10. Una cuestión inglesa

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—Querido Galateo, os prometo que vendré todos todos los días a veros, para peinaros, alimentaros y cuidaros. Para que crezcáis sano y muy muy fuerte. Un día vos y yo recorreremos todas las praderas y valles de Escocia, claro con la autorización de nana. Aún no se montar, pero, sé que pronto me enseñarán con vos. ¡Por poco se me olvida! Galateo os presento a mi dama fiel, María...

Una pequeña risa burlona, distrajo de una a la pequeña niña de cabellos rojizos. Quien se encontraba sentada sobre sucia paja, alzando una muñeca de trapo ante un delgaducho potrillo de color como el ébano, adormilado.

Ella giró sin tardar su vista, encontrándose con un jovencito que estaba de pie y tenía sus brazos recostados sobre la verja de madera del pequeño corral, tratando de contener la risa. Se asustó de inmediato ante la presencia de tal extraño, y cautelosa, se levantó abrazando fuertemente su muñeca. Ubicándose temerosa en la esquina de aquel corral, se atrevió, como pudo, a hablarle.

—¿Quién sois? —demandó chillona—. ¿Qué hacéis aquí? ¿Acaso... a hacerme daño?

Contemplando el rostro lleno de miedo de la niña, el joven decidió suavizar su actitud.

—Tranquila. No os preocupéis, soy inofensivo —le enunció bonachón, levantando ligeramente sus manos; libres de cosa alguna—. Solo pasaba por el establo para guardar unas cosas, pero un ruido llamó mi atención, y decidí indagar... ¿Ese caballito es vuestro? 

La niña aun algo tensa, con su muñeca bien sujetada sobre su torso, se dispuso a contestar de forma firme y siendo muy solemne.

—Sí. Su nombre es Galateo.

—¿Galateo? ¿Por qué el nombre tan peculiar? —inquirió el joven, ladeando su cabeza.

—Por el título del último libro que leí. La Galatea, del autor español Miguel de Cervantes —comunicó ella, certera.

—Vaya, vaya, la pupila es toda una erudita —afirmó con una sonrisa de lado—. De seguro sois hija de algún noble de la corte, y como tal no deberíais andar sola por aquí. Podéis encontraros a rufianes desalmados, milady.

—¿Rufianes? —repitió con más miedo.

Él se carcajeó enormemente.

—Es una broma. No os asustéis. Tomad mi mano os llevaré cerca de los corredores, no vaya a ser que os metáis en problemas.

—¡No! —se negó rápido. Si algo le había advertido muy bién su nana, era que nunca confiase en los extraños, en sus ofrecimientos y menos aún en su simpatía—. Me marcharé de aquí cuando yo decida y quiera hacerlo.

—Está bien, tranquila —asintió sorprendido—. Vaya, la pupila asimismo tiene carácter.

El joven le dedicó una divertida sonrisa, haciendo que la niña se relajara un poco. Devolviéndole también la misma sonrisa, dejó caer poco a poco sus manos sujetas a la muñeca, ladeando levemente su cuerpo.

—¡Vuestro vestido! —exclamó pasmado, apuntando indecoroso con su dedo a este.

—¿Qué? ¿Qué tiene?

Bajando su vista con esa dirección, se dio cuenta de que la parte inferior derecha de su fino vestido plateado, estaba manchada de viscoso y sucio lodo, y tal vez de otra sustancia más asquerosa y casi igual.

Ante esto, un fuerte chillido salió de entre sus labios y las lágrimas empezaron a brotar a torrentes de sus pequeños y redondos ojos.

—¡Va a castigarme! —sollozó atropellada—. ¡Mi nana va a castigarme muchísimo!

—Por favor, no lloréis... —le dijo en un intento de calmarla. Pero sin logro alguno, este suspiró y abrió las puertas del corralito—. Venid conmigo, os ayudaré a limpiarlo.

Coronada en Gloria ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt