—Es hermoso, pero, ¿dónde estamos exactamente? —La chica se acercó a Thomas quien colocaba los platos en la manta.

—Es un bosque que está a veinte minutos de Berlín —dijo mientras sacaba los vasos, luego unos deliciosos sándwiches de pavo con lechuga y tomate —. Te voy a robar hasta la noche, tengo permiso de Ludwig y de Hitler.

La mujer negó con la cabeza sonriendo.

—En verdad estás loco, Thomas, pero me encanta este lugar. —Se sentó al lado de Thomas, sus ojos reflejaban el más puro amor hacia él.

Thomas volteó su cuerpo hacia ella y le acarició su mejilla sin soltarla, sus ojos reflejaban ternura.

—A mí me encanta el lugar, y más la mujer que está junto a mí en este momento. Me encantas, Sieglinde, eres la luz del sol que ilumina y da calidez a mi alma en el frío invierno y en el alegre verano. —Thomas la miró a los ojos apretando los labios mientras los lamía.

La Esposa del Reich [✓]Where stories live. Discover now