Capítulo veintiuno

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Estaba en la habitación de Belcebú, sentada sobre su colchón que tenía una sábana con dibujos de calaveras en tonos grisáceos

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Estaba en la habitación de Belcebú, sentada sobre su colchón que tenía una sábana con dibujos de calaveras en tonos grisáceos. él se encontraba en el suelo, sin camiseta mientras yo estaba detrás suyo vendándole una herida que tenía en uno de los omóplatos. Los demonios se curaban con rapidez, pero ese golpe iba a sanar más despacio por lo que la mejor opción había sido vendarlo.

— Sabes vendar muy bien, Usagi.

—Me enseñó una buena amiga hace ya mucho — sonreí ante el recuerdo de su madre.

A veces la echaba de menos.

— No entiendo porque tuviste que aprender tantas cosas. Sabes de todo.

—Hay que aprender de todo para que no te coman — até lo que quedaba de venda con un trozo de adhesivo y le di un golpe en el hombro para indicarle que había terminado.

—Conmigo no tendrás que defenderte sola.

—Cariño, no necesito que me protejas. Además eso ha quedado muy misógino.

Hizo una mueca con la boca indicando crispación.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Dejar que te metas en líos y que te maten?

—Estoy muerta, por si lo has olvidado. Además ya no puedo meterme en líos y mi vida no está en constante peligro, tranquilo que no haré nada.—me levanté de la cama.

—Eso espero —se puso la camiseta ocultando la venda y otros cortes menores.

—Tu reputación no va a quedar maltrecha, tranquilo— dije entre dientes.

—Te he oído y no es eso. Me preocupo por ti —le miré enfadada. — Déjalo, vamos a comer.

Bajamos por las escaleras, su casa era más grande que la mía y me acordaba de donde estaban las cosas del último día que había estado. Hacia meses de la fiesta donde había conocido un poco más al demonio que tenía detrás de mí.

Me indicó que tenía que ir hacia el salón que estaba a la derecha y ahí me dirigí.

—Pensaba en subir a buscaros —dijo una voz de mujer.

La madre de Belcebú era todo lo contrario a su marido. Era una mujer delgada con un pecho generoso al igual que sus curvas. Tenía el pelo rubio que formaba ondas sobre su escote y unos ojos negros como el azabache. Se levantó de la mesa y me plantó un abrazo. Tuve que poner distancia para que mi cabeza no fuera acabar sobre sus tetas. Sin duda, yo era la enana de la familia.

—Me llamo Morticia, encantada.

—Usagi Yoshimura. Es todo un placer.

Me senté en la mesa junto a su hijo. Los padres se quedaron justo enfrente de nosotros.

—Tengo entendido que eres una no muerta ¿puedes comer algo, querida?

—No, mi sistema digestivo no funciona. Lo único que puedo hacer es beber.

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