1. La noticia

1.1K 21 7
                                    

Escocia, 1599
Castillo de Stirling

Si te deslumbro en el fuego de amor
más que del modo que veis en la tierra,
tal que venzo la fuerza de tus ojos,

no debes asombrarte; pues procede
de un ver perfecto, que, como comprende,
así en pos de aquel bien mueve los pasos.

Bien veo de qué forma resplandece
la sempiterna luz en tu intelecto, que,
una vez vista, amor por siempre enciende;

y si otra cosa vuestro amor seduce,
de aquella luz tan sólo es un vestigio,
mal conocido, que allí se refleja.

Quieres saber si...

—¡Por el amor a Dios y todos los cielos! ¿Por qué todavía no estáis vestida?

La joven de cabelleras pelirrojas, domadas por dos arcos y un tocado, bajó el florido libro de entre sus manos y observó a la mujer de más de cincuenta con su entrecejo fruncido.

—¡Nana! Estaba recitándoles a mis damas, la Divina Comedia —se quejó cruzándose de brazos, desde lo alto de su cama.

—¡Oh, lo que me faltaba! Vos leyendo el libro pagano de ese católico. ¡Dios llevaos mi alma ahora mismo! —exclamó con voz dramática, alzando sus brazos y mirada hacia el techado de madera, reclamándole con desespero a la divinidad. Las risas escurridizas en el aposento no tardaron en resonar—. ¡Vosotras tres, levantaos!

Las damas que yacían bien sentadas sobre la cálida alfombra, y muy atentas a la melódica voz de su monarca mientras esta declamaba, acudieron súbitas cuando la temible mirada de la señora Eileen Little se posó sobre ellas. Mala señal, pues aseguraba un pronto castigo, por culpa de su incompetencia para acatar las órdenes de la matrona del lugar.

Temiendo igual un regaño por parte de su nana, la joven hizo caso presuroso a recoger sus ropajes holgados de dormir; dejando a la vista sus pálidos pies para bajarse con algo de delicadeza. Guardó el libro sobre su lugar y dirigió sus pasos al banquillo aledaño. Donde su prudente dama Edine Knox, empezaría a cubrir sus pantorrillas con medias de seda.

Para seguir el turno de colocarle como atarle, los zapatos de cuero cosido con tacón de madera y alhajas. Algo que le resultaba de lo más incómodo y molesto, pues provocaría una excoriación. Cotidianamente prefería sobre todas las cosas, el uso de botas de gamuza, de las cuales tenía innumerables pares en diferentes colores y tonalidades. Pero contemplando la festividad en presente, tendría que pasar desapercibido todo disgusto.

Aunque para ventura, un reconfortante alivio pasó a invadirla. Al momento que ella le hizo saber entre susurros, que había incorporado al interior de los férreos zapatos, pequeños pliegues de algodón. Para que así estos no le irritasen. Lo cual agradeció enormemente con una silente sonrisa por tan atenta diligencia.

—Señora Little, hubieseis escuchado con que elocuencia Su Gracia nos recitó el bellísimo poema Paraíso —enunció Mariam Norwood, dama de veintitrés años y muy finos cabellos dorados, mientras ceñía ligeramente los cordones en el corsé.

—¿Paraíso? Ja. Si no la dejáis impecable muy pronto, yo me encargaré de que vosotras tres terminen ardiendo en el infierno, y sin antes conocer el paraíso —replicó apartando como nada y brusca a la dama de su trabajo.

Con sus viejas y estriadas manos, tomó ambos cordones de un jalón y sin ninguna pizca de cortesía, haciendo que la monarca soltara un quejido apenas irreprimible, tal su cuerpo se tensase cual soldado en su primer semana.

Coronada en Gloria ©Where stories live. Discover now