Capítulo veintiocho

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 Había pasado una semana desde la segunda prueba

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Había pasado una semana desde la segunda prueba. Mel la había ganado, estábamos empatadas en puntos. Ciento ochenta cada una mientras Belcebú nos seguía desde muy cerca con ciento cincuenta. Los jueces habían sido generosos y nos habían dado muchos puntos a cada uno. Se notaba que estaban tan hartos como nosotros de toda esta situación.

Mi novio ya estaba recuperado de su gripe y nos habíamos visto un par de veces. Aunque la cosa no había ido muy bien. Me sentía muy rara cuando estábamos juntos, no estaba cómoda para tener sexo, ni para hablar, en definitiva, no quería ni verlo.

Él me miraba con sus profundos ojos rojos como dos rubíes cuando pensaba que no me daba cuenta y sabía que ponía cara de lastima. Y a mí no me gustaba que me miraran con esa expresión. No me gustaba darle lastima a nadie, pero ni yo misma sabía que me estaba pasando.

Lo único en lo que pensaba era el momento donde estaba entre los brazos de Melancolia. Cuando me había salvado de caerme. Me temblaban las manos cuando pensaba en ella y por las noches cuando intentaba dormir lo único que veía a mi mente era su cara. Su sonrisa que iluminaba cualquier lugar oscuro, su pelo rubio del color del sol y sus pechos generosos. Prefería no pensar en ellos para no ponerme mala.

Que os esté contando todo esto, escoria, es porque es necesario para la historia. Por mi estarías todos en otro sitio menos poniendo vuestras narices en mis cosas.

Estaba intranquila en mi casa, daba vueltas por el salón sin hacer nada mientras en mi mente solo estaba ella. Así que me arme de valor y le mande un mensaje. Esperé su contestación sentada en el sofá mordiéndome el labio de los nervios. ¿Qué coño me estaba pasando? Y mientras esperaba lo que para mí fueron horas apareció la respuesta. En media hora estaría en casa.

Me levanté y me miré lo que llevaba puesto. Decidí subir para cambiarme. Me desnude por el camino mientras la ropa iba desapareciendo cuando caía al suelo. Entre al baño para darme una ducha. Quitarme toda la suciedad del cuerpo.

Me froté con la esponja toda la piel blanquecina, quitándome hasta el último resto de maquillaje que cubrían mis cicatrices. La de las piernas, la de los brazos y la del abdomen. Tenía que darme una nueva capa para que no se notasen.

Las de la cabeza eran fáciles de cubrir, mi pelo era lo suficiente abundante para que no se notasen, pero las demás era necesario usar maquillaje.

Al terminar de ducharme me puse ropa interior limpia, y comencé a tapar las heridas. Cuando todo estuvo tapado y la pintura color carne estuvo seca me fui a mi habitación para vestirme.

Una falda negra, una camiseta negra y unas botas pesadas de también ese color. Cuando me estaba peinando el cabello llamaron al timbre. Me quedé un momento en shock mientras mis manos comenzaron a temblar. Dejé el cepillo sobre la cama y bajé las escaleras hasta la entrada.

Exhalé un poco de aire, aunque mis pulmones no funcionaban y abrí la puerta.

Mel estaba en el porche mirando a un lado, balanceando su cuerpo sobre sus talones. Llevaba un vestido de flores rosas y el pelo recogido en una coleta. Me miró sonriendo y yo me aparté de la puerta para que entrara.

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