5. Entre esencias y Albany

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—¡Es un completo idiota! —rechistó Catalina, mientras sus damas la bañaban en la tina.

La fascinación por su Alteza, que la revolvía con enigma en sus adentros, se había disuelto en un parpadeo. Uno solo tan siquiera. ¿Cómo es que no fue capaz de percibirlo antes? Solo bastó un somero diálogo para descubrir, que tal hombre de aspecto atractivo, elegante y culto, fuese tan frívolo, ignorante e irreverente. ¡Sobre todo muy irreverente!

—¿Quién, mi señora? —inquirió con buena prudencia, Edine. Pasando la pulida esponja sobre el brazo izquierdo de la joven mujer.

—Mi prometido, ¿pues quien más?

—¿Ya habéis hablado con él en privado? —inquirió Lesly, con el rostro picaresco.

—Primero que nada, quitadme esa cara Dudley, me es inapropiada y desagradable —exigió hiel—. Y en segundo, por desgracia sí, pero ha sido la plática más incómoda, pesada e impertinente que he tenido en mi vida.

Apenas retornó de los establos, pasó a encerrarse en sus aposentos para desencadenar su tremenda frustración. Con sus manos como jarras, aspiraba bocanadas ruidosas de aire con mera rumia. El casi decadente destello de la hojalata dorada sobre su buró, la distrajo de sus silentes maldiciones, haciéndola aproximarse con claras intenciones. Tomó entre sus manos la moneda y encolerizada intentó arrojarla por el ventanal que desborda a un acantilado. 

Pero no lo hizo, con brusquedad la guardó en un cajón de su tocador; solo por ser un objeto foráneo de colección, y... algo interesante.

A lo largo del día, trató de evadir al príncipe a toda costa. Escasamente soportaba su presencia en la corte, la cual era demasiado perceptible para su desgracia. Ni siquiera fue capaz de ejecutar la reunión organizada para la tarde, y aunque su nana le insistió e intimidó de muchas maneras, no logró hacerla cambiar de parecer. Pasando el resto del día y del siguiente día también, encerrada en su habitación sola y refunfuñando enfurecida con la cara sumida en un cojín.

—¿Por qué decís eso, Su Gracia? ¿Qué ha ocurrido? —inquirió Mariam, enjuagando los largos cabellos pelirrojos de la monarca.

—Pasó todo el tiempo hablándome de cómo le disgustaba el clima, la corte y el modo escocés. Ah y no solo eso, ¡me ha mostrado como goteaba el terciopelo de sus zapatos por culpa de la humedad! —dijo casi mordiéndose—. ¿Siquiera lo imaginan? ¿Y lo que me fue?

—Debéis de comprenderlo —medió Edine—. Acaba de llegar de una corte completamente distinta a la nuestra. No es fácil para nadie...

Catalina chasqueó su lengua.

—¡Excusas! —resopló con decepción—. No lo defendáis, Edine. Ninguna. Porque vosotras no estuvisteis conmigo y junto a él, ese día.

—Pero de verdad puede que solo se trate de una mala confusión —esta seguía y seguía.

—No creo... Y tampoco vayan a decir que fue quizá por nerviosismo. Porque nerviosa yo, él se encontraba bastante sereno y seguro.

—Tal vez solo fue que quiso ser... sincero.

—Ja —pues qué bonita sinceridad entonces—. No me gusta. ¡No me gusta para nada!

—¿Ni un poquito? —Lesly preguntó inocente.

—No. Nada —suspiró, haciéndose la segura. Porque así era—. ¡Podrán creer que asimismo no sabía que Pedersen murió en 1554!

Eso le inculcaba una gran indignación de la persona de su alteza, su falta de erudición. Se había hecho la vaga fantasía de que, tal vez gozaba de la literatura y el estudio de la poesía como ella, para que lo compartieran juntos y lo debatieran en suma vehemencia.

Coronada en Gloria ©Where stories live. Discover now