43. El extraño diario de Zac (y la fundación)

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Ese día papá decidió llevarme a las oficinas donde tendría la entrevista, en la ciudad vecina. Era un enorme edificio propiedad del mismo sujeto rico que mencionó Madie alguna vez y que se encontraba rodeado de mucha controversia. Yo no quería ser prejuicioso y por eso asistí, para comprobar por mí mismo lo que pasaba. Me sentía optimista y de verdad quería la beca.

Me sentí repentinamente nervioso. Tanto que revisé si mi cabello estaba perfectamente peinado y si mis zapatos lucía lo suficientemente lustrosos como para verme digno. Evan me dijo que me veía perfecto, que podía ver su reflejo en mis zapatos y que jamás antes vio un traje que no tuviera ni una sola arruga.

— Tranquilo, todo saldrá bien— me dijo papá—. Te estaré apoyando desde aquí. Es una lástima que no pueda acompañarte.
— Estoy seguro de que todo saldrá bien, no hace falta— dije—. Aunque me cuesta evitar los nervios.
— Pero eso es algo bueno. Significa que es importante y que estás alerta.

Me despedí y entré. En la recepción una chica me indicó a qué piso debía ir, que era el último. Me pareció extraño pero no pregunté. Subí al ascensor. Llegué a un pasillo. Caminé hasta el final. Una chica me indicó que me esperaban y me guió hasta una puerta. Entramos. Esperaba a la misma mujer que me encontré en la escuela pero no, ahí estaba en persona el mismo sujeto cuya cara ya había visto cuando investigaba acerca del lugar y que era nada más y nada menos que el propietario y jefe principal de la empresa y por ende, dueño de la fundación.

— Señor Benette— dijo él—, bienvenido. Soy Ken Morales, creador de esta fundación. Toma asiento.

Me senté enfrente de su escritorio, que tenía una pila grande documentos en un costado y por el otro estaba un tablero de ajedrez. La chica (que debía ser su secretaria), cerró la puerta y se fue. Nos quedamos solos.
El hombre portaba un traje negro, era rubio y tenía un mostacho bastante raro, como que rompía con la imagen de hombre elegante que quería dar. Parecía alguien agradable por la manera en la que sonreía. Tenía una voz un tanto grave.

— ¿Te ofrezco algo para beber?— me preguntó.
— No, gracias— dije.
— ¿Seguro? Cindy puede conseguirte cualquier cosa que quieras.
— Estoy bien, gracias— dije.
— Pareces abrumado.
— Esperaba encontrar a la misma señorita que me indicó la existencia de esta fundación.
— Sí, ella está con otros postulantes— dijo—. Yo quería entrevistarte a ti en persona. Pero no te presiones por eso, relájate.

Me parecía imposible no sentir la presión.

— ¿Puedo preguntar por qué decidió entrevistarme personalmente?— dije.

Él me observó.

— Pareces alguien con mucha seguridad en ti mismo— dijo—. Ayer entrevisté a otro chico y jamás se hubiera atrevido a hacerme esa pregunta.
— ¿Fui inapropiado?— dije.
— No, de hecho es una excelente pregunta. Tienes iniciativa, eso me gusta. Es una de las razones por las que decidí conocerte. Como decía, el chico de ayer era listo sin duda, como muchos otros, pero le faltaba presencia. Confianza. Hasta me atrevería a decir que lo intimidé demasiado. ¿Te parezco intimidante?
— No exactamente— dije.

Recordé la cara de Laura cuando se enojaba. Eso sí era intimidante.

— Me imagino que para el hijo de un futuro alcalde casi nada es intimidante— dijo.

Entonces llamaron a la puerta. Era Cindy. Él se disculpó por tener que ausentarse unos segundos.
Me quedé solo. Pude pensar mejor.
Así como yo investigué a su empresa, él sabía sobre mí. Comencé a preguntarme en qué momento reunió información mía. Yo no tenía información personal en redes sociales, es más, no las había tocado siquiera en meses (principalmente por falta de tiempo) así que deduje que podría ser que la mujer esa estaba en mi escuela ese día especialmente por mí. Sonaba descabellado pero no quería descartar la idea.
Él volvió.

Secretos de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora