15. Aqueronte nupcial

131 4 0
                                    

«Por mí se va, a la ciudad doliente;
por mí se va, al eternal tormento;
por mí se va, tras la maldita gente»

¿Sería él, aquel que hacen mención cada verso del canto, aquel el cual dirige cada una de las almas miserables que vivieron sin gloria ni aplauso, al lugar de la eterna penumbra, donde resuena el aire sin estrellas? ¿Sería él, aquel mito que tanto le temen los hombres llegar a ver, cuando su último aliento se desvanece con su alma incierta? ¿Sería él, la representación de aquel mítico barquero, sobre la tierra, que viene a arrebatar mi alma agobiada y cansada, hacia el mundo de la eterna sombra? O ¿Sería él, el mismísimo infierno, el cual hoy mi alma zozobrante pisaría sin retorno alguno?

Cada uno de esos suplicios poéticos iban dirigidos a un solo nombre, Erik Oldemburgo. Con quien contraería nupcias en un rato.

En el transcurso, el día se había convertido en uno muy penumbroso y lleno de llovizna, los cuales anunciaban el comienzo del crudo invierno poblado muy pronto de una fina nieve, al igual que en su interior estaba resurgiendo un terminante invierno, del cual no habría salida y tampoco la esperanza de volver a visualizar la ansiada primavera y con esta también se iba su querida libertad. 

Aunque este ultima se encontrase ya, prácticamente, bastante mancillada.

Sus ojos seguían atendiendo con denuedo, cada gota que se escurría sobre el vidrio del ventanal, mientras el trío rozagante de damas y la señora de años Little, terminaban de prepararla con gran esmero y dedicación.

—Siempre le he rogado a nuestro Señor todopoderoso, que me permitiera vivir para presenciar esto. Mi pequeña niña a pocas instancias de contraer nupcias al fin.

Con su rostro enormemente reblandecido y juntando sus manos, la señora Little, admiraba de pies a cabeza a la joven monarca. La cual llevaba puesto, un fino y frondoso vestido de azul brillante. Las mangas eran largas y portaban pequeños broches dorados en conjunto de perlas que, sujetaban cortos pliegues de seda blanca. 

Igualmente, el marcado busto y cintura a causa del fastidioso corsé, estaban ataviados de bordados dorados y muchas perlas, las cuales seguían el contorno de un recto y delgado fondo blanco que dividía su torso hasta el comienzo de la enorme falda. 

Alrededor de su nuca, se levantaba un cuello rizado de fino encaje. Terminando en el centro del pecho redondo, su corte preferido, un prendedor de oro y una gigante esmeralda. Este había sido un especial regalo de la reina inglesa cuando cumplió sus quince años. Complementando todo aquello, con el espectacular collar de perlas de su madre.

«El amor por siempre será verdadero»

Eso significaba el azul en los vestidos de novia. Como puede haber tanta mentira en el color de su indumentaria. Era sumamente precioso, hasta ella misma lo admitía interiormente. Pero, ese azul y blanco no le provocaba ni una chispa de alegría. Ni una sola. Debería estar usando un vestido rojo, como una mártir. Eso era en lo que me iba a convertir en un rato, una mártir. O para mejor, debería estar usando un vestido plateado, que era su tonalidad favorita, pero desgraciadamente tampoco pudo elegir el color de su propio y único vestido de novia.

—¡Mi señora, estáis completamente preciosa! Pero todavía os falta un pequeño detalle.

Acercándose hasta la cama de la joven, Lesly tomó del mismo un precioso tocado en tonos dorados y en forma de dos arcos, y con este venia un largo velo blanco de tul. Con mucha delicadeza, lo colocó en la cabeza de la monarca. Encubriendo parcialmente sus cabellos amaestrados y alzados en copete.

Catalina terminó de arreglarse el tocado frente al espejo, admirando su figura completa. Envuelta en extravagancia y hermosura, su rostro y su espíritu se ennegrecían. Cosa que desapareció de la vista de los demás, cuando Edine y Mariam concluyeron de cubrir su rostro con el velo blanco. Este velo ya no le causaba ninguna gracia como lo hizo una vez él anterior.

Coronada en Gloria ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat