122. El diario de Jimi

67 14 15
                                    

Lo único que podía pensar cuando veía a Clint era en las posibilidades que tenía de acostarme con él. En cómo sería. Porque la única persona con la que había tenido sexo antes era con Evan, y aunque lo hicimos muchas veces (casi del diario cuando estaba por irse), no significaba que sería lo mismo estar con él que con otros. Eso no era garantía de experiencia. Shelby decía que llegando el momento iba a tener que hacerlo con Clint para tenerlo completamente de mi lado y yo entendía eso pero no significaba que no me preocupara. Y ella no podría ayudarme en ese aspecto. Pero había una persona que sí.

Alex solía estar en su casa todas las tardes por aquellos días, balanceándose ligeramente por ahí. Me gustaba visitarlo aunque no podía porque no tenía mucho tiempo. Él hacía muchas preguntas porque estaba genuinamente preocupado por mí pero nunca le dije más. Mucho menos de lo que planeaba hacer, él no me dejaría seguir adelante. Así que cada vez que no sabía qué decirle, lo besaba. Mentiría si digo que no me gustaba. Porque él era un muy buen besador. No sólo eso, descubrí que todo de él era cautivador. Entendía por qué en algún momento de su vida Evan estuvo loco por él.

Como solíamos hablar mucho de nosotros mismo cuando estábamos juntos, él me contaba cosas de sí mismo que no tenían ninguna importancia porque no confiaba tanto en mí como para contarme sus secretos (y no era necesario, yo no quería escucharlos), aún así terminé sabiendo cosas de él como que cuando fue niño practicó ballet. Lo dejó para vengarse de su madre en algún momento pero solía hacer algunos ejercicios de vez en cuando. Decía que eran buenos para su postura y yo no podía estar más de acuerdo. Su silueta delgada parecía flotar en el aire cuando se movía alrededor de mí. Se había cortado el cabello recientemente, no mucho pero aún así se veía muy bien. Imaginé que con su cara cualquier peinado se vería increíble. En algunas ocasiones, sobre todo cuando estaba contra el sol, me parecía una especie de espejismo. Como si no pudiera existir alguien como él. En los momentos como ese me gustaba besarlo. Tocar sus cabellos. Deslizar mis dedos por su espalda.

No estaba seguro de cuál era nuestra relación y no me importaba. Sólo quería poder quedarme en su casa para que mis padres no me descubrieran y poder besarlo cada vez que lo veía. No quería hacer algo más con él. No me interesaba tener sexo o saber de su vida. Sólo quería mirarlo y abrazarlo. Escuchar su voz. Me hacía sentir menos solo. En ese aspecto nuestra mutua compañía era útil. Quizá no éramos nada, sólo dos desconocidos que acordaron visitarse para tener alguien con quién hablar.
Y para aprender cosas. Al menos yo sí lo quería cerca para eso.

— Deberíamos tener sexo— le dije una tarde, cuando estábamos sobre el tejado de su casa.
— ¿Ahora?— dijo.
— Sí— dije.
— ¿Así nada más? ¿No quieres invitarme a salir antes?
— No tengo tiempo para perderlo en cosas tontas como esa— dije.
— ¿Recuerdas cuando salir con alguien no te parecía algo tonto?
— Lo recuerdo. Mis prioridades eran otras en esos días.
— Ahora te interesa tener sexo conmigo.
— Si no quieres no lo hagas— dije.
— No lo haré— dijo—. No así. Está mal.
— Claro, el que se ha acostado con media escuela piensa que está mal— dije.
— Está mal. Que lo haya hecho no significa que piense que era algo bueno.
— Entonces hazlo conmigo— dije—. Como todas esas veces que lo hacías con desconocidos.
— Por eso, porque eran desconocidos. Y ya no lo hago más. No porque me lo pediste, sino porque veo que está mal.
— ¿Y qué te hizo cambiar de opinión? Parecías hasta desesperado por acostarte con alguien antes que es difícil creer que de verdad estás diciendo que está mal.
— ¿Acaso escuchas lo que te cuento? Porque hace mucho te dije que empecé a ir a terapia.
— Sí pero tú ya has estado en terapia muchas veces— dije.
— Pero esta vez es diferente.
— ¿Por qué? Es sólo otro sujeto diciéndote qué todas las elecciones que has hecho en tu vida son una desgracia. Igual que los otros psiquiatras.
— No, esta vez todo es distinto— dijo—. De verdad siento que todo mejora y quiero cambiar lo que soy.
— Pero eres hermoso así como estás.
— Dije que quiero cambiar lo que soy, no que quiero hacerme una cirugía plástica— dijo.
— ¿Entonces planeas ir por el camino de la rectitud?
— Jimi, yo nunca he ido por ese camino jamás en mi vida y no creo poder llegar a él ahora sin importar qué haga. Tampoco soy tan ambicioso. Me conoces, no podría aunque quisiera. Simplemente creo que es momento de cambiar algunas cosas.
— Como acostarte con cualquiera.
— Empezando por eso— dijo.
— Pero yo no soy cualquiera— dije.
— Cierto, mucho menos me acostaría contigo.
— ¿Por qué no? Pensé que te gustaba.
— Decidí que la próxima vez que tenga sexo con alguien lo haré por amor.
— ¿Y cuando será eso?
— No lo sé, espero que pronto— dijo—. Por cierto, debemos dejar de besarnos.
— ¿Estás tratando de volverte monje o qué pasa contigo? ¿En serio? ¿Ya no más besos?
— No están bien, tú no estás saliendo conmigo.
— ¡Pero no es justo!

Secretos de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora