12. Perniciosa es la insinuación

130 9 0
                                    

Quejidos y más quejidos, así se encontraba la joven monarca mientras su nana vendaba con delicadeza su mano izquierda. La cual se hirió cuando estrelló aquel espejo, hace apenas una semana y unos cuantos días.

La herida no había sido profunda, pero era lo suficiente doliente como para causarle desagradables quejidos cada vez la señora Little, la limpiaba y vendaba a su manera.

—No debisteis haber hecho eso... —murmuró Helen, no aprobatoria, terminando de girar la venda de lino sobre la mitad del meñique.

—No es para tanto, solo fue un accidente.

—Que pudo haber sido grave...

—Pero no lo fue —replicó con la mirada perdida—. ¿Ya? Quiero ir a ver a Ernesto.

—Es mejor que dejéis descansar al Capitán, sabéis que fue muy complicado trasladarlo de Holyrood a Stirling. Y no entiendo todavía, ¿por qué habéis pedido que lo trajeran aquí y no a su residencia? Donde debería estar siendo cuidado por su familia y no por vos. Porque ya ha sido más que suficiente que le estéis proporcionado cuanto requiera y quiera todo el tiempo, para poneros encim...

—¿Vamos a iniciar de nuevo, nana? Porque no tengo ánimos para discutir. No hoy.

—Pues empezad a conseguirlos. Una mujer que está a punto de desposarse no debería tenerle tanta devoción y hacerle visitas constantes aun hombre soltero y reconocido por una fama de mujeriego e inmaduro. Y con una herencia bien conocida de arrogancias.

La mujer de años se levantó de su asiento y guardó los vendajes en una de las gavetas. 

—Pero, ¿qué insinuáis?

—¿Yo? Nada, ciertamente.

—Aja —pronunció despacio.

El canturreo de su tono como el zapateo de su caminado, le empezaba a inquietar a la más joven. Ciertamente que sí, estaba insinuando algo, y ella ya se hacia la idea. Y le era deplorable. Empañada por el incómodo silencio de la otra, ella volvió a hablarle.

—Acaso, ¿olvidáis de quien hablamos? Es Ernesto, mi amigo. Mi único y solamente amigo. Quien ha demostrado de la manera más honorable su lealtad para conmigo. Arriesgo su vida por mí —le recordó.

—¿Tanto le alardeareis eso? Es lo mínimo que debía hacer. Vos sois su reina, es su deber como súbdito hacer tal sacrificio, y no por eso lo convertiréis en un santo —dijo lo último con un bufido, en tanto le acomodaba el tocado por detrás, un poco a la derecha.

—Veo que tenemos un desacuerdo en base a la definición de lealtad —murmuró Catalina.

—Lo que trató de deciros es que actuéis con cautela. Nada más. Los rumores en estos días han sonado cada vez más entre las paredes —sugerencia que sonó más a regaño.

—¿Qué rumores...? —se incorporó correctamente en su silla, siguiendo por el rabillo del ojo los pasos de la otra, que se volvió a posicionar frente a la monarca.

—No os hagáis la desentendida. Siempre os han relacionado con él capitán y no precisamente como una relación amistosa —Ciertamente. Una vez hasta osaron a gritarme "Lady Catalina McLean" en una navidad, pero son simples tonterías sin importancia—. Yo... entiendo que, sois muy joven, y que...

—¿Y, qué? —ni siquiera iba a dejar que sus labios concluyeran eso—. Como dijisteis no es una novedad, pero tampoco es verdad y vos, mejor que nadie, lo sabéis de antemano.

—...Y que, a veces no le prestáis la atención debida a esos asuntos, quise decir. Tal y como lo estáis haciendo ahorita mismo, pero cuidad vuestros pasos. Lo que os insinué hace rato es lo que se anda comentando. Solo falta que, intenten difamaros de tal humillante modo para acabar vuestro acuerdo con Din...

Coronada en Gloria ©Where stories live. Discover now