Inquietud

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Vuelvo caminando solo de la farmacia con la pastilla en una bolsa que se tambalea a mi lado colgando de la muñeca de la mano que tengo dentro del bolsillo mientras me fumo un cigarrillo. Pienso en volver, pedirle perdón a Katia y no volver a tocarla nunca más.

Me rasco la cabeza y cuando estoy por entrar a mi casa tiro el cigarrillo en la calle, me preparo y carraspeo la garganta intentando pensar en qué decir.

Perdón por cogerte, Katia. Estaba pensando en matarme y bueno, pensé que todo importaba una mierda pero me di cuenta de que estoy enamorado de vos y quería algo tuyo antes de que desaparecieras de mi vida.

Espero unos segundos y abro la puerta con un suspiro profundo.

—Katia...— Empiezo antes de arrepentirme mientras cierro la puerta. —Sabes, yo...

Cuando levanto la mirada, Katia está sentada con una tostada en la boca, su pelo está atado en un rodete desarmado y un par de mechones lilas caen a los lados de su cara acompañando su flequillo húmedo. Sus piernas cruzadas arriba del sillón y pies descalzos. Tiene puesto el short de jean gastado que estaba usando ayer y encima una remera mía, sin corpiño, que me queda grande a mí y a ella totalmente inmensa. Katia deja la tostada delicadamente sobre el plato, tiene manteca y veo que le puso directamente sal encima. Su mano vuelve al costado de su boca mientras intenta hablar con la boca llena.

—¿Qué?

Pregunta tragando.

Tengo de nuevo esta sensación que parte mi pecho, ya dejó de ser tibia hace mucho tiempo, ahora es una sensación caliente, que me hierve la sangre y se extiende por mis piernas hasta mis zapatillas y juro que siento que estoy a punto de caerme al suelo.

—Traje la pastilla.

Le digo caminando hacia ella. Corro el plato y me siento sobre la mesa ratona enfrentándola mientras le doy la pequeña caja. Ella la agarra y la abre con destreza para sacar la única pastilla del blíster y tragarla con el vaso de agua que alcanza de al lado mío.

Quiero decirle, quiero pedirle perdón. Tengo que parar esto.

Ella se arrodilla sobre el sillón y pone sus manos sobre mis rodillas para acercarse a mí y darme un beso. Con eso todo se va a la mierda otra vez.

—Gracias.

Dice con una sonrisa y yo la detengo desde su nuca para que me dé otro beso, el cual dura más e involucra nuestras lenguas. Muerdo su labio suavemente antes de volver a abalanzarme sobre ella. Ella hunde las manos en mi pelo y sé que estoy a punto de empezar todo otra vez si no paro. Me trae más a su pecho y tiro de ella para arrullarla entre mis brazos, ella se mueve del sillón y queda sentada sobre mis rodillas. Sabe tan bien.

Mierda.

Sabe tan bien.

Tengo que parar.

Me acomodo en el asiento mejor y dejo nuestro siguiente beso inconcluso. Carraspeo la garganta e intento recomponerme, algo que la deja un poco descolocada.

—No pasa nada. No me tenés que dar las gracias por eso.

Yo te tengo que dar las gracias a vos. Lo pienso pero no me animo a decirlo.

—¿Qué pasa? ¿Querés decirme algo?

Pregunta confundida cuando me ve enseguida duro como si el contacto me fuera a matar. Me giro y le alcanzo el plato con su tostada.

—Gracias.

Le digo.

—¿Por qué?

—Por quedarte ayer.

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