85. El diario de Jimi

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La escuela era un lugar muy extraño. Las personas que me señalaban en el patio eran las mismas que me buscaban cuando nadie más veía, para hacerme propuestas raras. Ese festival de hipocresía me parecía divertido. A Laura le preocupaban los rumores pero a mí no me importaban. Y cuando sí, porque era imposible evadir todo, iba a fumar a algún lugar. Uno de esos días cuando estaba rondando por los pasillos porque me salté las clases, me encontré con Clyde. Él me observó y luego se inclinó junto a mí levemente. Al principio no entendí que hacía pero luego me habló.

— Hueles mucho— dijo—. Error de fumador novato. La tela de tu abrigo es de esas que se impregnan mucho del humo. Quítatelo cuando lo hagas.

Luego se fue. No sabía si debía confiar en alguien que usaba mucho delineador, pero había descubierto que fumaba. Laura apareció enseguida.

— ¿Qué es ese olor?— preguntó.
— No lo sé— dije—, Clyde estaba aquí hablando conmigo hace unos minutos.
— ¡Ese Clyde, le dije que deje de fumar en la escuela!— dijo ella y fue detrás de él.

Me sentí mal por él pero ya de por sí tenía problemas con ella, yo no podía arriesgarme.
Sin embargo Clyde y su modo de vida me dio muchas ideas. Él siempre estaba solo, deambulando. Recordaba haberlo visto algunas veces leyendo, pero siempre solo. Sin embargo no parecía solitario. Como si le gustara eso. Y tampoco lo marginaban los demás, no lo señalaban o le inventaban rumores, quizá porque él no había gritado cosas locas en medio del patio. Es más, hasta parecía que lo respetaban. Eso quería yo. Pero nadie me daría un poco de respeto cuando todo lo que querían era proponerme cosas.

Ya no podía con eso, había sido mi idea gritar tanto en el patio pero estaba harto de que me buscaran pensando que era real. No pretendía que todos entenderían el sarcasmo pero al parecer absolutamente nadie comprendió mis verdaderas intenciones. Se lo tomaron literalmente y al principio no me importaba porque al menos tenía cigarrillos gratis (y muchos rumores de fondo) pero ya estaba empezando a cansarme.
Busqué a Alex. Estaba en el almacén, fumando.

— Hey— le dije.
— Hola— dijo—, ¿Qué tal todo?
— Ya me aburrí.
— ¿De la vida?
— También— dije—. Pero principalmente de que me busquen todas esas personas.
— Pero te regalan cosas. Y en ese momento el que tiene el control eres tú. Podrías humillarlos y no harían nada, están en una situación vulnerable porque admiten que les interesas.
— Pero a mí no me importan. Y sus regalos ya no compensan el cómo me hacen sentir.
— ¿Y cómo te sientes?
— Como si no valiera nada más allá de una de estas cajitas— dije mientras tomaba un cigarrillo y lo encendía.
— Claro que no, todos saben que no eres así de fácil. Algunos de mis chicos me han preguntado por ti— dijo—. Quieren entender por qué los ignoras. Yo siempre les digo que nunca te tendrán. No sé si eso ayuda o lo ven como un reto. En todo caso, me avisas qué pasa.
— ¿Cómo lo haces? ¿Cómo te tomas esto tan a la ligera?
— Es fácil— dijo—. Ellos te molestarán si saben que esto te preocupa. Te patearán si estás en el suelo. Pero si no les das el poder para que lo hagan, no pueden ganar. No deben saber que estás en el suelo aún si lo estás. No dejes que piensen que tienen un poco de poder para influir en tus decisiones y emociones, trata todo a la ligera siempre y en algún momento se aburrirán de verte bien y buscarán alguien más a quién patear.
— ¿Y qué hago, finjo que me encanta que piensen que soy una zorra?
— Sí, hasta tómalo con humor. Que te vean feliz y despreocupado. Invencible, fuerte, inalcanzable. Aún si te vuelves alcanzable.
— Eso no va a pasar— dije.
— Más para mí entonces— dijo feliz.

Me fui. Ya en el patio, pasé al lado de unos chicos que estaban ahí y escuché cómo hablaban de mí. Uno de ellos trató de llamar mi atención. Querían molestarme, obviamente. Pero Alex tenía razón, no les daría ese poder. Así que me giré, los observé y les hice cierto gesto con la mano que siempre consideré muy grosero que por alguna razón resultó muy efectivo.
Querían hacerme la vida imposible pero no iba a dejarlos.

Me manejé así los siguientes días. Seguí los consejos de Alex y pretendí que nada me importaba. Ya no me molestaban tanto, hasta se alejaban de mí. También el consejo de Clyde fue bueno porque el olor sí era más absorbido por mi abrigo que por otra cosa. Fumar afuera parecía algo mejor aunque no sabía donde hacerlo. Alex dijo que en el almacén había una pequeña puertita para ir arriba del lugar, se podía acceder ahí con una escalera pero él no iba porque le asustaban las alturas. Yo fui una vez y la vista era muy buena. Se volvió mi lugar favorito, principalmente cuando empezaba a salir el sol.

Algunos días me sentía mejor que otros. La vida era soportable. Pero luego salió la edición de Septiembre de la revista Citrine. Evan estaba entre sus páginas. No la compré. Traté de no verla, no había nada ahí para mí. Pero aunque trataba de no pensar en él, lo cierto era que no podía. Desde que se fue, no había día en el que no le dedicara al menos un pensamiento.

Pero me estaba enfocando en sobrevivir, así que debía dejar de lado mis sentimientos. Al menos en ese aspecto era útil que todos trataran de hacer mi vida miserable. Curiosamente Laura no se enteraba de esas agresiones en mi contra porque me molestaban en grupo o cuando nadie miraba. Si yo no lo decía, nadie lo haría. Entendía porqué habían rumores que no se difundían. La gente de esos grupos no se delataba.

Pensé que eso se detendría en algún momento pero no fue así. Una vez me encontraba en el jardín cuando se me acercó un sujeto enorme. Estaba por irme cuando me detuvo. Era mucho más grande que yo y no parecía feliz. Entré en pánico, no sabía qué debía hacer. Me tomo fuertemente del brazo. Cuando creí que era el fin, alguien habló.

— Son muy ruidosos— dijo, yo me giré y vi que era un chico que venía de detrás del árbol.

Sólo tuvo que acercarse un poco para que el otro sujeto me soltara.

— Piérdete— le dijo de mal humor.

Como si fuera una orden, el sujeto se fue rápidamente. Miré a ese tipo. Parecía que me había salvado (quizá no intencionalmente) pero no significaba que era mi aliado. Si el otro sujeto le tenía miedo, ¿Por qué yo no debería tenerlo?

Yo tenía una cajetilla de cigarrillos en el bolsillo de mi abrigo que debió caerse cuando ese sujeto enorme trató de agredirme. Él la recogió del suelo, tomó uno, lo acomodó entre sus labios y lo encendió después de darme el resto de la caja. Imaginé que si tenía un encendedor, posiblemente también cigarrillos. De ser así entonces no entendía qué quería conmigo.

— ¿Cuál es tu nombre?— preguntó.
— James— dije.
— Le queda a tu cara— dijo.

Empezó a caminar hacia el pasillo. Lo miré. Como si se olvidara de algo, se giró y me observó.

— No dejes que ningún bastardo te toque— dijo.

Luego se fue. Yo simplemente no entendí que pasó.
No estaba muy seguro, pero parecía que más allá de molestarle el ruido, de verdad quiso salvarme.

Secretos de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora