LXIV

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"Neomenia"

"Una luna nueva; El comienzo de un

Mes en el calendario lunar"

El espeso humo del cigarrillo carcomido por el tiempo se fundió con el rastro de su aliento cálido que reaccionaba al entrar en contactos con la frialdad del ambiente. Pensativo observaba el camino, un desolado paisaje blanquecino, incapaz de creer a donde su destino lo había guiado nuevamente. Su mano recibiendo el frío impacto del viento que lo abrazaba contorneando la silueta de su coche, su cabello arremolinándose en libertas y su mirada ambarina ensombrecida por espectros que le imploraban que regresara.

Las horas pasaban y, poco a poco, con un nuevo kilómetro que avanzaba en la carretera, lentamente se hallaba más lejos de Edelweiss. Y aquello era algo que el clima le dejaba muy en claro, no más verdes pinos o claros iluminados por la luz del alba, no más flores blancas adornando con su pureza los escasos sectores jade que dejaban en la tierra, solo desolados paisajes de un amanecer perlado donde ya no se oía el gentil cantar del lago Freya, sino el rugido de un motor que parecía negarse a continuar avanzando.

Hacia un tiempo que Ionel no transitaba aquellas solitarias rutas de pinos oscuros, lagos congelados y montañas nevadas cubiertas de bruma que, produciendo un melancólico ardor en su pecho, le indicaban que estaba llegando a casa, que pronto estaría pisando los senderos de piedra que lo guiarían al majestuoso arco que separaba la fortaleza que representaba Tebras de lo ordinario del mundo.

- Estamos cerca.- Advirtió a sus pasajeros cuando, lanzando el cigarro por la ventana, atravesaron dos pilares de piedra custodiados por aquellas mohosas y quebradizas estatua que de niño, cuando se encontraban impecables y en su máximo esplendor, lo aterraban y, para su desgracia, rodeaban todo el pueblo. Sin que nadie lo notara al pasar junto a ella le ofreció una reverencia a aquellos dioses mitad león, mitad humanos que, según el folclore Koplov, eran guerreros cuyo deber era proteger Tebras a puño y metal, los Ivksen.

Avanzaron lentamente por los caminos adoquinados que, con sus enormes baches a causa de los antiguos disturbios, provocaban que el auto retumbara al pasar sobre ellos. Para cualquiera que no haya nunca visitado Tebras el escenario podría resultar bastante triste, un paisaje de gloria que yacía en miseria, un recuerdo que el abandono por el ataque rebelde hacia diez años le había dejado. Años de desolación que dejaron al pueblo en un estado deplorable y a Ionel con la sensación de haber recibir un puñal en el corazón al ver aquellas imágenes.

La gloria del triángulo de fuego, aquella imponente fortaleza liderada por los Koplov de la que se hablaba en las leyendas, no solo había perdido su encanto a causa del ataque de hacía diez años. La caída del imperio Koplov comenzó mucho antes, tras la tragedia, tras la muerte, tras la guerra en la que pelearon sabiendo que perderían, buscando algo que no lograron hallar pero en la que de todos modos salieron victoriosos.

Viorica pegó su mirada esmeralda a la ventana, atisbando un tanto apenada el paisaje que la rodeaba. Casas de piedra cubiertas de nieve que se alzaban sobre las colinas, calles cuyos adoquines habían sido ultrajados, tejas caídas, maleza crecida y cristales dañados. Tal vez Tebras habría resultado un mejor lugar para vivir cuando los humanos se encontraban allí, pero aun de esa forma no podía evitar sentir algo de pena por el Wucht.

Conocía muy bien la historia, debía hacerlo siendo nieta de Anouk, y Tebras sin duda alguna había resultado siempre la que más llamaba su atención. Un pueblo gobernado por vampiros, una fortaleza oculta e impenetrable, un espacio tan seguro como Pidhirtsi que, lamentablemente, fue corrompido por los contrarios, la raza humana luego del 53, cuando lograron despojar a los vampiros de sus secretos a base de dolorosas prácticas que efectuaban con placer, como si fuera un juegos.

Metamorfosis © - El resurgir de las tinieblas (PRIMER BORRADOR) | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora