Capítulo Final I

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Stirling. El corazón de Escocia. Su hogar. Por tantos años, toda la vida, aun cuando jamás fue capaz de admirar ni un atisbo de su grandeza, su belleza, su realidad. Como lo hacía ahora, desde la cumbre de una colina al margen que, dejaba al ojo humano íntegramente abarcar la ciudad entera, sus límites y el cruce anómalo del rio Forth.

La Catalina de hace año y medio jamás creería hasta donde llegó, después de esa repentina noticia. De todo lo que ha perdido y todo lo que ha ganado. Jamás creído que era más que una niña medrosa y amargada. Una reina incompetente y pusilánime. Que podría lograr grandes cosas. Ser lo que en verdad debia ser, cuando todo el mundo esperaba lo contrario. Y lo que faltaba todavía; ya que aún no ha subido el final y mayor escalón.

Las heladas montañas donde el sol ya saldría, la desviaban. Solo no quería más trampa y...

—¿Estáis preparada?

Esa pregunta vino con un toque de hombro.

—Lo estaré —fue a ese toque y se aferró.

Era Erik. Su Erik. Como sobras para perros hambrientos, fue una de las comparativas relucientes y cabezudas que hizo una vez para conceptualizar su futuro enlace.

Su prejuicioso y zagal comportamiento, la cegó por tanto que no fue capaz de deducir que él era su bendición. Lo único bueno y en gracia de las tantas obligaciones, cambios, malos y los peores días. Tal siempre sería.

—Aunque, tampoco debe seros presión.

Ella volteó la cara para poder verle.

Aunque asimismo sabia porque lo dijo.

—Presión no. Es la verdad, yo no puedo fingir ser alguien más. No. Yo nací con un derecho divino. Un deber y propósito grande. Para gobernar. Para la gloria. Y es lo único que puedo y haré, hasta mi último aliento.

Y no tal una buena reina, sino una gran reina.
Una vez lo prometió, y no lo olvidaría jamás.

—Es hora entonces —besó su frente.

Cada quien cumplía su destino, y ella lo haría.

Con un poco de su ayuda, asimismo se subió a su caballo. Su tobillo aun dolía, pero ya no estaba tan inflamado como ayer. Esas hierbas que le aplicó el hombre miste... Oliver, fueron muy efectivas. Esa era gran ironía y lección de la vida. En este tiempo había aprendido a confiar más en desconocidos y en personas poco probables, que en las que siempre creyó debia hacerlo. En las que según, nunca le traicionarían o le darían nunca la espalda.

El aire era aún muy tupido, golpeaba con dureza al rostro en cada galope bajo la nieve. Por tanto tiempo añoró esa sensación. Esa libertad que nunca estuvo perdida, sino retenida por mentiras protectoras y ambiciones no propias. Pero hoy, sentía como nunca bienestar, el reconforte, de que estaba haciendo bien, lo correcto, que nunca se ha apartado del recto camino. Y Dios de ella.

Algo está podrido, y ya desde hace mucho.

—De aquí ya no hay marcha atrás, Su Gracia.

Detuvieron su travesía, a prudentes instancias del gigantesco rastrillo de hierro. 

La joven monarca, además de su esposo, estaba acompañada por Haroltt y los hombres que le consiguió Oliver. Eran pocos, pero funcionarían. No iba a ningún encuentro impulsivo o sangriento, iba a uno astuto. 

Al tamaño de su opositor. Pero ni así, le quitaba lo riesgoso, por lo que envió con uno de los contactos de Cecil a Mariam para su casa, donde por mientras estaría a salvo.

Coronada en Gloria ©Where stories live. Discover now