48. Absoluto poder

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«Si en mis ojos flamea amor ardiente,
como en la tierra nunca visto ha sido,
que ante su brillo vuestro ojo es impotente,
no os admire, porque esto ha provenido
de perfecta visión, tal como aprende
su marcha el pie, hacia su bien sabido»

Una vez ardí. Y en contra de mi voluntad y mi inocencia. Me hicieron caer en la fosa más honda, la desolación, el mismísimo cruel infierno. Intentaron calcinarme hasta deshacer mis huesos y hacer que mi alma se quebrantara entre el frio polvo como los demás pobres miserables de aliento desvanecido. Entre el aullido invierno zozobrante y sempiterno. Pero hoy se siente y es diferente, hoy la gloria sonríe y me eleva. La luz se esparce y me endulza con un fuego nuevo y vivificante, que en vez de destruir me fortalece.

Las palabras de su dama, no la abandonaron en los dos días que le siguieron después.

¿Debía arriesgarse? ¿Valía la pena intentarlo? ¿Qué pasa si no funciona? ¿Si ha visto y escuchado cosas fuera de la realidad, solo por deseo propio? Pero y si lo hace, ¿en serio no quería estar sola por el resto de su vida? ¿Ya estaba preparada para lo otro? ¿Realmente? ¿Ya estaba lista para llamarle esposo, en lugar de Consorte? ¿Y de seguir los otros puntos? ¿De tener una vida feliz y amorosa a su lado?

¿De tener lo que nunca creyó hacerle falta?

¿De tener lo que nunca creyó llegar a poseer?

Aunque no quería consumirse en esas nuevas dudas, paulatinamente lo hacía. Y eso era el contra del corazón. Cuando le das cabida, nubla completamente todo arriba en la cabeza. Y no deseaba que eso le afectase en su razonar como reina. No ahora cuando ya ha comenzado a tomar las riendas y pretendía no volver a fallar, como verse vulnerable. 

Como varios esperan tanto que pase...

Sin embargo, ahora ya era demasiado tarde como para volver a encerrarlo en mil candados o olvidarse tan siquiera de que tenía uno. Porque ya había admitido indubitable y más allá de sus adentros, que siempre lo supieron en el fondo solo que lo trataban de evadir usando otro termino —Debilidad o que estaba enloqueciendo—, que esa fascinación a primera vista por su pulcro aspecto y su muy zagal físico, ese porque me casé con él y debe agradarme a la fuerza.

O ese porque ha sido el primer hombre en acercárseme tanto, hasta el punto de compartir el mismo respirar y tocar mis virginales labios, era mucho más. Mucho.

Pero, pese a las dudas y confusiones, ahora al menos ya no sentía culpa en sentir esas afectuosas emociones y eso sí que le daba... paz. Como se la dio asimismo, después de su charla con Mariam, escribirle una carta a Erik. Donde le deseaba bienestar y salud y le pidió que volviese pronto. Adjuntándole, la hoja de roble que había arrancado hace rato, envuelta en uno de sus pañuelos de delicada blanca seda. Con una despedida que le indicaba el lugar donde le escribió. Esperaba que ya la hubiese recibido y quizá ya...

—Linda tarde para un paseo, ¿no?

Ella sonrió.

—Querido Esmé —ella se paró de andar deambulando, con la cabeza en otro lugar—. Qué casualidad encontraros por aquí.

—Yo también tengo una vida fuera del Consejo, Madame. Y, ya hace tiempo que no caminábamos juntos, ¿no es así cierto?

—Tenéis razón. Acompañadme —reanudó el paseo en los jardines, que no se acordaba como demonios termino ahí, entrelazada a su brazo. No acostumbrada a hacer tal suelta interacción, pero con él siempre hacia excepciones desde que le conoció—. ¿Hay novedades buenas sobre el paradero de Bothwell? ¿O venís a darme malas noticias?

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora