Capítulo dieciocho

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 Después de un día aburridísimo en el instituto llegué a mi casa y tiré mi bolsa sobre la mesa de la cocina

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 Después de un día aburridísimo en el instituto llegué a mi casa y tiré mi bolsa sobre la mesa de la cocina. Cogí una cerveza de la nevera y saqué la navaja mariposa de mi calcetín derecho. Al darme la vuelta se la lancé a quien estaba a mi espalda.

— ¿Quién coño eres tú?—pregunté molesta.

Un tío alto, de ojos color miel y piel bronceada con músculos me estaba sonriendo mientras mi navaja estaba en su mano, la debía de haber cogido al vuelo.

—Solo vengo a hablar contigo, Usagi —dijo pausadamente.

Me tendió la mano y me devolvió mi querida arma.

—A ver tío raro, no quiero nada de admiradores en mi casa.

—No soy un admirador. Me manda Lilith.

—Ahora la loca esa me manda a gente. Si quiere decirme algo que me lo diga.

Esto cada vez se parecía más a un circo y a mi, querido lector, odio los putos circos.

—Me llamo Asael y soy amigo de Lilith, Michael y Barbara.

—Ajá, no es que me importe cero, porque me importa cero, pero... vete de mi casa.

—Vengo a ayudarte.

—¿Con qué? Si es para entrenarme puedo yo sola, gracias.

—Ya he visto que tienes un buen manejo de las armas, no vengo a ayudarte con ellas. Vengo a ayudarte a sanar, a sanar el espíritu y la mente.

Me quedé con los ojos abiertos, y seguramente con la boca igual.

—Lilith me ha mandado un loquero, odio los loqueros. Ya te puedes ir de mi casa.

Lo cogí de la muñeca y lo arrastré hacía la puerta. La abrí y le empujé la espalda.

—Entiendo que no quieras a ir a terapia, asocias la salud mental con tu madre.

—¡No hables de mi madre!

—Tu madre está internada en una institución mental, Usagi. Es normal que te duela.

Mis manos temblaban mientras oía a ese tipo, ¿como sabía lo de mamá? Jamás hablaba de ella con nadie, fingía que había muerto.

Sin darme cuenta Asael estaba mirándome y me cogió las manos con delicadeza.

—No es bueno que reprimas todo ese dolor, Usagi. Te destruyó en vida y puede hacerlo aun.

—¿Tu que sabes de mi dolor? ¿Qué sabes tú sobre la pérdida? ¿Qué sabes sobre la rabia o el miedo? — lágrimas recorrían mis mejillas mientras lo miraba con rabia.

Odiaba llorar, llorar era de cobardes.

—Se más cosas de las que crees. A los cinco años tu padre te clavó un tenedor en la mano, se que tienes múltiples heridas en la espalda, brazos y piernas por sus malos tratos. Que aunque no lo reconozcas tapas con maquillaje y hasta te cortas el pelo tu sola porque no quieres que alguien vea las heridas de tu cabeza de todas las veces que te tiro una botella contra el cráneo.

Instituto InfernalWhere stories live. Discover now