37. No tan merecido

202 6 0
                                    

Los tres se quedaron boquiabiertos. Sobre todo, los dos valientes hombrecitos a su lado.

—Desde vuestro bisabuelo, ningún otro posterior monarca había aprendido a hablar gaélico. Y más con buena fluidez —agregó.

—Pues ya lo veis, barón; mi bisabuelo les abrió las puertas a vuestros adyacentes, porque yo no debería hacer lo mismo. Si son tambien mis súbditos, tanto como vos lo soy. Y si aún dudáis de mis palabras y mi generosidad. Espero que con esto que voy a deciros ahorita, entendáis que ya he cerrado el pasado y quiero abrir por igual la puerta del presente y los tiempos venideros. He sabido del conflicto que han tenido con la sede de la Kirk del norte, ultimadamente.

»Ellos no os han entregado ya el cuerpo de vuestro hermano, después de tanto tiempo y a pesar de que ya lo profanaron lo suficiente. Pues, conoced que el cuerpo de James está aquí en Stirling. En mi castillo. Y que cuando salgáis de aquí, podéis llevártelo en entera libertad para que pueda ser enterrado como el noble que era y en sus procedentes tierras. Entonces decidme, ¿qué más necesitáis? ¿Qué más pruebas necesitáis obtener de mi parte, para que creáis en mi palabra y firméis sin reniego la paz? Porque dudo mucho que los resentimientos de vuestros fallecidos, os sean el impedimento, mi Barón de Saint Colme.

Sin respuesta, Archibald solamente se postró sobre una pierna ante su joven monarca.

—Esto nunca podré yo olvidarlo, Su Gracia. Habéis quitado de sobre mi espalda el peor de los lamentos y cargas. Lo que me quitaba el sueño por las noches. Me entregáis el cuerpo de mi pequeño hermano, aun cuando parece ser que os traicionó. No lo olvidaré. Como vuestra nobleza —se puso de nuevo de pie.

—Las palabras sobran siempre, excelencia, y yo busco más que eso; espero comprendáis —le recalcó reiteradamente ante su postura.

—Bueno, entonces dejadme deciros que, si yo soy vuestra preocupación asimismo, hoy dejo de serla. Puedo ser un grave orgulloso pero, mi agradecimiento se antepone ante cualquier otra emoción y discrepancia. Si os soy más honesto, yo tampoco lo deseé y hasta me culpo a veces por haber estado ausente en la raíz de todo este mal. Y por no haber interferido a tiempo en lo peor todavía... Lo lamento y, desde ahora en adelante tampoco tendréis más problemas de mi parte —cambió su atención ahora al marqués—. Yo... también os pido una disculpa en nombre de toda mi familia y casa. Desde las tierras que os usurpó mi hermano, hasta por... en fin, por todo eso. 

Sin más cavilaciones de por medio, este estrechó su mano con la de su coetáneo. Y eso a los ojos de Catalina, fue otro cántico muy dulce y satisfactorio. Otro asunto que se resolvió en moderada sencillez. Dios en realidad si estaba de su lado. Y eso la hacía sentirse mucho más humilde y agradecida.

—Excelente. Sepan que creeré en vuestra palabra honorable pero, uno siempre tiene que considerarse todas las posibilidades. Con eso, os digo que me tomaré asimismo otra medida definitiva —regresó a su trono con la ayuda de Erik, no sin antes dedicarle a este una secuaz mirada—. La cual es, que hoy quiero proponeros también un compromiso. De boda. Entre el Conde de Moray, James Estuardo y Lady Anna Gordon, la única hija del Marqués I de Huntly. ¿Qué os parece?

—Si ese es vuestro deseo...

—Lo es, marqués —afirmó—. Los días negros pasaran y cuando menos lo pensemos todos, estaremos un día celebrando una boda. Que acabó definitivamente con la guerra de siglos de dos importantes familias, para siempre.

Por milésima vez, Erik tenía mucha razón. Un matrimonio era la única manera de unir a dos casas, dos familias y a dos personas para siempre. Esperando que en el día de mañana no se arrepintiese, sino todo lo contrario.

Seguidamente, ella le indicó a Sir Thomas, quien mientras los otros hablaban escribía el tratado junto con todos los decretos y el arreglo de compromiso, que lo presentase y leyese ante todos. Para después, ambos dirigentes aproximarse a una de las mesas y firmaran todo en absoluta y concordia voluntad y, aprobación. Bajo las mirada de cada uno de los cortesanos, incluyéndose e incluyendo a Erik, quien particularmente se le quedaba mirando en discreción con una expresión atónita y... tal como de orgullo.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora