25. Noblezas distintivas

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Cuando alguien está acostumbrada a percibir las dobles intenciones de las personas en cada una de las cordialidades que salen de sus labios, es difícil creer y, más que todo reconocer, cuando realmente se conoce a alguien que las diga con sinceridad.

Al día siguiente, sus pocas pertenencias que trajo consigo para el viaje ya estaban siendo empacadas. Regresaría en una hora de nuevo a los confines de su Castillo. Sin todavía librarse de los festejos de pesadilla de la primavera, ya que aún faltaba una fiesta para acabarlos. Mientras eso sucedía, Catalina caminaba por última vez en los jardines de la residencia. Sin dejar de guiar sus ojos hacia el vasto bosque de al lado. Recordando una vez más, la conversación que tuvo ayer con ese noble y humilde joven, que tanto bien le hizo.

Aunque fue algo breve, esa charla la hizo sentir realmente como las dos personas que era. Como una mujer ordinaria escuchando las aflicciones de un buen amigo y a la vez simplemente una monarca que estaba escuchando la voz afligida de su pueblo.

Pero, ¿cómo podría hacer oídos sordos, no mirar hacia afuera, no importarle y seguir adelante cuando claman desesperados a alta voz por los enormes desastres ocurridos?

Eso si sería absurdo.

Y todavía más por no acostumbrarlo.

Si había extraños casos en los cuales sintiera admiración por algo o alguien, este era uno. Catalina quedó totalmente admirada, de la fortaleza, responsabilidad y entrega de ese joven a su familia a pesar de las adversidades que pasan cada día. Como sobre todo, la cordialidad con la que la trató a pesar de ser una desconocida. Hablaba con gran orgullo y al mismo tiempo con tristeza e impotencia. Aunque a la vez le había mentido, y no se refería a su verdadera identidad sino, que la verdad si le había agobiado. Y mucho.

Era como si la divinidad se empeñase en recordarle existentemente lo pasado en cualquier forma y procedencia. ¿Era alguna especie de señal? Si así lo era, rogaba por sabiduría para poder discernirla, en lugar de que solo le atormentase. Al menos, esta vez sí había usado su posición y poder para un buen beneficio. Esperaba haber hecho feliz a esa familia, aun cuando ella no lo era nada...

—Su Gracia —se le reverenció ante su persona un desconocido que parecía un noble. La monarca solo asintió su cabeza con desconcierto—. Se que no nos hemos presentado formalmente en persona, pero imagino que ya me habéis escuchado de mí. Soy Francis Estuardo, V Conde de Bothwell.

—Oh, si por supuesto. Estaba esperando la oportunidad para llamaros ante mi presencia y presentarnos, mas bien. Parece que os tengo mucho que agradecer, tanto por vuestro testimonio en contra de James Stewart, vuestra contribución en la investigación de su asesinato y por el apoyo que recibimos de vuestras tropas en la guerra. Sabed que me tenéis bastante en complacencia, milord.

—Me honráis con vuestras palabras, Su Gracia —dijo modesto—. No tenéis nada que agradecer, solo he hecho mi deber como súbdito. Dios sabe que todo lo que ha ocurrido, ha quebrantado grandemente mi corazón, aunque ha sido lo mejor y lo justo.

—Vos erais muy unido a los Moray, ¿verdad?

—Si lo era. Llegué a considerar a James como si fuese mi hermano, y a Elizabeth también. Sin embargo, no pude callar ante las intenciones malévolas que tramaba nuestro pariente, y tampoco tuve el valor de ser participe, porque nunca me perdonaría si mi silencio os hubiese puesto todavía más en peligro. Aunque eso significó que tuviera que traicionar la confianza que James depositó en mi en un momento de ira y frustración...

—No os agobies ya, habéis hecho lo correcto —le sosegó al verle un poco cabizbajo—. A veces es difícil elegir a quien traicionareis y a quien apoyareis, cuando está de por medio el cariño y la lealtad. Vos habéis elegido bien.

Coronada en Gloria ©Where stories live. Discover now