Capítulo treinta y nueve

306 50 106
                                    

Era el día de la boda, estábamos en un jardín

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Era el día de la boda, estábamos en un jardín. No era el mismo donde me había encontrado a madre, este era mucho más grande. Había setos que rodeaban las sillas donde estábamos reunidos los invitados, con las rosas blancas florecidas y su olor impregnaba todo el lugar.

No éramos muchos, había un par de ángeles que jamás había visto, con sus almas de infinitos colores y vestidos de punta en blanco. Michael estaba al final del pasillo formado por las sillas, debajo de un arco de flores y cintas que lo rodeaban.

Llevaba un traje de chaqueta negro, sus alas no se veían por ningún lado, pero las sombras que siempre le envolvían estaban ahí. Parecía nervioso mientras hablaba con Asael que estaba a su lado. Asael llevaba un traje de color azul claro, que acentuaba su piel bronceada.

Una chica de pelo moreno y piel blanca se acercó a Michael, no la conocía. Pero sonrió al chico y le apretó la mano para luego volver a su asiento en la segunda fila.

—¿Quién es ella? —le pregunté a Lilith que en aquel momento estaba a mi lado.

—Adelie —le dio un sorbo a su copa de champán.

—No la conozco.

—Por circunstancias horribles ha acabado aquí—lo entendí mucho su frase.

Miré a Lilith mientras ella acababa la copa, llevaba un ceñido vestido de color rojo hasta los tobillos que acentuaba cada una de sus curvas.

—Te queda muy bien el vestido—le dije.

Ella me miró y sonrió enseñando los dientes.

—¿Este trapo? Es un fondo de armario.

Me reí.

—Voy a hablar con Michael que anda algo tenso —me dio la copa vacía.—Ahí viene tu novia.

Tiré la copa detrás de un matorral mientras Mel venía hacía mi. Se había ausentado para ir al baño.

Llevaba un vestido rosa que le quedaba precioso. Acentuaba sus tetas y su cintura, para luego tener una falda con vuelo. Su cabello estaba suelto en su espalda y captaba todos los rayos de sol, haciéndolo brillar.

Estaba tan guapa que quitaba el sentido.

Yo llevaba un vestido negro y unas botas pesadas porque odiaba llevar tacones. Lo único que me había hecho era hacerme mechas de color verde en el pelo para cambiar un poco mi aspecto, y además había dejado que Mel me maquillase entre beso y beso.

—Estoy aquí, cielo. Menos mal que he llegado a tiempo—me dió la mano.

Su calidez hizo que sonriera.

—Estas preciosa, Mel. Siempre eres preciosa, pero hoy pareces una diosa.

Mel sonrió coqueta y luego me dió un beso en la mejilla.

Instituto InfernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora