LXXVII

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"Nīpan"

"Volverse más oscuro a medida que

La luz se desvanece"

Sintiendo que su garganta era tomada por negruzcas manos que lo privaban de elevar al cielo el grito de auxilio que se hallaba atorado en su adolorida garganta, Taras abrió los ojos en la oscuridad de su cuarto empapado en sudor y jadeante por las perturbadoras imágenes que aun centellaban en sus ojos al parpadear, haciéndole creer que los demos se ocultaban en las tinieblas de su habitación, en los rincones hoscos y las prendas que no había guardado la noche anterior.

Después de lo que había presenciado durante el festival, era claro que lo único que había podido hacer al regresar a su hogar, aterrado por lo divisado y un tanto confundido, fue desprenderse de la ropa mojada y embarrada que le obligaba a revivir el momento, lanzarla lejos y fundirse en su cama esperando que todo aquello fuera un sueño. Lamentablemente los demonios que habían emergido de la tierra habían logrado adentrarse a sus pesadilla, teñirla de recuerdos retorcidos, de aquellas imágenes borrosas donde se mostraban personas disfrazados con cuero, un sinfín de personas con capas y rostros cubiertos por máscaras, una batalla donde sangre y tierra se fundían en el aire cebado de neblina grisácea, aquella espesa bruma que desdibujaba los rostro de quienes podrían ser Ionel y Viorica.

Intentando olvidar aquellos ojos que cargaban el mismísimo infierno, aquel cabello que chispeaba fuego y los gruñidos de una fiera fuera de sí, Taras se desprendió de las frazadas que les proporcionaban cobijo, abriendo las cortinas de un tirón sin importar que sus ojos se vieran aturdidos por el sofocante brillo de la claridad verdosa que bañó su alcoba de un brillo tenebroso, descubriendo rápidamente quienes habían sido los culpables de incordiar el clímax de su pesadilla, el momento de la revelación de los rostros enemigos, aquellas dos personas que él había señalado como sus propios compañeros de curso.

Una bandada reducida de pájaros negros, cuervos para ser específicos, se habían posado en las ramas desnudas del tembloroso árbol frente a su ventana y, si algo debía admitir el muchacho, era que nunca había sentido fascinación o gusto por ellos, los detestaba, más aun si lo observaban de aquella forma, fija y vacía, y le chillaban a su ventana con tanta violencia, como si intentaran intimidarlo o advertirle algo.

Fue entonces cuando, iluminado por la claridad que lo hacía sentir seguro, alejado de las sombras que avivaron la agitación en su pecho y el temblor en sus manos, la bandada se disipó con fuertes aleteos y graznidos que lo obligaron a retroceder estúpidamente, dejar la mirada clavada en lugar del cual se habían alejado, el ángulo perfecto que le daba vista plena de la casa de Lera.

- ¿Se quedaron dormidos?- Se preguntó extrañado, notando que la casa se encontraba aun en penumbra. No era extraño que la habitación de la muchacha estuviera apagada a las cuatro de la mañana, sino que el pórtico trasero lo estuviera. El muchacho conocía la rutina de los Chownyk por todas las veces que de niño había vivido más de un día con ellos y le resultaba sumamente particular que, en un día tan frio como aquel, el padre de Lera no estuviera preparándose para salir a mar abierto.

No obstante, repentinamente todas las dudas sobre la familia vecina fueron disipadas por un fuerte estruendo que aturdió por completo al joven que husmeaba sus cagones en busca de ropa limpia. Un golpe seco que le ordenó voltear hacia la puerta apretando los dientes con disgusto mientras procuraba no efectuar ni el más leve de los sonidos.

Luego de tomar una ducha rápida con agua fría para que el calefón no lo delatara, escuchando el golpeteo de botellas de vidrio, risas ahogadas y murmullos grotescos que se mezclaban con el chasquido de seguros que se abrían y cerraban, Taras intentó ocultar sus paso descalzos de la pesadilla en la que se había despertado y, lamentablemente, sabía que no se trataba de ninguna fantasía, el horror que representaba para él las reuniones de su padre junto a sus amigos en la cocina, "juntas inofensivas" donde bebían sin control y hablaban de una absurda rebelión mientras limpiaban y perfeccionaban a los seres amados que nunca los defraudaban, sus armas.

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